En medio de una liquidación, la “Mary Tere”, la última papelería de la calle Guerrero, celebra 48 años. Las vitrinas de la marca J.M. Romo han quedado vacías y libretas, colores, gomas, lápices y gises se ofertan a mitad de precio apiladas en el suelo.

 

Tras la máquina de Melate, María Teresa Acosta Rivera, de 81 años, atiende a sus clientes: asiduos jugadores y uno que otro curioso que llegó seducido por el cartel de las ofertas.

 

“Ya se acabó mi ciclo. Quiero llevar una vida más tranquila, sin tanta presión”, contesta, conmovida, ante la pregunta del motivo que la lleva a cerrar el negocio. Ahora su plan es irse a una Casa de Día para bailar danzón y declamar poesía.

 

Con un discreto llanto recuerda que el 16 de enero de 1977 ella y su esposo Jaime inauguraron el negocio cuando se desocupó el local donde instalaron la papelería, al lado de su casa. «La dueña era muy linda; todavía me duró 30 años”.

 

Invirtieron 8 mil pesos en mercancía que compraron en la Ciudad de México “Hubo cosas que tardaron 10 años en salir, pedimos orientación para ver qué metíamos y nos vendieron lo que quedaban; fueron muy malas personas”.

 

 

Por esta razón, cuando una clienta se acercó a comprarle artículos para emprender un negocio de papelería, ella le recomendó irse por los lápices, los colores y libretas profesionales, de cuadro grande, chico y raya, no de hojas blancas, como le hicieron a ella.

 

El día de la inauguración lo recuerda como “toda una tragedia”. “Estaba con mi comadre, madrina de una de mis hijas, cuando llegó mi marido y me dijo que había atropellado a un chamaco. Yo creo que venía muy nervioso, no pasó a mayores. Lo llevó al hospital y todo quedó tranquilo”.

 

La papelería, que abría a las 9:00 y cerraba a las 21:00 horas, le dio muchas satisfacciones: convivir y pagar las carreras de sus tres hijos.

 

La familia se organizaba para surtir las listas de útiles que la escuela Ignacio Zaragoza le encargaba. En temporada de regreso a clases logró vender hasta 25 mil pesos al día y en la última temporada alcanzó 30 mil al mes.

 

“En ese entonces si se vendía, pero empezaron a llegar las Casas Grandes como Aurrerá y nos fueron desplazando”.

 

Los pequeños apostadores y los que sueñan con ganar la lotería llegaron al local después de que adquirió la máquina de Melate.

 

Con bastón en mano y cubrebocas, llegó Isabel para checar su suerte. Ganó diez pesos, mismos que utilizó para jugarsela una vez más. “Tengo un problema”, lo reconoce, y es que le cuesta parar desde hace 33 años que comenzó en el juego.

 

Acosta ha visto como diez pesos decepcionan y más de 2 mil han provocado gritos y la llegada de obsequios como forma de agradecimiento.

 

La primera vez que le plantearon cerrar el negocio fue en el 2014, tras la muerte de Jaime, pero ella se negó; contrató a una empleada y aunque batallaba cada cierto tiempo, continúo. La segunda vez fue en el 2020 cuando la pandemia de covid-19 azotó al mundo entero, pero tampoco se inmutó.

 

Más de 300 mil láminas y monografías siguen en un cajón, espera rematarlas antes de que acabe el mes y baje la cortina. Desde el año pasado comenzó la liquidación, pero retrasó el final unos cuantos meses; está vez, dijo, ya será la despedida definitiva.

 

“Lo voy a extrañar y me va a sobrar tiempo, pero me tengo que hacer fuerte y saber que todo tiene un principio y un fin, y para darle al cliente lo que se merece tiene uno que estar en óptimas condiciones, y yo entendí que ya llegó mi tiempo”, señaló en entrevista para Síntesis.