Por: Alejandro Ordóñez
María y Juan eran una joven pareja que no pasaba desapercibida, adonde fueran se convertían en el centro de la reunión; María era simpática, ocurrente; Juan, culto, eterno bromista. Tenían varios años de casados, ambos estuvieron de acuerdo en no tener hijos, ni… perros, su círculo social lo integraban jóvenes matrimonios con los que convivían varios días o noches a la semana. Cualquiera diría que eran el matrimonio ideal; él, atento y caballeroso; ella, cariñosa y amable. María era directora de una farmacéutica transnacional; Juan, el socio principal de un despacho dedicado a proporcionar servicios informáticos de alta especialidad a empresas transnacionales.
La vida transcurría sin sobresaltos; una mañana, la jefa de personal llegó a su despacho para presentarle a Luisa, la joven ingeniera que se desempeñaría como directora de investigación y desarrollo tecnológico. La joven dio pronto muestras de sus múltiples talentos y de su dedicación sin límites; además, tenía una maestría en una universidad extranjera, sobre inteligencia artificial, algo que Juan no acababa de comprender, ¿cómo podría beneficiar al despacho? La inteligencia artificial, decía cada que salía a colación el tema, es para los estúpidos naturales. No pasaron muchos meses para que ella se volviera indispensable y en esa condición acompañara a Juan en sus visitas a los corporativos de las empresas; además poseía una sonrisa capaz de desarmar al directivo más exigente y de crear un ambiente agradable.
El tiempo siguió pasando, era la temporada navideña, el presidente de un importante grupo financiero internacional -principal cliente del despacho- invitó a ambos a la fiesta que con motivo del fin de año ofrecían a sus empleados. Será cosa de escuchar algunos discursos aburridos, quizás ver un video institucional, comer en compañía de viejos sosos que con dificultad mastican el español; luego habrá baile, pasado un rato me despediré porque soy negado a ello, aunque tú podrás quedarte, dijo Juan a Luisa. Ella sonrió indulgente y lo volteó a ver con esa mirada que fascinaba a los hombres pero que a él, por alguna razón, lo incomodaba. Llegaron al salón del hotel más elegante de la ciudad, diríase que habían echado la casa por la ventana para agasajar a su personal. Escucharon los discursos, aunque en más de una ocasión sus miradas se encontraron como queriendo decir algo en medio de su silencio. Inició el baile, los ancianos se habían retirado, el vicepresidente estaba rodeado de gente interesada en hacerse notar, ni modo de hacer lo mismo. En la pista la gente, animada por los tragos gritaba, reía a carcajadas y ensayaba sus mejores pasos. Ellos, sin poderse comunicar por el ruido estridente, se conformaban con verse -de vez en cuando- y sonreír; luego, fingían estar interesados en lo que ocurría en la pista, aunque por el rabillo del ojo no dejaban de observarse. Él estuvo a punto de retirarse -varias veces-, pero se contuvo por educación, ¿cómo dejarla sola en la mesa? El tiempo avanzaba inexorable; las parejas que al principio guardaron prudente distancia se aproximaban y algunas bailaban mejilla con mejilla en una intimidad que auspiciaba buenos augurios. De pronto Luisa, harta del aburrimiento que le provocaba ser simple espectadora, se puso de pie, acercó sus labios a los oídos de un desconcertado Juan, para decirle, ¡ya estuvo bueno! Lo obligó a ponerse de pie y entre discretos empujones lo llevó a la pista. A pesar de los meses que llevaban conviviendo, nunca habían estado tan cerca. Aspiró su perfume con la certeza de que no podría olvidarlo. Disfrutó los destellos de los diamantes del dije y de sus pendientes, se perdió en sus ojos y en su sonrisa, pero lo que más disfrutó fue rodearle el talle y sentir cómo la mano de ella se acercaba a su cuello, sus dedos, que en un descuido rozaron su nuca y parecieron acariciarle el cabello, provocaron una descarga eléctrica que lo obligó a cerrar los ojos. La orquesta inició una tanda de música movida, bailaron sueltos, fue lo mejor que pudo ocurrir, se enamoró de los movimientos sensuales de esas caderas que iban y venían al ritmo de la música, su suave contoneo, el movimiento sutil de brazos y muñecas que lo llevaban la recordar a esas bailarinas árabes que se cubrían con un velo.
