Por: Alejandro Ordóñez
Quiero aclarar que mi tierra, San Andrés del Monte, es un lugar seguro para el turismo, los sanandresinos nos hemos esforzado por cuidar y proteger a las personas que nos visitan, hasta ahora no ha ocurrido hecho alguno que lamentar, a pesar de las noticias confusas y contradictorias que han difundido los medios de comunicación, así como del silencio inexplicable de las autoridades que se han negado sistemáticamente a proporcionar una versión oficial de los hechos.
El pueblo, famoso por su hospitalidad, atrae a gran cantidad de turistas que nos visitan por diversos motivos; así, nuestras calles se llenan de personas que vienen a disfrutar de la gastronomía, artesanías y ruinas prehispánicas, o de avezados excursionistas que se introducen por nuestra famosa gruta, que cuenta con un río subterráneo cuyo recorrido plantea retos que incitan a las más atrevidas aventuras. Si bien es cierto, y es necesario reconocerlo, a algunas decenas de kilómetros de aquí el narco ha sentado sus reales, se cuenta que son muchas las hectáreas donde cultivan amapola y mariguana cuyos sembradíos son protegidos por hombres dotados con armas de grueso calibre; sin embargo, la ruta que siguen para comercializarlas pasa lejos de nuestros campos, lo que nos ha permitido gozar de una paz poco común en esta región.
Ocurrió la noche previa a las fiestas patronales; desde la madrugada -dijeron los vecinos-, se escucharon ruidos inusuales de vehículos que transitaban por la calle principal, así como de helicópteros que volaban casi a ras del suelo y alumbraban con potentes reflectores, en busca de algo o de alguien. Más tarde se encontraron con que la brecha que va hacia la gruta y las pirámides estaba bloqueada y los solados impedían el paso inclusive a los peatones. Pronto se hizo una larga fila de vehículos que pretendían llegar a esos puntos turísticos, y que sin mayor explicación de los oficiales eran regresados al pueblo. La indignación crecía y el silencio de los mandos militares también; a media mañana llegaron ambulancias y grúas del ejército, mismas que regresaron horas más tarde, las primeras traían los cuerpos yertos de los soldados, así como un sobreviviente gravemente herido; las segundas llevaban sobre sus plataformas, vehículos artillados y de transporte de tropas, algunos con señales de haber sido incendiados; más tarde aparecieron tanquetas y camiones cargados de tropas que se dispersaron por el monte; en el ínter no menos de tres helicópteros apoyaron el operativo, mismo que resultó infructuoso pues no encontraron lo que buscaban. Para entonces los numerosos visitantes se habían retirado, lo que ocasionó graves quebrantos entre nuestros moradores pues nadie consumió alimentos, ni compró artesanías o se subió a los juegos mecánicos; por supuesto la parroquia tampoco obtuvo limosnas o donaciones. De lo que sí se llenaron nuestras calles fue de periodistas, camarógrafos y locutores que ante la carencia de un informe oficial inventaron historias inverosímiles; anochecía cuando corrió el rumor de que un reportero y su camarógrafo habían sido apresados por los narcos, porque para entonces eso era ya más que un chisme que se disipó cuando ambos hombres aparecieron al día siguiente, venían con la ropa desgarrada, cubiertos de barro y cara de espantados; estaban vivos de milagro, según dijeron -sin mayor explicación-, pero todo termina por saberse, se escondieron a unos cuantos kilómetros de la brecha, montaron una pequeña tienda de campaña que llevaban oculta en sus mochilas y al otro día se hicieron los héroes.
Nos atacaron verdaderos demonios, dijo el soldado sobreviviente, todo parecía en calma, era noche de luna nueva, así que la oscuridad era absoluta, la entrada a la gruta estaba cerca, al llegar a la curva pronunciada una llamarada como salida de los infiernos envolvió al jeep y al vehículo artillado, la mayoría murió en el acto, pero algunos alcanzaron a saltar a tierra, envueltos en llamas corrían desesperados, gritaban como condenados y sus aullidos nos pusieron los pelos de punta. Distraídos, impresionados por ese espectáculo que rompía la oscuridad no nos dimos cuenta que estábamos rodeados; una granada explotó en pleno camión de la tropa y en seguida las ráfagas de las ametralladoras y los certeros balazos de tropas se hicieron sentir, comprendí que nos atacaba gente experimentada y con conocimientos de las artes de la guerra, sólo yo logré sobrevivir tirándome entre matorrales de espinas y fingiéndome muerto.
Volvió la calma al pueblo, pero noches después otro convoy militar fue atacado, con resultados similares. El informe oficial dijo que se trataba de los mismos habitantes del pueblo, cooptados por el narco y que una vez consumados sus ataques escondían las armas y volvían a sus casas. Los abusos de la soldadesca fueron muchos, entraban a los jacales con lujo de fuerza, golpeaban y se llevaban a los hombres y abusaban de las mujeres. Corrió un rumor, los atacantes se escondían entre los túneles intricados de la gruta y por eso no los hallaban. Se organizó un gran operativo militar, llegaron al pueblo los ecos del tabletear de la metralla y las explosiones de las granadas, cuando por fin dieron muerte a aquellos intrusos, encontraron a diez hombres vestidos con uniformes de un color extraño entre gris y verde, similar al que usaron las fuerzas germánicas de la Segunda Guerra Mundial, arriba del bolsillo derecho de las camisolas, bordada la insignia de un águila con las alas abiertas y debajo de ella un círculo con una swastika, portaban fusiles Mauser Karabiner 98k, ametralladoras MG 42, pistolas Luger o Whalter P38 calibre 9 mm y dos lanzallamas; en las placas metálicas de identificación puede leerse el nombre y número de soldado, tipo de sangre, número de la brigada, así como la palabra “Wehrmacht”, que corresponde a la fuerza militar a la que pertenecieron.
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Ciudad de México.
Noviembre de 2024.