El futuro del acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá se ve cada vez más oscuro, iniciando con su renegociación más que su revisión antes de las fechas previstas, pero, sobre todo, con duras condiciones para nuestro país.
Un elemento de evaluación es la postura canadiense de su nuevo primer ministro Mark Carney, quien ha ubicado el peso de la economía de su país respecto a la de Estados Unidos: diez veces menos, y esto, viniendo del exbanquero central de su país y también de Inglaterra, debe considerarse como preciso.
El entrante líder del Partido Liberal, quien ha sucedido a Justin Trudeau aunque en días o semanas debe convocar a nuevas elecciones parlamentarias, visitó el pasado fin de semana París y Londres, capitales de sus dos países europeos fundadores, en una acción que se entiende como de revitalización de nexos políticos de cara al periodo Trump, sin embargo también fue perceptible el asunto de la defensa militar, un tema que la Unión Europea está reorganizando podría decirse por completo ante el abandono y la amenaza estadunidense.
Se trató de estancias con un fuerte manejo de símbolos, como no referirse de manera directa a los aranceles, pero sí hablar bien del libre comercio, o el signo previo del rey Carlos III –quien por cierto es el jefe del Estado canadiense- de sembrar un árbol de maple.
También fue incluido el pueblo Inuit, que vive en la región más al norte canadiense y llega hasta Alaska, y apenas cruzando el Mar de Baffin al oriente, Groenlandia, sin duda una brevísima estancia estratégica, que manda el mensaje de la disposición canadiense a defender su soberanía de la pretensión estadunidense de convertirse en la entidad 51.
Y tampoco debe pasar desapercibido el anuncio del refuerzo de la presencia militar en la zona del ártico canadiense así como las condiciones de vida Inuit, que como todos los pueblos originarios, experimenta rezago y abandono.
Carney señaló algo a ser recordado: su país al igual que Estados Unidos, Francia y Reino Unidos, son miembros de la Alianza Atlántica, por lo que una anexión por la fuerza parece impensable, pero sobre todo puntualizó la central situación de que se vive una época de reordenación del mundo, un hecho del que parece haber poca conciencia o comprensión en muchas capitales y gobiernos.
Y en todos esos elementos de contexto, cae la visión del primer ministro canadiense de que se debe tener una amplia conversación sobre las relaciones comerciales y de seguridad de su país con Estados Unidos, lo que incluye al tratado comercial donde México figura también, así como de su validez.
Debe recordarse que el T-MEC tiene que revisarse en julio de 2026, cuando puede acordarse su mantención seis años más, o bien seguir revisándolo cada año hasta la fecha original de finalización, en 2036.
Día a día es más claro que Estados Unidos quiere la renegociación, no la revisión, y que ahora Canadá se ha sumado a renegociar no a revisar, lo que deja a México en una situación difícil, con amenaza de fuego arancelario para que acepte.
¿Qué se renegociaría? Por una parte, solo Trump lo sabe, pero por otra es claro: todo lo que de ventaja a Estados Unidos, lo que podría llevar a nuestro país a un dilema: aceptar esas condiciones aunque pierda mucho, o rechazarlas y quedar fuera del T-MEC. La decisión sería clara: ¿dónde pierde menos? Que en todo caso sería mucho.
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