Por: Mónica Teresa Müller
El zanjón era amplio y las tierras que lo rodeaban, inundables, pero la pobreza no entiende de eso; la falta de cosas necesarias obnubila pensamientos y encuentra en respuestas sencillas, la solución a los problemas que hurguen.
La felicidad representa una casa hecha con lo que se encuentra y se agradece a Dios cuando alguien extiende una mano.
Así fue, el cauce de agua al costado de la carretera dejó que el líquido mugroso buscara recorrido por otro lado. Cascotes y tierra lo rellenaron, poco a poco. La franja de terreno ofreció su planicie para que fuera cuna de muchos; entre ellos, los padres de Margarita armaron una carpa mientras recolectaban chapas y ladrillos para construir un cuarto que los albergara.
Todos los días, doña Paca observaba, desde su casa del barrio cercano las idas y vueltas de esa familia. Le preocupaban los pequeños, que parecían ser cinco y deambulaban a cualquier hora junto a un perro, que era lo opuesto a la delgadez de ellos. A la mujer aún le dolían las hambrunas en tiempos de su niñez y decidió ayudarlos.
“¡Margarita!”, llamó una tarde a la mayor de los chicos. “Sí, doña”. “A partir de mañana, pasá por casa que te voy a dar algo de comida, siempre preparo demás y seguro los va a ayudar”. La niña cabeceó un sí y siguió su camino hacia la carpa y a partir del mediodía siguiente, retiró la comida que le había ofrecido doña Paca. En ningún momento se acercó alguno de los mayores de la familia para agradecer, no para reconocer sino para conocer a la persona que tenía acercamiento con Margarita.
El espacio de lo que fuera el zanjón fue ocupado y en él se levantaron lo que decían eran casas. Todo tenía su espacio y se mezclaban desechos con cartones y metales para vender, pero las mismas necesidades hacían olvidar de aquello que en realidad faltaba. La costumbre de no tener, llega al punto de pensar que lo logrado es el límite y se naturaliza. Y allí pueden tener lugar acciones incomprensibles, pero la realidad existe para el que la vive.
Doña Paca no veía que los hermanitos de Margarita mejoraran su apariencia. Decidió preparar más alimentos para darle a la niña. Sabía que no podía exceder sus gastos porque no llegaría a fin de mes, pero la pena y los recuerdos de su niñez, la hacían sentir culpa aunque no la tuviera.
“Hola preciosa, preparé más comida. Cuidado cuando cruces hasta tu casita”, le dijo a su vecina cuando fue por el recipiente. “Gracias, doña ¿sabe? Mi Pelu es cazador”, comentó la pequeña. “¡Qué bien!, pero ¿quién es Pelu y qué caza?”, preguntó Paca. “Pelu es mi perro y caza las ratas que pasan cerca. No se le escapa ninguna”. La mujer hizo un gesto asqueada y saludó a la niña con la mano en alto.
Los días de lluvia impidieron que Margarita se acercara a retirar la comida. El barro suplía al asfalto y dejaba más abandonados a los que ya lo estaban. Doña Paca estaba preocupada. Varios días sin saber de la pequeña. Se preguntaba qué sería de la familia de su amiguita, de sus hermanitos.
Pasada una semana, la niña fue a la casa de la vecina. “¡Hola! Me tenías preocupada ¿Cómo se arreglaron los días de tormenta?, preguntó. “Fácil, doña, con lo que traía el Pelu”.



















