Los valores liberales, que han moldeado buena parte del mundo actual desde la Revolución Francesa, siguen erosionándose sin que se vea el fin de este proceso. Paradójicamente, uno de los ejemplos de esa degradación es la censura a la herramienta que basa su éxito en la libertad con que es usada día con día: internet.
Esos valores han conformado el mundo occidental, Europa y América, pero han tenido menos éxito en penetrar las sociedades asiáticas, reacias a cambiar sus valores, creando así dos polos en permanente tensión.
Parte de la resistencia a los valores liberales viene de la vertiente económica del liberalismo, que erige como centro del sistema económico al mercado. El siglo pasado vio la construcción de múltiples estados nacionales de bienestar, armados para intervenir en buena medida en la economía y tomar medidas de protección a la sociedad, en particular los de menores ingresos, y equilibrar así al mercado.
Esa intervención genera sin embargo una contradicción con el principal valor del liberalismo: la libertad, pues en mayor o menor medida, un estado de bienestar al actuar a favor de la protección social, acota la libertad.
La contradicción entre las vertientes del liberalismo político y el económico ha generado ya muchos tipos de situaciones cuyo comentario rebasa un artículo de opinión, pero la evolución del conflicto entre estas dos vertientes forma parte del toque que distingue ya a este siglo.
Con ese contexto tenemos que el desarrollo de internet amplía en buena medida los horizontes de individuos y grupos, lo mismo en el terreno político que económico, y el mejor ejemplo son las redes sociales, que ensanchan la comunicación e interacciones de todo tipo entre los individuos, y en este sentido redes y su vehículo posibilitador, internet, se levantan como una fuerte amenaza al poder político.
Un ejemplo es la llamada Primavera Árabe, donde las redes sociales auxiliaron en la organización del descontento político, creando el antecedente para que esas redes sean ahora imprescindibles en la organización del descontento cuando se vuelve activo.
Y en respuesta, los gobiernos han comenzado a tomar medidas que silencian a las redes sociales, y ya existen al menos dos grandes proyectos que podrían convertir a países enteros en campos de concentración cibernéticos, donde internet serían encendido o apagado desde un control central en manos estatales.
El primer gran ejemplo es la Gran Muralla de Fuego que opera China, que cierra el acceso a sitios y conexiones consideradas impropias por el gobierno de ese país, y que tuvo una fuerte aplicación con las acciones de descontento en Hong Kong hace unos cuatro años.
Y ahora Rusia tuvo éxito en cortar por completo el acceso a sitos imprescindibles en occidente como Youtube, Google, WhatsApp o Telegram, así como redes de acceso privado conocidas como VPN. El silencio informático, reportado por el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), se realizó en Daguestán, Chechenia e Ingushetia, y de segur como va su desarrollo, cerraría la comunicación con el mundo exterior, creando un auténtico gueto cibernético.
Pero en esta parte del mundo tampoco deja de haber esfuerzos similares aunque, hasta donde se sabe, de menor alcance. El más conocido en la prohibición gubernamental estadunidense de TikTok, bajo argumentos sobre el uso de la información privada de los usuarios de esa red social, y la amenaza que representa para la seguridad nacional por la influencia que el gobierno chino tiene sobre la empresa que opera esa red.
¿Cómo se resolverá esta acción que coarta la libertad individual? Por lo pronto no parece haber respuestas, y menos cuando la libertad de expresión se toma como cobertura para divulgar todo tipo de mentiras, desde el daño que generan las vacunas, hasta que los migrantes son delincuentes.
j_esqueda8@hotmail.com