Por: Mónica Teresa Müller

Hoy me llamaron temprano. A las otras voces las oí en horas del atardecer, en el momento en que acostumbro a sentarme junto al ventanal que me permite ver la calle.
Esta mañana sucedió de manera inesperada, la voz con timbre de mujer apenas susurró, no cómo otras veces, fue similar a un suspiro que llega desde lejos.
No supe cuánto tiempo transcurrió. Cuando no oí más la voz, sentí tal vez lo mismo que otros parientes, porque es común en la familia vivir momentos como los que vivo cada vez que nos llaman. A los otros, a los familiares de papá les avisaban antes de que se fueran, así se iban seguros y con los trámites en orden.

No me gusta que me llamen temprano y mucho menos una mujer cuya voz es un eco. Reconozco que estoy en brazos del espanto; el miedo juega con mis sentimientos y no atino siquiera a rezar.

La casa parece haber multiplicado su espacio. La inmensidad de las habitaciones me impide el movimiento, tal vez he ingresado al mundo de las fobias. El olor a humedad penetra hasta mi alma y me enfrasca en un temblor desquiciado.

La soledad se adueña de la situación, por eso recuerdo a mi hermana, quisiera que estuviese. A ella la llamaron un día antes de que se fuera, mejor dicho de que la llevaran; el caso es que no creyó en el llamado, entonces no se cuidó y eligió permanecer en el caserón. Aquel día vino mucha gente, la casa y el jardín quedaron chicos. Cuchicheaban a escondidas y como si alguien estuviera junto a ellos, colocaban una mano junto a la oreja del interlocutor y le hablaban, bajo.

Ellos me llaman desde hace muchos meses, desde que se fue mi hermana, desde que se la llevaron luego de la elección de ella, a los otros les avisaron durante una semana. Yo no quiero que me llamen más, ni que me busquen cómo a los demás, aún los papeles están desordenados.

Mi mamá no creía en los llamados, pero aunque no los recibía igual se la llevaron. Me decía que no creyera, que eran cosas de los otros, de los que eran iguales a papá, que tenían mal comportamiento y que por eso los llamaban. A pesar de lo que dijera mamá, yo sabía que papá era un Político importante que siempre decía la verdad.

Cuando se la llevaron a mi hermana, la última que quedaba de la familia, ni me miraron. Ella estaba tan hermosa con el collar morado sobre la palidez de la carne, igual que los otros parientes.
Ellos me llaman, pero decidí no darles importancia y no escuchar sus llamados, a lo mejor se cansan antes de que yo decida ir.