Salieron sin despedirse, ¿quién podría darse cuenta de ello? Se recargaron en el auto, sus cuerpos, como sus labios, se buscaron desesperadamente y se unieron en prolongado, ansioso y doloroso beso. De ahí a un hotel más discreto adonde nadie los conociera y luego, como suele ocurrir, a iniciar una relación frenética que no auguraba nada bueno para ambos, lo cual parecía no interesarles, lo importante era dar rienda suelta a esa pasión que se desbordaba en cada encuentro amoroso. María, preocupada por la investigación científica más importante de la farmacéutica, pareció no darse cuenta del alejamiento de Juan, comprendía que su futuro profesional estaba en juego y no podía fracasar, así que su marido pasó a segundo plano.
Entretanto, Luisa y Juan seguían disfrutando de esa interminable luna de miel, cada día se volvían más atrevidos, comían en los mejores restoranes, iban juntos al teatro, al cine, a conciertos, museos y hasta en los centros comerciales se les veía tiernos y amorosos -sin el menor recato-, como lo harían dos adolescentes. Bueno, no todo era dulzura, conforme se iban los meses Luisa se preguntaba adónde los llevaría esa relación, qué ocurriría cuando Juan se aburriera de ella, de seguro la dejaría y habría perdido un tiempo precioso para hacer su vida junto a alguien que fuera libre para amarla.
Acababa de llegar a la oficina, el celular sonaba insistente, pero Juan tenía una junta importante, era Roberto, uno de los grandes amigos con los que se reunían cada semana, se reportaría más tarde. Timbró el teléfono fijo, era su secretaria. Le llama su amigo Pedro, dice que más vale que le conteste en este momento, hay algo importantísimo, de vida o muerte, que desea comentarle. ¡Óyeme cabrón!, ahora sí la cagaste, dice mi mujer que María le habló llorando, te vieron con una chava del despacho entrando a un hotel. ¿A mí? No juegues güey, cómo crees. Mira cabrón, más vale que me escuches y no te hagas el inocente, entre los amigos corre un rumor, varios de ellos te han visto de mano sudada, jugando al noviecito. Te grabaron, no sé cómo le habrán hecho, te grabaron al entrar… Bueno, cualquiera puede ir al bar o al restorán de un hotel, eso no quiere decir nada. No te sigas haciendo el simpático, cabrón, te grabaron dentro del cuarto. ¿No sabías que tras los espejos de los hoteles puede haber alguna cámara filmando? ruégale a Dios que no vayan a hacer mal uso de tu cinta pornográfica porque si la venden por las redes vas a estar en boca de todos. María está hecha un mar de lágrimas, prepárate porque va a esperar a que llegues en la noche y te la va a armar en serio.
Luisa, tenemos; bueno, tengo un problema. Nos vieron, Luisa, nos vieron entrando al hotel. No te preocupes amor, niégalo, que te lo comprueben. Nos grabaron, Luisa. Di que unos clientes importantes del despacho nos invitaron una copa, fue una reunión de negocios. Nos grabaron al llegar y dentro de la habitación. No friegues, ¿en serio? De veras cariño, nos grabaron desnudos, haciendo el amor. ¿Qué hago? Está esperando mi regreso a casa, no me la voy a acabar; además, para acabarla de fregar el departamento y las cuentas bancarias están a su nombre. Procura tranquilizarte, estás muy alterado, te va a hacer daño; aguarda, dame unos minutos. Ya sé, hay que hacer lo que menos espere, ¡inteligencia artificial! ¿Cómo? Sí, dile que algún enemigo tuyo, un rival comercial tomó algunas fotografías de tu rostro, tu cuerpo, grabaron tu voz e inventaron todo, trataron de pegarte donde más te doliera, todo es inventado, la mujer que te acompañaba, las escenas eróticas, en fin… No amor, no conoces a María, jamás me creerá, la voy a perder y quedaré en la calle. ¿Me dejas terminar?, haremos lo que menos espera y no le quedará más remedio que creerte. No comprendo. Inteligencia artificial, cariño, supongo tendrás algunas fotografías de ella y algún mensaje de voz grabado en el celular; ahora necesitamos al amante, algún amigo tuyo para hacerlo más grave, tendrás también algunas fotografías y mensajes de él, no sé, quizás en el teléfono o en tu página de Facebook. Haremos un video de ellos entrando al hotel y luego en el cuarto, ya desnudos los dos, haciendo el amor; para que parezca más creíble me dirás cuáles son sus fantasías sexuales, ¿qué es lo que le gusta y cómo le gusta? Al verse haciendo el amor tal y como acostumbran ustedes no dudará de la veracidad del video, ¿me sigues? Oye cariño, pues sí que tu mujer es liberal y mira nada más qué cosas se le ocurren, fuera inhibiciones; oye, ahora que lo pienso, me obligaste a hacer eso, a mí no me gusta; es más, con toda confianza, me molesta, si accedí fue por tu insistencia y por satisfacerte, pero ahora que lo pienso sólo falta que cuando te estuve complaciendo pensaras en ella, que lo que buscabas era imaginar que estabas con ella y no conmigo… Bueno, dejemos pendiente ese asunto. Dame el nombre de ese amigo. ¿Roberto? Perfecto, ¿cómo puedes creer que me tarde una semana?, esta misma tarde lo veremos juntos y me dirás si es creíble o no.
