Por: Griselda Lira “La Tirana”

⁠La pensión alimenticia

Soy un humano, soy una persona

Natanael Cano

Nos jalamos para el antro pero yo no me sentía del todo completo, por mi cabeza giraban muchos pensamientos, algunos de ellos relacionados con las deudas que tenía por no haber pagado la pensión alimenticia.

A nuestra mesa se unieron unos ganaderos, había de todo, especialmente presentismo. Gente que vive el hoy con sus excesos y su evasión. La conjunción de todos los deseos porque el mañana no sabemos si llegará.

México está muy mal, pero sigue siendo el lugar de mis raíces, aunque todos dicen que es un narcoestado, yo lo veo como a un chamaco que adolece y llora la herida del desamor. Por mi parte soy la mímesis de mi patria, un romántico que escucha corridos tumbados para ocultar su miedo.

– Don Julián Morales es el caballero que pagó la borrachera.
Generalmente no bebo con desconocidos, pero los guardias de Morales me echaron el ojo y tuve que ceder. Partimos al rancho ganadero de don Julián, es un tipo extraño, muy bien parecido, en todo momento está vigilado. Creo que le agradó mi presencia, pero prefiero mantenerme en silencio porque soy un ignorante y en una de esas, me meto en problemas y no tengo billete.

Amanecí en la casa de Morales, tengo que comportarme como si supiera de la vida, aunque me sienta incomodo. Julián me observa y lanza la primera pregunta:
– ¿A qué te dedicas chamaco?
– Soy soldador, señor Morales.
– Jiménez, lleva a este amigo a comprarse ropa.
– ¿Sabes montar?
– Sí señor.
– Muy bien, los caballos necesitan buena mano y observé que no te doblaste con Garrido cuando se armó la bronca en el antro, al contrario, te la debo.
– Pero…
– No hay problema, veo que tienes acento norteño, ¿de dónde eres?
– De Guaymas, señor.
– Mira qué coincidencias mi abuelo era de Sonora.
– Dale un arma.

Me temblaron las manos, había dicho que no tocaría un arma después de la muerte de mi hermano, pero tenía miedo, no sabía a dónde estaba. De pronto, una llamada a mi celular me devolvió la conciencia, era el licenciado Valdivia para decirme que tenía una orden de aprehensión por no pagar la pensión alimenticia.
Morales me observó como si tuviera el don de adivinación.
– ¿Por qué no pagaste la pensión?
– Porque no es mi hijo señor.
– Eso a ti no te importa, desde el momento en que tocaste a esa mujer, desde ese instante te haces parte de su vida y de su cuerpo.

– Te voy a dar un adelanto para que pagues todo, pero quiero ver a esos caballos bien cuidados. En cuanto a la joven y su demanda de pensión alimenticia, de eso me encargo yo.

Las dádivas y la generosidad me dieron mucha desconfianza, pero Morales, buscaba la ocasión para que yo le debiera más y más favores. En ningún momento me preguntó si quería trabajar para él, solo me lo ordenó. Temía por la seguridad de mi familia y preferí acatar las órdenes. Julián tenía muy mala fama, pero yo solo experimentaba su generosidad.

Con el tiempo, me convertí en su brazo derecho y en cuanto a la pensión alimenticia, la madre negoció y Bartolomé, su hijo, se quedó conmigo para siempre. Un día, removiendo las carpetas de don Julián, encontré mi acta de nacimiento, recibos de la pensión alimenticia y una nota que decía,

Julián, gracias por hacerte cargo de mi hijo. Con todo el amor,
tu hermana Lucía.

Comprendí que nadie puede juzgar a otro porque al final, somos humanos, somos personas.