Por: Griselda Lira “La Tirana” 

El 16 de octubre falleció mi abuelo, en apariencia, mis tíos lloraban desconsolados durante el funeral, pero yo sabía desde temprana edad que lo odiaban y que solo estaban ahí por el dinero.

Mi abuelo tenía dos familias, la primera era el compromiso social y la segunda, era el producto de un amor apasionado que tuvo con doña Catalina, la huesera. Yo la conocí en una de sus escapadas a Campo Abierto, una finca que construyó muy lejos de la ciudad y a la que nadie sino Próspero, su caballerango yaqui, tenía acceso. Cuando íbamos siempre me repetía las mismas frases,
– Nunca les cuentes nada hijito, especialmente a la Micaela, esa mujer es malvada.
– Abuelo, pero Micaela es mi madre.
– No es tu madre, eso dice ella, pero no lo es. Tu verdadera madre es…
Guardó silencio y me pidió que no intentara sacarle la verdad, así que me propuse encontrarla a costa de lo que fuera. En 1908 yo era un joven inquieto e hice mis primeros intentos por entrar al ejército, pero mi abuelo no lo permitió, decía que si me hacía militar no me volvería a ver y que tampoco le gustaba la idea de que algún día combatiera bajo las órdenes del General Maytorena.

Con los años entendí su posición y supe de su molestia en contra de don Pepe; mi abuelo era un hombre con sangre cabal y muy serio que construyó su imperio cervecero sin el apoyo de nadie. Maytorena, por el contrario, era el primogénito de una familia aristócrata que cuando podía le obstaculizaba los trámites agrícolas y todo lo relacionado con sus ventas.

Doña Catalina la huesera
Chapeada con tez muy blanca y una trenza que, tejida, le llegaba hasta sus formidables caderas, supongo que eso sedujo a mi abuelo o quizás su paso rítmico y sensual. No sé. Como yo era un adolescente muy morboso me gustaba verla mover el mole, tenía unos senos enormes, redondos y duros, se antojaba darles unos besotes.

Sus manos eran regordetas por trabajar el campo y ordeñar las vacas. Era callada pero cada vez que llegaba su hombre a la casa, ésta se llenaba de alegría y de todos los olores; desde flores aromáticas que ella misma cultivaba hasta tortillas recién hechas. Mandaba traer a la banda de músicos y había fiesta toda la noche. Así crecí, amado por la verdadera familia de mi abuelo. La otra, era una simple exigencia social.

La huesera era querida por los pocos habitantes de la ranchería porque los había curado de algún problema físico, un dolor o una caída; también por eso, le decían bruja, pero a ella no le importaba. Con doña Catalina mi abuelo tuvo dos hijos, Hilario y Ramón, ambos eran los hermanos que nunca tuve, me enseñaron a cultivar cebada, a cuidar el ganado y a cazar como si supieran mi futuro.
En contraste estaba mi abuela Eugenia, parca, seria, frívola y arrogante. A veces me preguntaba cómo es que mi abuelo se había fijado en la tal Geñita, total yo era hijo de quién sabe quién y estaba en mi derecho de hacerle el feo. Era flaca, terca y quejumbrosa, a todo lo que mi abuelo hacía, le encontraba un defecto, vivía como una reina y, aun así, se atrevía a pedir más; no tenía llenadera. Era una verdadera garrapata emocional.

– ¿Cómo es que se puede vivir en ese infierno?
– Poderoso caballero es don Dinero.
Próspero, de inmediato, me contestó en seri, su lengua materna misma que yo aprendí por convivir tanto con él. No sabía que era la lengua de mi madre.

La tarde del 27 de octubre de 1947 se leyó el testamento. Mis tíos, que en realidad eran mis medios hermanos, ya se habían repartido en sus sueños todos los bienes de mi abuelo y Geñita, junto con su cómplice Micaela, una lesbiana encubierta y protegida por la esposa de mi abuelo; habían cambiado su estilo de vida, ahora eran menos recatadas y dejaron de ir a la iglesia. De mojigatas pasaron a ser femmes fatales.

Mi abuelo me había mandado a estudiar leyes a la Ciudad de México, ahí me uní al grupo de Lombardo Toledano y otros socialistas utópicos, ellos me ayudaron a descubrir la verdad sobre mi pasado. Micaela envenenó a mi madre, la única hija legítima de mi padre con su primera esposa, Belem, una india yaqui. Eugenia, como buena perversa narcisista, sedujo a mi abuelo para después, quitarle todo.

Su plan falló.
A la lectura del testamento me acompañaron dos amigos de la facultad, sin esperarlo, me convertí en el único heredero y en ese momento, giraron orden de aprehensión a todos los involucrados en el asesinato de mi madre.
Siempre me pregunté por qué mi abuelo esperó hasta ese momento y Próspero me contestó en español:
– Tu abuelo esperó al tiempo de la cosecha.
Y respondí en mi lengua materna.
– Ctam zo yoofp Campo Abierto.
(Un hombre llegó a Campo Abierto).