Llegó temblando a casa, ella -llorosa- aguardaba recostada en el sofá, con la luz apagada. Él trató de darle un beso en la frente, como hacía siempre, pero lo rechazó. Tenemos que hablar de un tema delicado, jamás me esperé eso de ti. Sí, contestó él -en tono que no admitía réplica-, pero antes quisiera que vieras este video, siempre eres la primera en hablar, pero en esta ocasión me perdonarás, lo haré yo. Prendió la tableta, ella se sentó -intrigada-. Corrió el video, se vio entrando al hotel acompañada de un hombre al que no se le veía la cara, Juan descubrió la angustia reflejada en el rostro de María. El amante giró, quedando al descubierto la cara de Roberto. ¡Jesús! musitó ella, entraron a la habitación, se desnudaron, empezaron los prolegómenos del sexo; ella intentó salir de la sala, Juan se lo impidió, inició el acto sexual tal y como le gustaba a María, ella, en un gemido, volvió a pedir que parara el video. No quiero ver más tiempo ese espectáculo. Lo que más me duele es que hagas con él lo mismo que conmigo, me pregunto si me obligaste a hacerlo de esa manera para pensar en él cuando hacemos el amor, te haces las ilusiones que están juntos; además, es imperdonable que me hayas traicionado con mi mejor amigo, yo entiendo que somos humanos y de pronto podemos enloquecer y dejarnos llevar por la pasión, pero lo que me hiciste no tiene nombre, si hubiera sido algún compañero del laboratorio u otro sujeto yo habría hecho un esfuerzo por comprenderlo. Perdóname amor, fui una tonta, cometí un error imperdonable, estoy arrepentida, a quien amo es a ti, además en todo caso compartimos culpas, tú empezaste metiéndolo a la casa y Roberto aprovechó para terminar metiéndose en mi lecho. Yo no quería hacerlo, pero de tanto verlo, el trato continuo, amable y cariñoso me hizo perder piso y empecé a pensar en él; además me presionó, aprovechó que estabas de viaje para venir a casa, tomamos una copa y lo demás lo sabes, ya lo viste. Hablaré con él, le diré que me he dado cuenta del grave error que cometí, le prohibiré volver a buscarme. ¡No!, seré yo quien hable con él, me las va a pagar. No, Juan, te lo suplico, no me humilles así, yo cometí el error, déjame ser yo misma quien lo corrija. Para entonces su llanto era incontenible, el temblor de su cuerpo, notorio, su tez extremadamente pálida hacía temer un desmayo. Ella lo abrazó desesperada, sus labios buscaron la boca de Juan, se abrazaron, se besaron como si fuera la primera vez, con pasión desmedida, una a una fueron arrancándose la ropa, María resoplaba como si fuera una locomotora, se agitaba, gritaba, aullaba de placer, él le hizo lo que más le gustaba; ella lo que lo hacía enloquecer, era tal la excitación de María, tan fuerte la demostración de esa pasión que sin darse cuenta Juan se unió a esos gritos, gemidos, quejas y se dejó llevar por ese torbellino, concluyó que esa forma de hacer el amor y esas manifestaciones ruidosas eran lo que lo llevaban al paroxismo y que Luisa, a pesar de sus esfuerzos, jamás podría igualarse a María.
Ciudad de México, julio del 2024.