A decir de mi madre fui un niño diferente, imaginaba o presagiaba el futuro; mis compañeros de clase preguntaban cuáles serían los resultados de los juegos de fútbol y con tan buena fama hasta algunos de sus padres deseaban conocer las combinaciones triunfadoras en los sorteos llamados “Lotto”. Había uno cuya insistencia se volvía molesta, yo lo veía y guardaba silencio, no me atreví a hablarle de su muerte inminente, de nada le serviría ser rico; así, no me sorprendió su fallecimiento en un accidente automovilístico. Algo me marcó para siempre, siendo un adulto joven empecé a tener un sueño recurrente, veía a una joven vestida con ropa deportiva, de color rosa, cruzaba la avenida distraída y era arrollada por un automóvil que circulaba a gran velocidad. La pesadilla se repetía una y otra vez hasta convertirse en una obsesión, seguía a cuantas jóvenes veía con esas características, para protegerlas. Ocurrió una oscura madrugada, la vi a lo lejos durante mi carrera cotidiana, venía distraída con su celular, el conductor del vehículo pareció no percatarse de su presencia, corrí a máxima velocidad, logré aventarla con toda mi fuerza, el auto pasó rozándonos. Me incorporé, un hilillo de sangre escurría de su nariz, estaba inmóvil, no respondió a mis llamados; se acercaron tres corredores encapuchados, -imposible distinguir sus facciones-, uno de ellos la auscultó. No hay nada qué hacer, dijo apesadumbrado, está muerta, debió golpear su cabeza contra el filo de la banqueta. Vimos todo, comentó otro de ellos, trataste de salvarla, de no haber intervenido la hubieran arrollado, pero estás en un problema, quizás todos lo estemos, porque quién creerá esa historia, te inventarán o nos inventarán cosas: fue un intento de robo o violación, ella trató de defenderse y… Vámonos antes de que ocurra algo más, y no lo comentes con nadie ni vengas por aquí durante una temporada.

Si bien tenían razón, el complejo de culpa me agobiaba, por fortuna vi un viejo video en blanco y negro de la entrevista hecha a un chamán, habitante de la serranía, al oír su tono reposado y la sensatez de sus palabras concluí que quizás pudiera darme un poco de paz, busqué en un mapa la ubicación del caserío, investigué cómo llegar y después de un viaje agotador vislumbré la torre de la iglesia -vista en el video-, al llegar a las humildes chozas me abordó una mujer envuelta en su rebozo. Es ese jacal, te está esperando. Pasa hijo -escuché una voz cálida- desde aquí veo tu señal, es la de Caín, pero no temas, si durante siglos fuimos vilipendiados y humillados por un crimen cometido por nuestro ancestro, las cosas cambiaron con el advenimiento del Dios del perdón y del amor al prójimo. En compensación por los ultrajes recibidos durante siglos, hemos sido bendecidos con el don de la clarividencia, -aunque eso pocos lo saben- comprendemos cabalmente los acontecimientos sin necesidad de explicaciones, conocemos hechos del futuro y al hacerlo nos sentimos obligados a ayudar al prójimo, mas no a salvarlo; nadie puede contra el destino, a esa joven cuya muerte te mortifica le había llegado su hora, estaba escrito; voy a iniciarte en los misterios, ¿estás dispuesto? Me dio a beber una infusión amarga, luego puso en mis manos algunos hongos, Niños Santos, los llamó. No temas, te cuidaré, la primera vez es peligroso. Ya relajado me dormí. La experiencia fue terrible, el corazón latía desordenado, mi cabeza giraba, tenía unas náuseas incontrolables, lloraba, gritaba, de pronto reía como si estuviera loco; se sucedían la tristeza y la alegría, en ciclos interminables… Desperté al amanecer.

Terminaban los cursos escolares, las familias partían felices a sus vacaciones. El aeropuerto estaba lleno, me formé en la larga fila para documentar mi equipaje, sentí un fuerte dolor en el pecho, la cabeza me daba vueltas, crecía en mi mente un temor: ese avión no llegará a su destino, traté de olvidarlo; sin embargo, el presagio estaba ahí y se hacía más fuerte, no podía seguir ignorándolo; los niños jugaban, felices; las madres cargaban a sus crías, ajenas a su triste sino. Me hubiera gustado advertirles, morirán si abordan ese avión. Me tildarían de loco, ¿qué hacer? Busqué un teléfono público, marqué a la aerolínea, traté de explicarle a la operadora, cortó la comunicación, insistí, por fin puso en la línea a un tipo intransigente. ¿Se accidentará el avión, cómo lo sabe? No lo sé, lo intuyo, lo adivino. Una lluvia de improperios fue la respuesta, así como la amenaza de reportarme a la policía si seguía con mis impertinencias. Volví desesperado a casa, esa noche no dormí, el día siguiente la prensa internacional dio la noticia. No hubo sobrevivientes. Los remordimientos no se hicieron esperar, de nada servía recordar las palabras del gran chamán, te fue dado el don de adivinar el futuro, no de cambiarlo. No lo uses en tu propio beneficio… y de seguro abusé al salvarme sólo a mí.

Temí volverme loco, decidí visitar al buen hombre para pedirle me librara de ese don, por no llamarle maldición, tal vez la propia maldición bíblica, ¿cómo vivir tranquilo cuando sabes quién va a morir y no puedes hacer nada para impedirlo? Bajaba la cuesta próxima al caserío, me extrañó ver derruido el campanario de la iglesia, las chozas habían desaparecido, sólo permanecían como recuerdo algunos troncos llenos de hollín, apuntando al cielo, una gruesa capa de ceniza cubría la tierra. Volvió a salir a mi encuentro una mujer embozada. Murió hace mucho. No puedo creerlo, contesté, hace poco me inició en los misterios de… Falleció antes del incendio y eso ocurrió también hace años. La gente se corrompió, las mujeres perdieron la virtud y los hombres la decencia, el pueblo se llenó de cantinas, los visitantes se embriagaban, venían en busca de sexo y se drogaban con los Niños Santos, profanando la sagrada liturgia y convirtiéndola en un circo; al oscurecer escuchamos las trompetas celestiales anunciando la llegada de un ángel, seríamos castigados por desobedientes y pecadores, sólo algunos fieles a nuestras creencias se salvaron, los demás murieron en la chamusquina, sus huesos están bajo esta gruesa capa de hollín, no sigas adelante, no profanes su sepultura, regresa a casa, no te vaya a alcanzar la noche en este pueblo maldito, ni en estos caminos del mal, vete y no mires para atrás, recuerda lo ocurrido con la mujer de Lot.

Era una mañana fría, un denso banco de niebla cubría la ciudad, salí a correr como cada madrugada; en la pista, las siluetas de los corredores semejaban almas en pena, escuché voces angustiadas pidiendo un doctor. ¡Un doctor, por el amor de Dios! Me acerqué, algunas personas rodeaban a alguien tirado en el suelo. Infarto fulminante, no hay nada qué hacer, dijo una voz. Al menos no sufrió, contestó alguien. Quizás fue su deseo morir así. Me acerqué cauteloso, reconocí los viejos tenis, los pantalones deslavados y la chamarra deportiva, no quise ver mi rostro, di media vuelta y me perdí entre la densa neblina.

Ciudad de México, enero de 2025.