Por: Griselda Lira “La Tirana”

Lo conocí en Jalisco cuando mis padres decidieron mudarse debido al quiebre de las empresas; mi abuela Julia me había encargado su jarrón de porcelana, un regalo de su bisabuelo. Mis hermanos insistían en que mi jarrón no cabía en la mudanza y, además, según ellos, era muy delicado igual que yo, una escuálida e insignificante mujer que vivía solitaria en su mundo de artefactos e invenciones.

Ni Fabián, ni Arturo sabían que yo era la hija del amante de mi madre, el galante e intachable ingeniero Ramírez, un traficante de arte, al que mi abuela apoyaba en sus asuntos con tal de que tuviera a mi madre viviendo en la opulencia después del asesinato de mi padre.

Yo controlaba todos los movimientos que mi madre hacía, con tan solo una sola mirada, ella cedía, convenciendo a ese par de mediocres y codependientes de sus hijos para hacer mi voluntad, y no es que fuera caprichosa, es que ellos eran unas divas insoportables buenas para nada.

La Facultad de Ingeniería era un territorio masculino, al principio fue muy difícil adaptarme, pero poco a poco aprendí a ignorar los comentarios soeces de varones machistas, a tal punto llegó mi adaptación que después ellos mismos me cuidaban; gané reconocimiento porque mis calificaciones eran impecables y porque alguna que otra vez, le hacía la tarea a los compañeros que trabajaban en la planta de cerámica y porcelana china como el Compadre, un pretendiente que dejó la carrera por unirse al Ejército.

Zhao Wang me mandó llamar a su oficina después de haber terminado mi servicio social en su empresa.

– Ingeniera, tengo un lugar para usted en esta empresa. Solo quiero hacerle una pregunta y considérelo parte de su entrevista laboral.

– Dígame Dr. Wang.
– ¿Por qué usted tiene un apellido chino?
– Porque mi bisabuelo llegó a México después de la Segunda Guerra Mundial.
Agachó la mirada y se concentró en sus papeles sin despedirse de mí, asumí que debía salir.
Ahora que ya tenía un empleo, decidí salirme de la casa de mi madre y rentar mi propio departamento. Lo decoré a mi gusto y al lado de un espejo antiguo, coloqué el jarrón de porcelana.

La cena.
Al cabo de cinco años me dieron el puesto de directora de producción, el Dr. Wang me había tomado como su aprendiz porque su plan era nombrarme directora regional pero una tarde, a mi oficina, llegó mi hermano Arturo con la mala noticia de que mi madre había muerto y que, en una carta, había dejado escrito que yo no era la hija legítima de Pablo y, por lo tanto, no tenía derecho a la herencia.

Arturo no sabía nada del pasado de nuestra madre, así que llamé al “Compadre”.
– Compa, soy Liliana, espero que me recuerdes, estudiamos juntos en la facultad.
– Quihúbole, mi Lili, o debo decirte, La Muñeca. Sí. mi muñeca chula, claro que me acuerdo de ti, me traías volado en la escuela, pero nunca me hiciste caso por ser un humilde obrero.
– ¡Ya cállate y no digas pendejadas! No estoy para tus bromas, necesito que me hagas un favor.
– Cómo carajos no, mi Muñecota hermosa, el que tú me pidas.
– Hazte cargo del estorbo de Arturo, ya me tiene harta con sus chantajes.
Salimos a cenar para tratar el asunto con más seriedad. “El Compadre” llegó acompañado de dos amigos militares, uno de ellos me era conocido, pero no quise ponerle atención porque yo misma lo había reclutado para la seguridad de mi padre. Ya no era la niña escuálida de la que todos se burlaban en la escuela, ya era la directora de la empresa transnacional más importante de Jalisco.

Las llamadas.
– Ingeniera, buenas tardes, perdone que la moleste, su hermano Fabián vino a la casa y se llevó el jarrón de porcelana.
– Ese hijo de toda su p…qué no le alcanza con lo que le doy para sus drogas.
– Voy para allá Juanita, gracias.
En el camino me topé por casualidad con el Doctor Wang y le conté lo sucedido. Me dijo,
– ¿Tienes una foto del jarrón?
– Sí aquí está. Le mostré el celular.
Al ver la foto, solo observé cómo su cuerpo comenzó a transpirar y su respiración se agitó. Hizo dos llamadas en chino para que yo no entendiera y me comentó,
– Ese jarrón es una pieza única, ¿lo sabías?
– Sí pero nunca quise comentarle a nadie por miedo a que lo robaran.
Al llegar a casa Juanita nos narró cómo Fabián había robado el jarrón. Volví a llamar al “Compadre”.
– Necesito que encuentres a Fabián.
– No te preocupes Muñeca aquí lo tengo conmigo, pero debo decirte que el jarrón está hecho pedazos.
– Lo sé, muchas gracias Compadre.
Sabía que el jarrón no estaba hecho pedazos, que el Compadre me había mentido para sobornarme después o para sacar el mayor provecho de mi fragilidad. No pude dormir porque estuve ideando la manera de recuperar el jarrón. Años antes tuve la precaución de colocar una foto y una bolsa con dinero, la carnada perfecta para un holgazán como mi hermano. La foto era suya abrazado del jefe de un cartel.
Salí de viaje y al volver, el jarrón estaba de vuelta en mi casa, la foto y la bolsa con dinero seguían ahí. Me arrepentí por haber pensado mal del Compadre. Sin embargo, no quise llamarle, preferí invitarlo a cenar.

– Gracias Manuel.
– No te preocupes Muñeca, jamás voy a olvidar quién es la patrona y quién manda aquí. No solo te debo la carrera sino la vida aquella noche que tu hermosa mano de muñeca le dio dos tiros a quien trató de asaltarme saliendo de la escuela.
El Doctor Wang desapareció sorpresivamente, entendí que el asesinato de mi padrastro no era una casualidad y que de la noche a la mañana yo me había convertido en la heredera del imperio empresarial de mi padre, un traficante.