“Nadie es acreedor de amor, si no es capaz de otorgarlo a otros.”

Séneca

El mediodía arremetía con el sol sobre las calles del barrio. La Avenida General Paz y su imponente presencia, acaparaba a cientos de autos que la transitaban.

El hombre caminó con el pensamiento que, desde hacía cerca de un mes, lo impulsaba a recordar escenas de su juventud, negocios de ese lugar, que lo acompañaba desde siempre con la magia que ejercen los recuerdos barriales.

Rolo acostumbraba a tararear melodías que le hicieran palpitar su corazón. No le importaba que fueran melódicas, rock argentino con Charly García, Soda Stereo, Rata Blanca, Spinetta, Los Auténticos Decadentes o cumbias, reggaetón romántico. Hasta podía inventar letras y decirlas acompasadas. Nada era imposible.

Frenó en la esquina que había transitado, la de encuentros armados ex profeso, la de la rubia que lo había vuelto loco. Se acomodó el gorro con visera y continuó la marcha hasta el café que fuera la parada obligada de la barra de amigos.

Quedó ensimismado frente a la taza de café y revolvió el líquido humeante como si buscara respuesta a un deseo: encontrarla. Quería localizar la cuadra en la que estaba la disquería; el local donde se habían conocido.

Por unos instantes se mezclaron en un remolino imágenes que le parecieron ser un ahora imprevisto, que lo golpearon fuerte. La mirada de la rubia, la empleada de la disquería, estaba frente a él. La palabra “macho” le hubiera prohibido sentir lo que arrasaba sus pensamientos y le provocaba la sensación de un cosquilleo mezclado con un oprimido amor. “Mama mía”, se dijo, “Qué viejo boludo…” continuó. Y un sollozo apretujado tras una sonrisa mentirosa, pretendió alejarlo de la situación.

Las visitas al Vivero Agronomía, les habían prestado colores y formas para recordar: las flores del jacarandá, las amarillas del tulipán, las blanco cremosas rosadas del palo borracho; todas hicieron que divagara en las alturas, que viera a picaflores sobre el palo borracho mientras, el café aguardaba sobre la mesa resignado al olvido.

Rolo apoyó la mano derecha sobre el pecho y respiró profundo. “No me había dado cuenta hasta ahora, que la quise tanto.” Murmuró como si intentara ser oído. Junto al plátano de la avenida, lo esperaba la parada del colectivo que lo llevaría a la casa grande, la casa vacía. Pagó el café y caminó hacia ella.

Hizo cola detrás de tres pasajeros. Las dos mujeres que aguardaban antes que él, se dieron vuelta para mirarlo.

— Hola- le dijo a modo de saludo- ¿ustedes son del barrio?

— Sí- contestó la mayor. – No vivimos aquí desde hace mucho tiempo, pero con mi amiga venimos seguido. Creemos que es un volver a vivir. Al quedar viudas es como que buscamos o nos aferramos a lo que vivimos.

— Pienso lo mismo. – Contestó Rolo.

— ¡Ah! ¿Usted es de este barrio y viudo, también? -dijo la más alta, con tono mezcla de alegría y sorpresa.

—Sí.  Puedo decir que añoro el barrio y por ese motivo he regresado.

El hombre acomodó la visera del gorro y observó si llegaba el colectivo que esperaba. Detrás de ellos, entraban y salían clientes de una entidad bancaria. Desde la pizzería ubicada a tres o cuatro casas de la esquina, el olor a mozzarella y morrones marcaban a fuego el mediodía.

La mujer alta acomodó el pelo canoso y se quitó los lentes para sol en el momento que Rolo las observaba de frente.

— ¿Manuela?

La palabra fue un susurro. El aire fresco abrazó la escena, mientras el aletear de las palomas, que abandonaron los cables en los que se habían posado, creó una melodía reconocible por ambos. El hombre también se quitó los lentes ahumados.

–¿Rolo?

La avenida del barrio los observaba desde el asfalto. Estaban en la esquina que habían transitado, la de encuentros armados ex profeso, la de la rubia de la disquería que lo había vuelto loco. Una ráfaga de frescura adolescente se adueñó de ellos y sus miradas fueron una.

El amor es un sentimiento puro que se da con grandeza; no mira al logro personal. Subsiste inmutable y no cambia por los sucesos del tiempo o de la riqueza. Los años pasan, pero el verdadero amor, no tiene edad.