AMAR, SUMAR Y SANAR.

Tany Luz Folgoso Jaramillo

Utopía Cihuacóatl, Iztapalapa.

La filosofía de la resistencia que propone Carlos Javier González Serrano, el acto de amor a los demás que, de acuerdo con Eduardo Galeano, existe en la rebeldía, así como el acercamiento de María Zambrano a la sabiduría de lo irracional; definen parte de mis activismos renacentistas. El otro resto que da sentido a mi vida son las heridas y los sufrimientos, soy mis guerras, las batallas contra la dictadura de las emociones, lo que es políticamente correcto y el decoro para el bien del corporativismo institucional disfrazado de justicia, mismo que no me dio a luz pero que me despojó de todos mis derechos cuando me negué a idolatrar a un falo y al patriarca con máscara de ginecocracia.

Mi padre, un trabajador de la fundición, autodidacta, gran lector, visionario y envuelto en un capullo de utopías marxistas; mi madre, una ama de casa, sabia, gran lectora, mística con memoria privilegiada, la mujer que sabe de hierbas medicinales cuenta historias y se entrega a sus hijas en lo más simple y sencillo, lo invisible y silencioso de la espiritualidad cotidiana practicada por la Dra. Edith Stein y San Ignacio de Loyola. La encarnación de la perfección humana que hay en el autosacrificio y la humildad de San Francisco de Asís.

Sra. Teófila Díaz Pardo, moliendo especias. Fotografía propiedad de El Tlachiquero Jacobino ©

Mis padres se negaron a la manipulación detrás de las apariencias, los clubes de gente bien, las damas de sociedad que salen en la foto del político y nuevos ricos que se autonombran liberales, pero actúan como vendepatrias del s. XIX, seres rapaces sin ética, dispuestos a comprar toda conciencia que se oponga a sus frivolidades y presunciones efímeras que manan del poder adquisitivo y capitalista esquizofrénico. Crecí en los valores estoicos, salesianos y aristotélicos.

Desde mi infancia, viví un mundo de libertades tanto en el campo como en la ciudad y cada una de mis batallas se reflejaban en mis rodillas, en mi cabeza, en mi aspecto físico de marimacha como me etiquetaron las niñas que aspiraban a ser secretarias y casarse con un marido ingeniero, contador o abogado. Yo aspiraba a ser la espía, la ingeniera, la militar, era la punk rock anarquista que lideraba a niños varones en las mejores aventuras callejeras y retaba a los maestros con calificaciones impecables y cero en conducta. Me aburrían sus clases, sus posturas de Matryoshka que repite lo que otro dijo, sin ideas críticas propias y cuando llegas a la última muñeca, es una diminuta percepción de la realidad.

Desde mi niñez hasta mi edad adulta y mi regreso a México, sufrí bullying, acoso sexual, alienación parental, acusaciones falsas, burlas, desprecios, discriminación, abandonos, envidias, violencia física, psicológica, señalamientos, despojos, robos a mis trabajos escolares, a mi ropa, a mis bienes y a mis ideas. Mis verdugos, las niñas, sus madres y las maestras, las amantes de directivos, rectores y académicos sin escrúpulos; las brutalidades: los niños y varones machistas claramente educados por mujeres codependientes y esclavos del confort, la lujuria y el ego. Entes frágiles.

El pobre y limitado pensamiento de mis compañeras de escuela y sus madres; en contraste, con las tertulias intelectuales en la intimidad de mi familia, las discusiones filosóficas con mi padre, el amor a los libros, a las artes, los viajes, la música, el teatro, el baile y las tradiciones mexicanas; las bohemias con pulque, tequila, vino, café y alimentos preparados por las manos de mi madre. Valores que me dieron el fundamento para mis batallas posteriores; y tras la muerte de mi padre, se presentaron las crueldades y las agresiones hacia mi apellido, violencias que se prolongaron hasta el año 2015, momento en que decidí el autoexilio.

Éramos cinco mujeres expuestas a la infamia de la familia con opiniones y juicios innecesarios, los chismes de los vecinos y el oportunismo feroz de varones camaleónicos, narcisistas diabólicos y hechiceros con títulos de maestros normalistas. El coto, el complot, la élite hidalguense con sangre azul.

Los para qué

–              Las plegarias de mi madre y de mis amigos, los dichos de mi padre, el pulque, los libros y la soledad creativa, me salvaron.

Contesté a la periodista que me entrevistaba. Ella no quiso ahondar y desvió la conversación, su pensamiento buscaba justificar al gobierno que le pagaba, mismo que años atrás, por encubrir a mis agresores, sin género, me había imposibilitado para trabajar en todo el estado de Hidalgo y alienado de mis hijos acusándome de locura y rebeldía al contubernio entre matriarcado y patriarcado. Para el estado de Hidalgo y sus instituciones estaba loca, pero para el gobierno de Estados Unidos fui una competente propuesta y un elemento mexicano de alto nivel.

Iztapalapa rifa porque la profeta no es bien vista en su tierra.

Algo faltaba en mi vida y era, la música; tocar un instrumento, sentir una guitarra y un tololoche. Mi objetivo, el chicoteado, cantar en las bohemias de mi familia, las cantinas y las pulquerías, tal vez, ser miembro de un mariachi.

Ya instalada en el corazón de la mexicanidad, la alcaldía más devota, la reina de los mejores grupos de cumbia a nivel internacional y siendo docente de penitenciarias, de universidades públicas situadas en el entorno, me fui enamorando del barrio, de la Sur 21, del tonito cantado a ritmo de diversidad.

La Utopía Cihuacóatl

Aquí en la tierra es un lugar de mucho llanto,

lugar donde se rinde el aliento,

donde es bien conocida la amargura y el abatimiento…

Como si fueras una plantita, una yerbita, así brotaste.

Autor anónimo, s. XV.

El agua y los sueños de Gaston Bachelard que ahonda en el fondo del ser, lo primitivo, lo profundo de la cartografía poética, como a la flor de azalea inerte y sujeta a las tormentas de la vida, Iztapalapa de Cuitláhuac, sobre la loza de agua, me recibe como la madre cuya hija guerrera fue herida en las batallas brutales de la vida. Cruce el río caudaloso y embravecido de varias etapas de mi vida, a veces, en mi ensueño, lograba escuchar a los gallos y a otras aves, tenía un gran cansancio espiritual. Deje de preocuparme por el pasado, ahora tenía mi presente, mi guitarra y el tololoche.

Es época de amar en este refugio, en este oasis creativo.

Los enormes brazos de Tany, el talento de Gabi González, mi maestra de tololoche, la sonrisa de Yola, mi compañera en las clases de guitarra, otras risas, otras voces de mujeres anhelando ser escuchadas e iluminando los senderos de las niñas mexicanas ahora fuertes, empoderadas y libres. Soy crítica y pocos proyectos me conmueven, pero mis ojos ven el formidable y extraordinario trabajo que tanto Claudia Ocampo, la directora, como su equipo, han hecho en este espacio.

Gracias Utopía Cihuacóatl. Gracias gobierno de la Ciudad de México por darme voz.