-El tololoche está guardado y no te lo voy a prestar.
Mi Tata, a distancia, me hizo una seña para que guardara silencio y no le contestara nada a doña Sara. Ella era la segunda esposa de mi abuelo y el tololoche pertenecía a mi tío Artemio, hijo ilegitimo de mi Tata, su primera esposa, según contaban, lo había abandonado huyendo a Veracruz con un maquinista.
Sara era una mujer engreída, caprichosa y muy astuta; tras la desaparición de mi verdadera abuela; Sara se fue metiendo poco a poco en la vida de mi Tata, hasta que se apropió de todo, casa, rancho y ganado. Mi madre y mis dos tíos hablaban escasamente con ella, procuraban mantenerla a distancia y no nos permitían, estar solos a su lado. Había tantos secretos y odios en esa casa que lo mejor era no involucrarse, ni hacer preguntas.
Mi tío Artemio vivía en El Paso, Texas; todos en el pueblo decían que era un hombre muy acaudalado, pero que llevaba la herida abierta tras el abandono de su madre y eso lo hacía muy agresivo, especialmente cuando supo que era el hijo de Juan Arcadio, el gallero del rancho “Los olivos”.
La vida de mi tío Artemio me atraía mucho y me obsesioné por saber más de él. Si mis padres y mi Tata no me querían informar acerca de mi tío, yo lo iba a descubrir, es más, si era posible lo visitaría para encontrar la verdad. La conexión sanguínea que había entre los dos y el gusto por los palenques, era incuestionable.
Doña Sara puso bajo llave el tololoche, pero pronto pude encontrar la manera de meterme a la bodega, ese era uno de mis talentos, y por eso, mis amigos me apodaban el Topo. Lograba entrar en cualquier hueco y abrir los candados, sin ningún problema. En el rancho yo era libre.
La mamá de mi mejor amigo, Carlos, en alguna ocasión me comentó que doña Sara era bruja y que nada de lo que me habían contado acerca de mi abuela y mi tío era cierto, lo cual me hizo sospechar que estaba viva. Aproveché mi situación como estudiante universitario y fui ahorrando de mi mesada para comprar un boleto de autobús para El Paso, Texas; me informé a detalle del posible lugar a donde se encontraba mi tío Artemio y sin decirle a nadie, partí a la frontera.
En la central de autobuses de Ciudad Juárez ya me esperaba mi contacto para pasarme del otro lado y llevarme hasta mi destino en el Rancho Sacramento. Llegamos a las cuatro de la tarde y con la mala suerte de que mi tío Artemio ya había salido para la casa de su madre, vivía a 22 millas del rancho, empeñé mi reloj para que el chofer me llevara hasta su casa. Al llegar, un señor muy alto, con bigote abultado y cejas profusas, abrió la puerta y me dijo:
-Con que tú eres el famoso Topo. Me dijeron que me andas buscando.
No supe qué decir ya que yo no le había informado a nadie de mi salida. El teatro de que mi tío Artemio era un hombre amargado se derrumbó, los odios de doña Sara y las mentiras de mi Tata para ocultar la verdad, me hirieron profundamente. Así mismo, las evasivas de mis padres al encubrir que mi abuela Carmen era la víctima y que había huido al norte con su hijo pequeño en brazos porque doña Sara los intentó envenenar por órdenes de Tata. Mis padres esperaban la herencia, no les interesaba el dolor de mi abuela, ni todo lo que sufrió para salir sola adelante.
Me solté a llorar y abracé a mi abuela Carmen. Esa misma noche, mi tío Artemio organizó la carne asada, mandó traer al grupo norteño, sacó su tololoche y comenzó a cantar. Mi abuela estaba muy feliz y yo, decidí no vo}lver a Durango