Por: Celia Lavalle
¿De qué están hechos los sueños? No los que nos acompañan o nos invaden en la noche; sino los que nos interrumpen en el día, nos molestan si no les hacemos caso y nos iluminan la mirada como si lleváramos un arbolito de Navidad dentro.
Quien fuera un entrañable amigo para mi hijo tiene un sueño. Me lo ha contado un par de veces. Lo saca a orear de vez en cuando y, luego, lo guarda en el clóset, mientras hace cálculos de físico matemático y diseña rutas de contingencia como si fuera astronauta.
Pero el sueño empieza a impacientarse y no lo deja en paz.
No sé qué hacer, me dijo y guardó silencio en espera, supongo, que yo le dijera lo que debe hacer.
Yo guardé silencio también. Entonces preguntó directamente: ¿Qué hago?
Reviré con otra pregunta, una que yo me hago cada vez que un sueño toca a mi puerta una y otra vez y yo lo retengo mientras hago cálculos cual matemática y diseño rutas como si fura astronauta.
¿Qué pasaría si la vida viniera por ti y te dijera que el tiempo se acabó? Dirías algo así como: vida nada te debo, nada me debes, estamos en paz, o te arrepentirías de no haber siquiera intentado cumplir tu sueño.
La respuesta es obvia. Para mí y para él. Pero más tarda en responder que en aparecer el matemático y el astronauta.
Escucho los cálculos, las rutas –algunas imposibles porque le exigirían clonarse-. Escucho, también, su miedo. Miedo al fracaso, miedo a que el sueño no sea tan bueno como él desea, miedo a renunciar al puerto seguro para lanzarse a la aventura.
¿De qué está hecho tu sueño?, le interrumpo. Se desconcierta. ¿Qué trae en la maleta?, pregunto de nuevo. Silencio. ¿Trae ilusiones?, ¿alegría anticipada?, ¿expectativas, algo de taquicardia? Sí, sí, sí, responde. ¿Certezas? Silencio.
Los sueños, le digo, nunca traen certezas. Parte de su esencia es la incertidumbre. Está bien hacer planes, tener alguna ruta de salida o una mínima red de protección; pero, esencialmente, para ir en pos de un sueño se necesita osadía; equivale a un acto de fe. Fe en el sueño y fe en ti.
Yo he tenido algunos sueños. Algunos me esperaron años, al punto que llegué a sentirme en deuda conmigo misma; pero cuando los saqué del cajón estaban intactos. Y cuando salí en pos de ellos entendí que la magia está en el trayecto, en intentarlo, en hacer lo que sea necesario para llevarlo a buen fin.
El resultado puede ser o no el que se espera. Puede ser mejor o peor. Pero sin duda te cambia la vida. En mi experiencia esa es la única garantía que trae un sueño en su maleta.
Mi hijo, que era franco, pragmático y también un joven lleno de sabiduría, poco antes de morir le dijo a su hermana: “No te quedes en un lugar por miedo. No seas cobarde”.
En nuestra familia esa frase ha impulsado la osadía necesaria cuando algún sueño revolotea como mosca sobre nuestras cabezas.
No he vuelto a tener noticias del amigo de mi hijo. Aún no sé si ya comenzó su aventura para ir en pos del sueño o si lo volvió a guardar bajo tres llaves. Pero esa plática me recordó la esencia de los sueños, la belleza y la magia que contienen, la incertidumbre y las dosis de angustia que los acompañan.
Y me hizo pensar también, que cada derecho que hemos conseguido las mujeres seguramente comenzó como un sueño.
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