Por: Abraham Chinchillas

Uno de los tantos gustos que comparto con la Troyana es la radio hablada. Al conocernos descubrimos que en nuestra juventud primera escuchábamos las mismas estaciones y preferíamos el mismo tipo de música, con excepciones que no comprendemos el uno del otro; INXS a mí me parece sobrevalorado y a ella Génesis le resulta incomprensible. Sin embargo el gusto por escuchar como forma de adquirir información es compartida.

Así coincidimos también como escuchas del recordado Germán Dehesa y otros líderes de opinión (iba a usar el adjetivo “intelectuales” pero no siempre son la misma cosa) que han emigrado con mayor o menor éxito a los podcasts y que continúan en la preferencia auditiva de la mujer que tomó el riesgo de casarse conmigo y que mientras yo escribo esto escucha apoltronada en los sillones del jardín a Martha Debayle.

Quien no ha emigrado del todo y menos de buena gana al mundo de podcast soy yo. Llámeme usted antiguo estimado lector, pero encuentro caótico el enlistado masivo de opciones que ofrecen las plataformas sonoras; me hace falta la estructura lineal de la radio, horizontal en el cuadrante, vertical en la programación. Tantas opciones me apabullan y pronto extinguen la curiosidad que me llevó a buscar algo nuevo e interesante.

Pero lo que verdaderamente mata mi deseo de sumergirme en el mundo del podcast e incluso de los canales de YouTube es el sensacionalismo trivial con que se proclaman. Me explico. Hace varias semanas, después de acompañar el desayuno con “El Noti” (un podcast informativo que es de lo mejorcito que uno encuentra en “cibersonoroespacio”), el dial digital nos condujo a un contenido titulado, parafraseando, “El primer asesino serial de mujeres en México”. De entrada la frase resulta interesante si lo que estamos por escuchar es un documental sonoro sobre la historia de Goyo Cárdenas, el criminal considerado como el primer asesino serial en nuestro país, o digamos, escuchar el descubrimiento que algún historiador hizo al desmenuzar los informes policiales de finales del siglo XIX que habrían confirmado que Francisco Guerrero Pérez, mejor conocido como “El Chalequero”, era realmente el macabro pionero del asesinato sistematizado y continuo, y quien fue encontrado culpable de asesinar alrededor de 20 prostitutas entre los años de 1880 y 1888 en la Ciudad de México.

Pero no. El podcast, con su versión de video, versa sobre la conversación con un reo de no más de 35 años de edad que se encuentra recluido en alguna cárcel de la ciudad de México por el asesinato de sus padres; es decir, por parricida y matricida. En eses caso “la serie” de crímenes resultó muy corta. No demerito a la conductora quien se presenta como experta en temas relacionados con crímenes de todo tipo y quien dejó muy claro durante la charla que sí conocía, al menos, la historia de Goyo Cárdenas; lo desconcertante es que el título del material sea una ocurrencia de algo que se dijo durante la entrevista y que resulta ser solamente un dato periférico y no el meollo de la conversación. Es decir, un sensacionalismo torpe y epidérmico; ya lo decía Shakespeare, “Mucho ruido y pocas nueces”.

Me gustaría pensar que el o los profesionales que se encargan de titular estos programas están distraídos, tienen una sobrecarga de trabajo que no les permite el tiempo necesario para analizar el resultado de lo grabado y encontrar un título que englobe la esencia del trabajo. Pero lo que creo más probable es que la ligereza con que se denominan o cabecean (para usar el argot periodístico) estos materiales obedece más a la escasa cultura general de quien lo hace, agravado por el nulo instrés por la investigación (miren que el dato del Chalequero lo conseguí en una deslustrada y apresurada indagación por la Red). Cabe observar que los nuevos profesionales de la comunicación que han egresado recientemente y han comenzado a laborar en estos espacios, pertenecen a la generación Millennial, la misma a la que en años recientes agarrábamos de chacota por tener en sus filas a seres que creen que están descubriendo el mundo y que antes de ellos nada existía. Pensándolo bien, la mofa resultó ser una realidad que ha comenzado a dar molestias y pena ajena.

Paso cebra
No crea el lector que me he olvidado que debo la segunda parte de la conversación que tuve con los escritores Ricardo Stern y Rogelio Perusquía en la pasada FUL 37 sobre la novela del primero “Hablan despiertos”. Es que se me atravesó la urgencia de la reflexión de hoy. Nos leemos la próxima semana.