Agustín Lara toma un cigarro y se enciende nuevamente el mito que hace brotar su inspiración de la marihuana. Se dice que un reportero le preguntó si efectivamente era su musa.
Lara entonces tomó un cigarro de marihuana, lo encendió, se lo extendió a su interlocutor y le dijo, una vez que éste había fumado: “Ahora componga algo”. No sé la fuente de esta anécdota, y tampoco reconozco al Agustín tan abierto a hablar de este tema –secreto desde su juventud.
Sus amigos, los periodistas experimentados no necesitaban preguntarle nada acerca de sus fuentes de inspiración. Y suena extraño que, sin rodeos, el pianista terminara de pronto el mito que tanto tiempo le costó formar. Ninguna de sus esposas se enteró de esta afición, y sus amigos han sido discretos al respecto; ni Renato Leduc, tan pronto a develar secretos de sus contemporáneos, hace hincapié en esta faceta de Lara.
Si fumó marihuana toda la vida, no lo sé de cierto. Algo se puede adivinar en los vestigios arqueológicos de las farras diarias del Músico Poeta, pues nadie vive de sus años de juventud, cuando –antes de ser un pianista medianamente conocido– vagaba por las calles del Centro de la ciudad; por la calle de Héroes, en la colonia Guerrero, en donde estaban las mejores casas de citas de la ciudad; o por Cuauhtemotzín (hoy Eje Fray Servando) en donde había prostíbulos menos lujosos, a veces regenteados por travestis o viudas de revolucionarios que habían perdido la vida en alguna batalla. A Agustín le tocó ver un general que volvió a su casa para encontrar a su antigua esposa convertida en la dueña de una de esas casas –homicidio incluido.
Uno de los trabajos con más futuro para los músicos sin futuro era trabajar en esas casas. Lara tomaba hasta perder el conocimiento y tocaba danzones, foxtrots y tangos. Los pianistas de entonces, alma de las casas de citas, eran contratados por noche. A veces, tenían problemas con sus patrones por lo que se quedaban sin trabajo; ese problema se resolvía gracias a un pacto entre los músicos: el pianista desempleado iba a buscar a uno de sus amigos para intercambiar su empleo.
Uno de esos pianistas era Manuel Sereijo, pero el músico más importante para la vida de Agustín fue Rodolfo Rangel “el Garbanzo”.
“Ése me enseñó a andar en la vida”, le confesó el Flaco de Oro a Ricardo Garibay. El mítico maestro de Lara, que lo enseñó a tocar el piano con su estilo inconfundible y le mostró la manera de tratar a las prostitutas.
Entre 1918 y 1928, Lara fue puliendo su estilo. Repentinamente, ese mundo se desvaneció a causa de la prohibición de los burdeles decretada por Plutarco Elías Calles.
Durante años, la marihuana fue la droga de la pobreza, típica de los soldados y los indigentes. Seguramente, Lara conoció la canción “La marihuana”, que cantaban las integrantes del Trío Garnica Ascencio, quienes fueran sus primeras intérpretes. Esta letra proveniente de mediados del siglo XIX dice: Marihuana, ya no puedo ni levantar la cabeza, con los ojos rete colorados y la boca reseca, reseca. Tal vez escuchó (aunque es menos probable) un danzón cubano de 1931 cuyo estribillo decía: “Que vivan los chamacos, fumando marihuana”; o “La cocaína”, que cantaba la cupletista cubana Pilar Arcos: Busqué el placer en el licor, buscó calor mi cruel dolor, y entre locura ansiaba al hombre que tanto amaba, cuando el placer yo vi marchar, cuando el amor yo vi alejar, fue la cocaína un consuelo para mi anhelo mejor calmar.
El Che Bohr, el conocido compositor y director chileno, estuvo varios años en México; aquí dirigió la cinta Marihuana, el monstruo verde (1936), dedicada “al activo y eficacísimo cuerpo de policía de México”.
Monstruo verde, anecdotario de la pobreza, estigma social: esto más o menos era la marihuana por los años en que Agustín comenzó a probarla. Si su vida permaneció oculta durante largos años, es natural que sus aficiones y sus anécdotas sean sumamente escasas.