Por: Lucía Lagunes Huerta

La periodista bielorrusa Svetlana, en su libro La Guerra no tiene rostro de mujer, señala que estamos acostumbradas/os a las narraciones de las guerras desde las miradas masculinas donde el número de tanques, muertos, tipo de armamento y generales al frente son los que cuentan, pero cuando hablamos de la guerra desde la mirada femenina la perspectiva cambia a los olores, colores y escenarios.

Diría que lo mismo tiene que ocurrir en los cómo se informa sobre las competencias deportivas, donde las narraciones se han construido a partir de ganadores y vencidos, pero, tenemos que aprender a mirarlas desde la presencia de las mujeres, iniciando con las Olimpiadas.

Porque lo que tenemos ahora, no sólo es la paridad en cuanto a la presencia de las mujeres en esta justa olímpica, sino las formas distintas de estar en esta competencia mundial.
Miremos lo lejos que estamos del año 1900 cuando se llevó a cabo la primera competencia olímpica donde solo participaron 2% de mujeres atletas, 124 años después en la misma sede de entonces no solo hay 50% de mujeres compitiendo, sino que hay guarderías, salas de lactancia para garantizar el bienestar de las competidoras y sus hijas e hijos, así como atletas que contienden embarazadas que nos demuestran que esto no significa renunciar a su vida profesional.

Incluso hay una delegación de las personas refugiadas, donde también participan mujeres, que nos recuerdan que este mundo sigue teniendo graves conflictos violatorios de derechos humanos, que aun cuando dejen estar en el escenario mediático sigue ahí, generando toda clase de dolores humanos, especialmente a quienes por sus condiciones sociales se ven más afectadas como son las mujeres, la niñez y las personas adultas o con alguna discapacidad.

Decía que sí o sí tenemos que desterrar las narraciones de vencidos y vencedores en las competencias deportivas, para cambiarlas por las del reconocimiento del triunfo de las otras.

Y la muestra nos la pusieron las gimnastas Simone Biles y Jordana Chiles de Estados Unidos, al hacer una reverencia para la ganadora Rebeca Andrade, mujeres que saben lo que es la discriminación por su color de piel y por su cabello, por no cumplir con los estereotipos de blanquitud.

Mujeres profesionales que compitieron con lo mejor que cada una tenía por la medalla de oro en su disciplina, pero que nunca se miraron como enemigas, rompiendo con ello el mandato patriarcal de la enemistad entre mujeres, como señala la antropóloga feminista Marcela Lagarde y de los Ríos.

Porque lo que el patriarcado nos ha enseñado a la humanidad es que las mujeres debemos mirarnos, concebirnos y tratarnos como enemigas, lo cual ha servido para evitar las alianzas entre nosotras y avanzar en la igualdad.

Las gimnastas Simone Biles, Jordan Chiles y Rebeca Andrade; así como la velocista Allyson Felix, quien promovió la Guardería y el centro de lactancia desde su posición en el comité olímpico internacional, no solo abonaron a la construcción del reconocimiento entre mujeres, sino que hicieron evidente los años de desigualdad y discriminación que se mantuvieron gracias a los estereotipos y prejuicios sexistas.

El mundo cambió, las mujeres deportistas son atletas que como cualquiera desarrolla músculos para poder rendir en la disciplina que ellas han elegido.

La nota no es que estén las madres o mujeres embarazadas, sino todos los años que se tardaron para estar en las olimpíadas en mejores condiciones.

Desde esta lógica, las narraciones deportivas tendrán que alejarse de frases sexistas o vivir en el rechazo tanto de la audiencia como del gremio periodístico que ha hecho un principio ético del buen periodismo el trato justo para las mujeres, tal cual como lo vimos con la Asociación de reporteras francesas y el mismo sindicato, quienes hicieron público su rechazo ante los comentarios sexistas de un locutor sobre una de las competidoras de tenis.

Acá ya no caben las visiones dicotómicas de buenos y malos, del mundo privado es de las mujeres y el público para los hombres, porque el mundo es para todas y todos y de eso las mujeres se han encargado de irlo demostrando.