“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos”
Martin Luther King
Un día te das cuenta de que tu rostro parece erosionado por los años, que tu piel tiene la aspereza que muestra la ausencia indolora del agua. El espejo te muestra una figura con las costillas, que sobresalen como custodias de la poca carne que aún resiste al hambre y pasa a ser un soldado de la vergüenza.
La esperanza se esconde como si temiera ser devorada, castigada por la única ilusión que te acompaña. Y el hambre aumenta su figura, se jacta de ser potente y ganador de la contienda. Desconoce la palabra solidaridad y forma parte, junto con la tosquedad del que lo provoca, de un mundo cruel.
Los días pasan y te sumas como cordero a un rebaño, aunque sea, para tener una migaja de comida. Y el que te maneja la vida, supone tus necesidades, sí, las supone porque es el que todo lo sabe, el que se cree Dios de sus lacayos.
Y vuelves a mirarte en el espejo, una, cientos de veces y te preguntás: ¿qué enfermedad me atacó con crueldad jamás imaginada? Pero tu espíritu de lucha te consuela, te mima con palabras, sólo con palabras que no suplen el dolor de ver que tus hijos piden lo que, en verdad, necesitan. Y lloras por las noches, aunque no sea de hombres, y lo hacés bajo las mantas mugrosas junto a ella, tu mujer, la madre de los niños que no comprenden, la que te abraza y seca sus lágrimas, y las tuyas con esos besos que son un bálsamo para el dolor.
Tampoco te ayudan desde la iglesia del barrio porque ya, nadie dona zapatillas que suplan las agujereadas de tus niños. Y puteas con dolor, a los Santos, a los pobres Santos a los que han dejado sin una mísera vela encendida.
Un día te das cuenta de que tampoco podés darte el placer de caer enfermo, de ninguna manera, porque se achicará la paga de fin de mes. Y la puta vida continúa sin que te aclaren, que vos formás parte de un rebaño que no se puede descarriar, que debe marchar, sí o sí, sumiso detrás del que tira a sus pasos las migajas que le sobran de la mesa que ocupa como autoridad.
Y la saña llega a la educación. Y ves que tus niños se transforman en vehementes defensores de quienes te han puesto un cordel para que los sigas, pero estás indefenso, huérfano de oídos que te escuchen. Entonces te das cuenta del juego macabro y no te quedan lágrimas ni para llorar.
La única palabra que conviene es ser ignorante, sí, ignorar y mirar pasar la vida en lugar de que la vida te vea vivirla con la felicidad que merecés.
Un día te das cuenta de que te ha tocado ser el toro de una corrida en la que se han cambiado los lugares. Pero no tenés cuernos para defenderte y jugas en esa contienda en la que creiste tener los ojos descubiertos, pero no, te dejaron salir en ese momento al ruedo de la vida con una ceguera programada. El señor feudal quiere y necesita ser el dueño de tu vida.
Entonces, un sueño te devuelve la esperanza y la ilusión se ilumina al saber, que el Poder, caduca. Ves las imágenes de lugares en dónde la guerra es la dueña de vidas, sin diferencias, unificando la palabra dolor porque es igual para todos.
Entonces, te das cuenta que lo que el mundo necesita para erradicar el mal, es vivir en Paz.