El invento más determinante, no el más importante, pero sí el que nos ha definido como sociedad en toda la historia de la humanidad es, sin lugar a dudas, la internet. A través de la red mundial de información hemos sido testigos de innovadores alcances de posibilidades que ya determinaban nuestra existencia en el siglo XX: la prensa escrita, la radio, el cine y la televisión. Incluso la posibilidad de acceder al catálogo de bibliotecas y archivos diversos resultó de gran utilidad para la investigación y la difusión del conocimiento. Las visitas virtuales a museos importantes y lejanos colocaron la cereza sobre el delicioso manjar que significa aprender y estar informado.
Sin embargo, la aparición y después proliferación de las redes sociales aceleró la ya de por sí vertiginosa avalancha de información y datos diversos que llegan, literalmente gracias a los teléfonos inteligentes y las tabletas electrónicas, a la palma de la mano.
Por otra parte, las mismas redes sociales se han convertido en el escaparate para que aquellos sitios, que han perfeccionado el desarrollo de contenidos que antes eran privilegio de los medios de comunicación masiva del siglo pasado, difundan sus ofertas informativas a diestra y siniestra, con la gran ventaja de la segmentación que los algoritmos cibernéticos realizan de manera inmediata según nuestro perfil y comportamiento dentro de Facebook, X o Instagram.
Hasta aquí todo bien o más o menos bien. Quiero decir, bien, porque la posibilidad de acceso a todo tipo de información es una ventaja absoluta que tenemos quienes en este momento de la historia humana habitamos el planeta; no tan bueno, porque en esa vorágine de información muchas cosas valiosas se pierden, otras posibilidades desagradables, ociosas y aberrantes, alcanzan una divulgación inmerecida.
Pero, he podido notar, en los últimos meses, que los sitios de información escrita, léanse diarios digitales, portales de noticias, etc., han comenzado a utilizar una práctica que contraviene la esencia de la “nota” como género periodístico. La “noticia”, como piedra angular del ejercicio informativo, debe ser escrita siguiendo reglas específicas que la definen y la diferencian de otros géneros; la principal de ellas es que debe ser escrita en forma de una pirámide invertida, es decir, la información principal debe aparecer al inicio del texto y el resto de la información, la complementaria, debe ser escrita hacia el final. La fórmula es muy simple y por ende, efectiva. Sin embargo, los sitios digitales de información le han dado la vuelta a esa pirámide que debe estar de cabeza para volver a colocarla sobre su base, es decir, la información principal suele aparecer hacia el final del texto, en ocasiones después de dos o tres párrafos que contienen información complementaria y en ocasiones incluso intrascendente. Pero, ¿Por qué dilatar la información principal, que, por cierto, es el gancho para que el lector se interese en abrir el vínculo de la nota, contraviniendo todas las técnicas periodísticas? Llevo días con esa pregunta revoloteando en mi cabeza. La razón es tan simple como absurda, porque lo que buscan las plataformas no es informar de manera oportuna y expedita (a veces ni siquiera de forma veraz), sino de hacer que el lector se quede más tiempo en el sitio y que al avanzar en el texto confuso y soso pueda visualizar los anuncios de aquellos patrocinadores que los respaldan.
Está práctica, más comercial que periodística, comienza a volverse un “ruido” dentro de la red y que si no se evita, puede perjudicar la percepción de credibilidad que muchos sitios han logrado en los internautas informativos.