Por Julio Romano

El pasado 8 de julio se presentó, en la Sala Abundio Martínez del Centro de las Artes de Hidalgo, la serie “Seis hibridaciones para ensambles de cámara”, resultado del proyecto por el que el compositor Jesús Arreguín Zozoaga recibió el apoyo del Programa de Estímulo para la Creación y el Desarrollo Artístico (Pecda) 2023 para Hidalgo. El proyecto consistió, como su título lo indica, en la creación de seis piezas de cámara breves (la más extensa de ellas tiene quince minutos de duración) en las que —con dos excepciones— predomina la presencia de alientos, relacionadas con distintos procesos biológicos, celulares y moleculares.

La relación de la música con la naturaleza se puede rastrear al menos hasta el Renacimiento, con obras como ‘Le chant des oyseaulx’ (El canto de los pájaros) de Clément Janequin, pasando por la “Sonata ‘Representativa’” de Heinrich Ignaz Biber y obras tan emblemáticas como “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi, la “Sinfonía no. 6, ‘Pastoral’” de Ludwig van Beethoven, “Mi patria” de Bedřich Smetana o “Los pinos de Roma” de Ottorino Respighi, por mencionar sólo algunas. Con su propuesta, Arreguín no sólo se inserta en esta tradición, sino que la fusiona con los lenguajes contemporáneos, no sólo musicales sino también científicos.

Que el arte imita a la naturaleza es una idea que ya había propuesto Aristóteles en su “Arte poética”. Y si el conocimiento de la naturaleza nos lleva de lo descriptivo y lo percibido por los sentidos hacia la exploración de sus mecanismos fundamentales a nivel biológico y genético, ¿por qué no habría también la creación artística explorar estos territorios? Los títulos de las obras de Arreguín dan cuenta de esta búsqueda.

‘Genoma humano’, según explica el compositor, es la pieza toral del conjunto, aquélla que dio pie o en torno a la cual giran y se desarrollan las otras cinco. En ella, el peso de la ejecución parece repartirse de manera equilibrada entre los siete instrumentos que requiere la pieza, y el material sonoro se desarrolla, a partir de una secuencia de notas que constituyen una melodía breve, en distintas combinaciones. Esa melodía se reconoce y distorsiona a lo largo de la obra, creando distintas atmósferas, sobre todo vívidas, basadas en la repetición y reelaboración del mismo material.

En el resto de las obras tiende a haber una prevalencia de un instrumento por encima de los demás. Así, en ‘Núcleo celular’, que requiere una formación instrumental similar a ‘Genoma humano’, el contrabajo conduce el desarrollo de la pieza, como si de su voz dependieran las de los demás instrumentos, de la misma manera en que los elementos que constituyen el núcleo de una célula están supeditados al comportamiento del elemento central de ésta: la membrana.

En estas dos piezas la formación instrumental es similar (alientos y cuerdas), pero las atmósferas que desarrollan son muy distintas, mucho más oscura la segunda, aun cuando la primera en algún momento pareciera tender al caos.

La viola es la protagonista de ‘Metilación’; en ella, el solista desarrolla el material centralde la pieza, guiado por una grabación digital que sirve de base y orientación para la improvisación. El resultado, previsiblemente, variará en cada ejecución de la pieza, que permite al violista experimentar con distintos recursos técnicos, rítmicos y melódicos. ‘Doble hélice’, para piano a cuatro manos, hace referencia también a la estructura del ADN; en esta pieza, una melodía reconocible se alterna entre las dos ejecutantes, dando como resultado una estructura que parece hacer paralelismos con los puntos de contacto y distanciamientos de los elementos básicos de nuestra estructura genética, a partir de un principio de repetición constante.

