Por: Jorge Esqueda
La muerte del Humberto Ortega podría pasar desapercibida y merecer apenas mención informativa, excepto si recordamos que fue uno de los muchachos sandinistas que acabaron con el régimen de Anastasio Somoza en 1979, lo que abrió una era de expectativas esperanzadoras
para Nicaragua, país que casi medio siglo después, se encuentra en otra dictadura, quizá más dura que la mencionada, a cargo de otro sandinista, Daniel Ortega, hermano del finado.
Humberto falleció bajo resguardo de una unidad médica militar, que podría pensarse era un gesto fraterno de Daniel, pero el hecho de que esa unidad fue anunciada dos días después de que el mandatario recibiera las críticas públicas de quien también estuvo al
mando del ejército nicaragüense, pinta una realidad muy diferente.
Los dos Ortega junto con otros muchos jóvenes, enfrentaron y vencieron con su equipamiento modesto, a un ejército pertrechado por su par estadunidense. Su accionar en los años setenta del siglo pasado, recuerda al entusiasmo que dos décadas después despertó
el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), al levantarse en armas en el sureste Chiapas, en México.
Pero si la euforia levantada por el EZLN se quedó en carteles y camisetas con la efigie de su líder, el subcomandante Marcos, en Nicaragua el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) sí tomó el poder, lo perdió en elecciones y lo recuperó dirigido por
Daniel en 2007, año desde el cual gobierna en un proceso de descomposición democrática y destrucción de las expectativas esperanzadoras que levantó.
Ese proceso de descomposición ha sido mostrado, entre otros elementos, por el ataque a múltiples organizaciones de la sociedad civil, entre ellas la Iglesia, en un país donde las desigualdades sociales y económicas siguen existiendo y hacen necesario su trabajo.
Estas organizaciones no solo asisten a sectores sociales que lo necesitan, sino también se han mostrado críticas del proceso gubernamental que ha llevado a Nicaragua a una situación similar, y para muchos peor, que con Somoza.
Humberto padecía del corazón. Tuvo una fuerte operación en 2000, y a últimas fechas se quejaba de “insuficiencia cardiaca”, y falleció el último día de septiembre de un paro cardiorrespiratorio, de acuerdo a un comunicado del Ejército que había comandado.
En la entrevista que para la oposición nicaragüense generó su resguardo en una unidad médica militar más que su estado de salud, Humberto hace en un lenguaje terso una dura descripción del gobierno de su hermano.
“Algunos han optado por un camino totalitario para imponer un modelo, un sistema que no tiene cabida en Nicaragua”, fue una de sus frases en la entrevista que se puede consultar en
https://www.infobae.com/america/americalatina/2024/05/19/humberto-hermano-de-daniel-ortega-su-poder-dictatorial-no-tiene-sucesores-tras-su-muerte-debera-haber-elecciones/
Y también “creen que el mejor modelo para vencer la pobreza es un Estado bondadoso sin tomar en cuenta que no se da lo que no se puede producir, y que se vuelve entonces un Estado corrupto y parasitario que el pueblo recoge lo que le dan, pero no está de acuerdo
con esa manera.”
Humberto también sugería la mejor forma de relacionarse con los actuales bloques geopolíticos que cada vez más disputan la preponderancia estadunidense en América Latina, puntos de vista de cara a la elección presidencial de 2026.
Es difícil estimar si Daniel hacía caso a las críticas de Humberto. La realidad señala que nada, pero su hermano al menos tuvo la posibilidad de decir algunas verdades fuertes al presidente de su país, de lo que otros muchos jefes de Estado o de gobierno carecen.
De salida: Ya lo era, pero se guardaba alguna esperanza de que no creciera. Y ya creció, ya puede hablarse de que es claro y nítido el conflicto regional en Medio Oriente, luego de que Irán atacó con misiles lo que la agencia IRNA llamó “centros estratégicos”
israelíes, con éxito de 90 por ciento, según afirmó. El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ya anunció represalias y lo que ahora resta es ver hasta dónde llega esta crisis, en la cual los que más padecen son los civiles de todos los bandos.
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