Por: Lucía Melgar Palacios

El fin de semana pasado, Donald Trump confirmó sus aspiraciones dictatoriales al invitar a votar por él para “no tener que volver a votar en cuatro años”.

El segundo suspirante al gobierno autocrático, por su parte, ha afirmado que las mujeres sin hijos (como Harris) son amargadas señoras con gatos, reiterado estereotipo misógino acorde con su idealización de la familia como ámbito de reproducción de la especie.
En este discurso fascistoide abunda también la demonización de la población migrante como “enemiga”, infaltable en el discurso de líderes autocráticos que usan la xenofobia para encumbrarse.

La experta en líderes fascistas, en particular Mussolini, Ruth Ben-Ghiat, quien ha cuestionado la poca atención de los medios ante el afán dictatorial de Trump, advierte también que el Proyecto 2025 “es una receta para el caos masivo, abuso de poder y disfunción en el gobierno”, en sintonía con “programas de autocracias actuales […] y con políticas de dictaduras del pasado”.

Como estos regímenes, los autores del proyecto ultraconservador enarbolan la bandera del orden para “salvar” al país de la ruina, magna hazaña que requiere de un líder fuerte, con principios y un mapa de ruta claro: un presidente poderoso que se apegue al Mandato para el Liderazgo Proyecto 2025 (título completo del mamotreto conservador).
Librar al país del desastre en que, afirman, lo dejará Biden implica, según el manual ultra, expulsar a millones de personas indocumentadas o con documentos migratorios fraudulentos.

Para ello, proponen reorganizar a la burocracia encargada de la política migratoria, hacerla más eficiente y expedita. Les urge, en efecto, eliminar medidas de protección a “menores no acompañados” para deportarlos pronto, antes que dejarlos bajo custodia de algún familiar indocumentado en EU.

Les urge deportar a quienes tengan antecedentes por delitos menores o violentos, a quienes hayan infringido el plazo legal de su visa, o hayan cometido algún “fraude” migratorio.

Cualquiera que no tenga ciudadanía, o casi, podría caer en la maquinaria expulsora pues los partidarios del orden sospechan de (casi) todos: las nuevas autoridades, advierten, deben prevenir el “abuso” fraudulento en las solicitudes de asilo, refugio, visa de trabajo temporal, visa de estudiante…

Deben reducir el acceso al asilo o refugio, rechazar las amenazas de pandillas violentas o la violencia familiar como motivos válidos de asilo. Deben limitar el derecho a fianza que, explican, permite que miles de “ilegales” anden libres por el país; mantener constante vigilancia sobre inmigrantes documentados, autorizar el uso al máximo de instalaciones masivas de detención, o de tiendas de campaña cuando sea necesario.
Deportar mucho y rápido: a México, bajo un renovado “Quédate en México”; a los países de origen, que deberán aceptar a sus nacionales so pena de sanciones financieras o suspensión de visas.

La política de expulsión, como la de la limpieza ideológica, construye al enemigo como amenaza nacional: el manual ultra habla de “extranjeros ilegales”, no de migrantes indocumentados; atribuye a Biden “la mayor crisis humanitaria de la historia” por su política migratoria y propone volver a la de Trump, endurecida.

Argumenta que la población migrante indocumentada abusa del sistema y cuesta demasiado a los contribuyentes. Esto lo repite el duo republicano en su campaña, aun cuando un comité del Congreso recién publicó que, según un estudio, en la próxima década la población indocumentada en EU contribuirá a aumentar su riqueza en miles de millones de dólares (The Hill, https://thehill.com/latino/4790170-undocumented-immigrants-southern-border-economy-deficit-cbo/).

De ganar Trump-Vance y adoptar este Proyecto, éstas y otras medidas, como hemos visto, serían catastróficas para millones de personas en aquel país.

México no correría mejor suerte: para los ultraconservadores es “un desastre de seguridad nacional”, que ha perdido su soberanía a manos de los carteles. Terminar el Muro, actualizar el programa “Quédate en México”, deportar a millones de paisanos/as agravarían la crisis humanitaria aquí. Poco importa: junto con el combate al tráfico de fentanilo se presentan todas como medidas indispensables para defender a Estados Unidos y a su población.

También forma parte de esta defensa cuestionar a las organizaciones, tratados y convenciones internacionales. Las primeras, aducen, deben servir a los intereses de EU; si no, son un gasto inútil y no vale la pena pertenecer a ellas; los segundos pueden aceptarse siempre y cuando no se contrapongan a la constitución estadounidense (interpretada por ellos).

Su visión maniquea los lleva a clasificar como focos rojos a países totalitarios o de ideologías contrarias, como Irán, Corea del Norte o Rusia, pero también al que más compite en lo económico con ellos, China.

De Europa sospechan porque, dicen, incluye a gobiernos “socialistas”; de las autocracias, poco o nada se quejan. Cegados por su temor al cambio social, distinguen entre “verdaderos derechos humanos” y “políticas sociales radicales” que no lo son, entre ellas, el derecho al aborto. Así como rechazar la “ideología de género”, reiteran que su país no debe contribuir a ningún programa internacional que “promueva” el aborto.

Al plan distópico del think-tank ultra y sus líderes potenciales se contrapone todavía el poder del voto. Ojalá en noviembre podamos respirar con cierto alivio.