Es miércoles. Llevo cuatro días aporreado por una gripe marca ACME, pero como me sentí mejor al despertar asisto al desayuno de cumpleaños de un amigo. En la pared norte del restaurante cuelga un televisor de dimensiones apabullantes donde se advierte la trama del partido de futbol más esperado del momento: el Club Pachuca contra el Real Madrid. Mis “vastos” conocimientos futbolísticos no me permiten entender bien a bien en que clase de torneo un equipo mexicano, el más antiguo de la comarca, se enfrenta a un equipo español, considerado por muchos el mejor de la península ibérica. En fin que sin mucha ciencia por resolver me siento a la tertulia cumpleañera en un lugar donde es prácticamente imposible no mirar los movimientos vertiginosos con los que las cámaras tratan de seguirle el rumbo al balón y retratar a su paso a quienes tratan de atajarlo, detenerlo, aventajarlo. “Hasta ayer era un bulto que sólo se quejaba y comía”, respondo a la pregunta de cómo he estado. ¿Hasta ayer?, interviene con amoroso sarcasmo mi mujer mientras me abraza, yo alcanzo a atajar diciendo “Hoy soy un bulto que se queja, come y además se mueve”, entre las risas desatadas puedo ver en la pantalla reflejado mi lance en el hombre vestido de amarillo que acaba de salvar de un gol tempranero al Pachuca, ignoro su nombre, por ahora prefiero dejarlo así para no volver personal mi desprecio si llegan a perder los “Tuzos”. La mesera, abrumada por el laúd repentino de comensales futboleros que ha casi coptado el establecimiento nos mira con desprecio a la pareja recién llegada a una mesa donde ya la mayoría apresura el plato de enchiladas y carne asada con entusiasmo de llagar pronto al pastel de festejado. Cuando noto que podemos quedarnos rezagados ante los pedidos de las otras mesas recien llegadas, me apresuro a alzar la mano al igual que el arbitro que marca una tarjeta de amonestación a un español de aspecto “no español” que con el uniforme merengue le ha entrado fuerte a un coterráneo mío. Pido aprisa, sin perder detalle del encuentro televisivo, unos chilaquiles rojos con huevo para mi y unos huevos divorciados verdes para la Troyana, en ambos casos tiernos en cuanto al nivel de cocimiento, anote también dos cafés y un poco de pan de mesa. La velocidad tortuguil pero enérgica de mi pedido hace, no sé cómo, que la mesera se confunda y no alcance a anotar nada, ¿Qué me dijo?, me hace voltear a verla en el preciso momento en que dentro del área chica Vinicius de un tijeretazo burla a Carlos Moreno y le pone a Mbapeé un servicio que no podía tener otro destino que el fondo de la red. Un lamento generalizado resuena en los comensales que me rodeaban y que también están metidos en el encuentro mañanero. Desdeño continuar con la orden de los platillos y me enfoco en ver qué ha sucedido, la repetición doblemente repetida muestra el golazo que acaban de acomodarnos. ¡Pinches gachupines!, sale de mi boca la rabia ancestral de Moctezuma Xocoyotzin. Pero esos no son españoles, dice alguien en la mesa, son africanos. “También la Liga Africana de Naciones puede irse mucho a la chin…”, pero tampoco son africanos, alcanzo a reflexionar antes de desatar otro problema diplomático con mi futbolera pasión villamelona. Uno es brasileño y el otro francés, dice Quique que ya ataca el último trozo de cecina en su plato huasteco de cumpleaños. Peor tantito, pienso, “oscuras fuerzas multinacionales tratan de vencernos”, digo temeroso del complot cuando el café llega por fin frente a nosotros. Guardando una vaga, muy vaga esperanza de que el marcador cambie a favor nuestro trato de poner mi atención a la charla del festejo, los chistes repetinos, las carcajadas, las bromas por la edad del agasajado, las anécdotas compartidas, etc. De reojo siento que me vuelve el alma al cuerpo cuando los “Tuzos” se acercan y tienen un lance casi heroico. Han llegado nuestros platillos y trato de calmar mi ansia de aficionado compungido entre las tortillas fritas bañadas con salsa de chile huajillo, crema, queso, cebolla y un toque de cilantro, cuando de pronto, Rodrygo, otro de esos jugadores españoletes que han nacido en Brasil, acomoda el balón en la esquina de la portería pachuqueña. El tiro ha sido en el dudoso filo del fuera del lugar por lo que el arbitro, de aspecto egipcio y que resulta ser venezolano, revisa en el VAR en donde en vez de pedirse una pura y dos con sal, sale convencido de que el fuera de juego, efectivamente está fuera del lugar y da por bueno el gol. Aprieto un pedazo de bolillo con la diestra mientras que con la siniestra tomo un bocado de desconsuelo. Aprovechando el medio tiempo aplaudimos y cantamos Las Mañanitas a Quique que no ha querido pedir un trozo de pastel para evitar a toda costa las delatoras velítas de cumpleaños. El trabajo de todos nos hace apresurar la despedida, la cual empujo con desespero cuando veo que la trama del segundo tiempo es también de terror para los “Tuzos”. Ya no pude ver como Moreno casi ataja el penal del tal Vinicius en el minuto ochenta, punto final del marcador de tres a cero. Es el sino del villamelon, desperdiciar su repentina emoción en partidos concenados al fracaso.; la espuma de la amarga cerveza de raiz. Vuelvo a mi gripa y a las actividades de día. Cuando menos pude acompañar a Enrique en su desayuno de cumpleaños.