Por: Christian Falcón Olguín

En el mes de julio del presente año se presentó el libro “Señor de Jalpan, Una historia, una devoción”, publicación de la doctora Verónica Christiane Kugel, en colaboración con Mercedes Ibarra Martín, Joel Pérez Martín, Yael Rodríguez, Francisco Pérez Martín y Alfredo Sánchez Rello.

Esta obra detalla la historia de 254 años que el Valle del Mezquital, y en particular Ixmiquilpan, se le ha consagrado con devoción y fe católica a las festividades de la imagen del venerado cristo, la cual proveniente de la Capilla de la Hacienda Jesuita de Jalpa o Jalpan en el Estado de México ha marcado la cultura y diversos relatos en esta región desde 1770.

La imagen del Señor de Jalpan es la de un magno crucifijo tallado del siglo XVII, cuyas dimensiones aproximadas son de 1.80 metros de pies a cabeza y 1.48 metros desde cada extremo de los brazos, misma que está colocada en una cruz de madera de 2.30 metros de altura y con su travesaño de 1.60 metros.

El libro describe la narrativa de la llegada de la imagen al corazón del Valle del Mezquital, después de que el “Cristo de Mapethe”, el cual representaba la imagen de mayor veneración en la región, fuese llevada de manera sorpresiva a la Ciudad de México por las autoridades clericales de la época por considerarle de valía autentica en milagros.

Después de aquel episodio, el sacerdote ixmiquilpense, Juan Manuel Cea, hace la petición de que se le autorice el traslado del Cristo de la Hacienda de Jalpa al Valle del Mezquital, ocurriendo un fenómeno social en la época, pues ante un gran recibimiento de los habitantes, primero en el barrio de Tlazintla, ahora el Barrio del Carmen y, posteriormente en la Parroquia de San Miguel Arcángel, siendo desde aquel momento su santuario de fe y tradición en el municipio.

El pasado 20 de septiembre concluyeron las celebraciones al Señor de Jalpan, en el municipio hidalguense de Ixmiquilpan, fueron 40 días de ofrendas por parte de más de 40 barrios y comunidades, mismas que iniciaron desde el 31 de julio y, con esto termina la serie de actividades conmemorativas que el Comité Organizador de Mayordomos había planteado para este 2024.

Recuerdo cuando en mi niñez, en la década de los ochentas e inicios de los noventas, desde la calles del centro disfrutaba de las celebraciones al Señor de Jalpan, tiempos en que los vecinos, amigos y familiares se organizaban para adornar el paso de la imagen el 7 de septiembre de cada año; las calles se cerraban al paso vehicular para realizar la organización de la procesión, dando pauta a que los peatones y niños en bicicleta se pasearán, y, con asombro observaban la belleza y creatividad de los arcos que enmarcaban las calles y los tapetes artesanales de aserrín, alfalfa y pétalos de flores, adornaban con simbolismo y sincretismo las calles del centro ixmiquilpense.

Los barrios como Jesús, Progreso, San Antonio, San Miguel, El Fitzhi, El Maye, San Nicolás, La Reforma, El Nith, Panales, entre otro más, eran las mayordomías que con devoción se encargaban de decorar el camino de la procesión con arcos decorativos, el cual salía desde el templo de San Miguel Arcángel, con dirección a El Carmen, El Centro, San Antonio, San Nicolás, hasta llegar al barrio de Progreso o “La Otra Banda”. Lo relevante de la tradición es que, desde su salida del centro de la ciudad era venerada la imagen con su singular estilo e interpretación, el motivo, era mostrar el agradecimiento de los vecinos ante la imagen del nazareno en la cruz.

La procesión estaba llena de elementos multicolores, desde que se repicaban las campanas de la Parroquia se observaba el movimiento oscilante de los feligreses, en medio de ese se vislumbraba al Señor de Jalpan que, con su ornamentación de Cuelgas, Escamadas e iluminación, era llevado por sus cargadores vestidos de pantalón negro y camisa blanca, entre incensarios, oraciones y cánticos para dar su avance en las calles.

En cada arco decorativo, se tenía una base que daba un descanso a la imagen, además de una mesa para que el sacerdote otorgara su mensaje a la comunidad que recibía a la peregrinación, entre pirotecnia, algarabía popular y desde las bocinas del sonido itinerante se escuchaban oraciones y canticos religiosos, continuando con su paso hacia la siguiente parada del barrio considerado en la ruta.

Y así transcurría el paso de la noche a la madrugada se hacía corta para algunos y extensa para otros fieles, hasta que, ya muy entrada la madrugada del 8 de septiembre se regresaba al centro de la ciudad, en ocasiones, tal vez, en algún momento incluso, la estrella de la mañana se miraba en el firmamento celeste, para recibir la procesión del arribo del Señor de Jalpan al colocarse en el altar mayor de la Parroquia de San Miguel Arcángel, que concluía con una celebración litúrgica, fiesta, tamales y atole.

En fin, como expresión curiosa que veían visitantes de otras ciudades, estados o nacionalidades era la pregunta ¿por qué la imagen porta la banda presidencial tricolor en su pecho? No faltaba quien comentaba que era una falta de respeto al laicismo o quien lo miraba con agrado el simbolismo patriota; pero estimados, lectores, no quiero como ahora se dice, hacer un “spoiler” al libro, todo lo contrario, espero que con esto se pueda generar un interés por adquirir la obra literaria en su próxima visita turística a Ixmiquilpan, solo les puedo adelantar que, el Señor de Jalpan es ”El General de generales” del Valle del Mezquital, y cuya respuesta a la tradicional colocación de la banda tricolor proviene de la narración popular en un pasaje histórico que relata un intento de invasión militar a un pueblo que, vive y celebra su fe.