Por Mónica Teresa Müller

Le dijo que no le gustaba y salió por la puerta principal del café. Joaquín había quedado con las palabras sin decir. Era indudable que ella siempre quería tener la razón de todo. “Los cuarenta no le sientan bien”, pensó. Llamó al mozo, pagó y se fue con la sensación que Arjona, tenía algo de razón.

Se conocían desde hacía cinco años. Ella una mujer de vida independiente, él un dependiente de las mujeres. No la había podido convencer para que vivieran juntos. Bea era de las mujeres que asumen las responsabilidades de manera rotunda. Nada le asustaba ni modificaba sus decisiones. Tampoco nadie era capaz de interferir para aconsejarle algo porque la mirada de ella era como un puñal. De esa forma subsistían, sí, porque no vivían ni un minuto sin que fuera todo exacto y calculado con anticipación.

Habían transcurrido cinco años en los que se había hecho una pregunta reiteradas veces: “¿La quiero?” Según su amigo Raúl no existía amor entre ellos. “¿Me podés explicar por qué decís eso?”, le preguntó. “Lo digo y afirmo. Bea es autoritaria y mandona, te vive ordenando y decide por vos. Vos, viejo, agachas la cabeza y obedecés.”

Adolfo se quedó pensando. Él la amaba y deseaba complacerla en todo, por eso parecía que le obedecía. Deseaba que ella fuera feliz. “Sabés, Raúl, quiero entornar los párpados y ver que disfruta de cada momento que pasamos juntos, sin un no, que quedemos hipnotizados por el encanto de tenernos y querernos en el fuego fascinante que genera el amor ¿entendés ahora?” Raúl lo escuchaba, pero no comprendía porque él era diferente a su amigo. “No te entiendo. Dejala, que vaya a buscar un perejil para que le obedezca. La verdad que me gustaría pasar una semana con ella, te la devolvería domada.”, contestó Raúl con una carcajada por final.”

Reconoce que su amigo lo tiene harto. Saca en conclusión que dice lo que dice y habla de Bea, desmereciéndola, porque se nota a la legua, que nunca se enamoró; por eso piensa que todas las mujeres, para él, son un secreto que cree conocer bien y cae en una remediable equivocación.

La pareja continúa una relación que por momentos se pone tensa. Ella, poco a poco, se toma atribuciones que no le corresponden. Se hace dueña de su salud y tramita turnos para cuánto especialista está en el listado de la medicina prepaga de Adolfo. Lo acompaña y hace preguntas a los facultativos como si ella fuera el paciente. Compra ropa online sin que él la elija y suma intervenciones que ya, no pasan desapercibidas por el hombre.
A la par, Raúl se pone cargoso y la supera a Bea. Aconseja y no se cansa de hablar. Según dice, él sabría cómo pararla. Cómo decirle que no se meta, que lo deje vivir la vida en paz. ”Los cuarenta no les sientan bien. En plural, debería cantar Arjona.” Murmura Adolfo.
Ella está en el departamento. Las flores que trajo y acomodó en el jarrón de la sala son horribles. Aguardan a Raúl que los invitó al teatro. Reconoce que llegó la hora y está decidido a poner el sello a las dos relaciones.

Al sonar el timbre, la llama: “Vamos, que nos espera Raúl”. Luego del saludo los tres se dirigen al ascensor; cuando para, ingresa Bea, le deja el turno a Raúl, Adolfo no ingresa y cierra la puerta.