Finalmente, ‘39 pares de cromosomas’ y ‘23 pares de cromosomas’ hacen referencia al perro y al ser humano. En la primera pieza, Arreguín rememora los últimos días de un chihuahua y traduce a la música su comportamiento nervioso y sus últimos ladridos, a través de las intervenciones del piano y el clarinete; el resultado es un retrato sonoro nítido del comportamiento del animal al que se alude. En la última, la única en la que participa la voz humana, quizá sea este elemento el que dé la clave de interpretación; a lo largo de la pieza, las cuerdas proponen una secuencia de notas que sirve de base para la intervención de la voz, los alientos y el piano; la sensación de crecimiento constante, una evolución, puede remitirnos no sólo al desarrollo genético del ser humano sino también a otros elementos que nos constituyen, como la conciencia, el despertar individual y colectivo, la diversidad de emociones y sentimientos que somos capaces de albergar, el retorno a lo fundamental.

Al proyecto compositivo de Jesús Arreguín se añade también una dimensión visual: los músicos, al momento de ejecutar las piezas, están vestidos de diferentes colores: amarillo, verde, rojo, azul, en consonancia con los cuatro nucleótidos base del ADN: citosina, guanina, adenina, tiamina. De este modo, la estructura musical de las piezas se complementa también con una distribución visual correspondiente de los ejecutantes, igualmente en referencia a los elementos en que se basa la serie musical. Al frente del Ensamble Música ’900, en papel de director, Arreguín lleva una playera que incluye los cuatro colores. Esto, desde luego, se puede apreciar sólo en videograbaciones o ejecuciones en vivo (no en grabaciones sonoras), y además de añadir al recital un halo performático adicional, rompe con la idea de formalidad que suele tenerse con respecto de la música sinfónica, de cámara o contemporánea. Un recurso similar, elaborado con listones de colores, puede apreciarse también en la obra “De mí fluye lo que llamas tiempo” de Toru Takemitsu.

Presentaciones como ésta, además de hacer visibles los resultados de los programas gubernamentales de apoyo a la creación, contribuyen a enriquecer la oferta de música, especialmente contemporánea y de compositores locales, que hay en Hidalgo. Y el público, mientras mayor sea la oferta, más proximidad podrá tener con estos lenguajes musicales, cuyo acceso no tiene por qué limitarse a las grabaciones, los videos y las presentaciones o festivales en otras ciudades o entidades federativas.

Dirigidas por el propio compositor, las “Seis hibridaciones para ensambles de cámara” de Jesús Arreguín dan cuenta de la intrínseca relación que pueda haber entre ciencia, arte y naturaleza. La naturaleza, el mundo tal como lo percibimos a primera vista, ha tenido siempre una relación con la creación humana, desde la pintura paisajística o la poesía bucólica hasta la música programática que alude a distintas formas de vida y caos o la danza que recrea el movimiento del mundo. Y la ciencia, en este caso la genética, desde luego es también una exploración de aquello que existe antes que y en conjunto con el ser humano, y sin lo cual la actividad y presencia de éste no sería posible. Jesús Arreguín explora estas relaciones e inquietudes a través de la música, tratando de acercar a nosotros, a través de múltiples lenguajes musicales, los elementos, fenómenos y mecanismos que habitan ese mundo que la ciencia ha tratado de descifrar y que ha contribuido a la mejor comprensión de nuestra dimensión física básica. Éste, desde luego, no tiene por qué ser un terreno inaccesible para la creación artística, ni para el individuo.

La interpretación de las piezas estuvo a cargo de Claudia Ivette Arroyo García (flauta y piccolo), Vicente Briseño Cruz (oboe), Andree Mendoza García (clarinete), Raciel Ordóñez López (fagot), Sebastián Abimael Luna Valdez (violín), Juan Francisco Solís Rodríguez, Oscar Sánchez de Elías (violas), Guillermo Benjamín Cuevas Agiss (violonchelo), Perla Belén Becerril Martínez, José Andrés Herrera Coronilla (contrabajos), Alfonso Herrera Gómez (percusiones y glockenspiel), Claudia Lidia Alarcón Silva, Leonora Arreguín Alarcón (piano) y Yerandi Hernández Maldonado (soprano).