Matías Blake estaba harto. Consideraba a menudo que: “Vivir no resulta ser como se espera, es entonces cuando las ideas comienzan a confundir y surgen los pensamientos más estrambóticos, que toman sus puestos y arremeten contra la cordura”. Al tiempo que divagaba se escondía tras un par de lentes de gruesos cristales y marco económico. La curvatura de su espalda, achicaba el tronco de su cuerpo, de tal forma que parecía enfermizo. La vestimenta no lo ayudaba a verse mejor porque usaba camisa gris en épocas de calor y campera del mismo color durante clima frío. El uso del bastón por el problema que, desde pequeño, tenía en los pies, acentuaba la torsión. La soledad era dueña de sus horas y por ello dedicaba casi todo su tiempo a trabajar.
No era profesional, pero se consideraba un artesano en la confección de calzados; decía que era único, que lo artesanal traspasaba los límites de lo normal porque también era experto en el trato de cueros.
En la vidriera de su negocio ubicado en una avenida importante de la Ciudad de Buenos Aires, los pares de zapatos compartían la exposición junto a cuadros y pequeñas esculturas, pertenecientes a renombrados creativos a los que, Matías, había convencido para que aceptaran la propuesta. El hombre decía que toda creación surge del espíritu, que las cosas no existen, son percibidas, fórmula extraída posiblemente de los idealistas absolutos, y que por ello sus calzados podían competir con otras obras artísticas ya, que quien las viera, lo haría con el producto del pensamiento.
Más allá de su apariencia, Blake era una persona de rectos principios y sanas costumbres. Siempre apelaba para sus negocios a medios lícitos, según decía, con tal de lograr un fin que estimara beneficioso no sólo para él sino también, para aquellas personas con las que compartiera el negocio.
Uno de sus socios, el pintor Alcides Carnavi, lo conocía desde la adolescencia, cuando los bailes o reuniones en los clubes de barrio eran el lugar de encuentro obligado de los miembros de un sector de la sociedad porteña.
Carnavi se destacaba por ser al extremo prolijo y detallista, contraponiéndose a las características de la mayoría de los artistas de su línea.
Alcides había consentido acompañar a Matías en la empresa, pues algo era común para ambos: la esposa del pintor era la ex novia del zapatero. En aquella época pasada, los acontecimientos habían sucedido de manera repentina; Carnavi
jamás hubiera hecho algo que mancillara los sentimientos de su íntimo amigo. Rosalinda había hilado fino, aunque cueste creer cuando Alcides Carnavi reaccionó, estaba frente al altar diciendo: “Sí, quiero.” Luego, todo se desarrolló dentro de un marco de respeto y entendimiento entre los tres. Eran adultos y una de las cosas que las familias les habían enseñado, era el valor del respeto al prójimo.
Con el tiempo surgió un problema por la ubicación de las obras del pintor amigo; éste aducía que su cuadro no debía estar cerca de las sandalias usadas por la primera actriz de la serie de moda. Las palabras tuvieron más fuerza que la pretendida amistad de toda una vida y Carnavi retiró su obra de la exposición en la vidriera. El resto de los expositores trataron por todos los medios, lograr un acercamiento de ambas partes, pero el intento fue inútil.
A partir de ese momento, si por casualidad los dos amigos se encontraban, se ignoraban mutuamente.
Aquella mañana, el zapatero llegó a la estación de trenes Plaza Constitución, la más grande y transitada de Argentina, Monumento Histórico Nacional. Cómo todos los días, iban y venían trabajadores; algunos pretendían evitar a los vendedores ambulantes, mientras otros vigilaban no caer en las redes de algún punguista mañanero. Matías Blake ingresó al Hall de entrada de la Estación. Vestido con la campera gris, caminaba a duras penas por el andén número cuatro. “Menos mal que no me duelen las manos, no es agradable el dolor en los pies, pero con ellos no trabajo”, pensó.
El tren que lo dejaría en la estación sureña de Témperley, arribaría retrasado. Llegaría tarde al encuentro con el puntual Coronel Maxwell, quién lo esperaba al medio día.
El dolor era intenso, las puntadas recorrían cada centímetro de los pies. Blake trató de caminar y detenerse cada tanto con el fin de encontrar una posición que calmara el sufrimiento y pasara el tiempo de espera. Se arrepintió haber dejado su bastón. Un cuerpo chocó con el zapatero y lo pisó, el hombre vio en el rostro de Matías, el dolor que sentía; al reconocerlo lo volvió a pisar. En un instante imperceptible como si fuera una grabación acelerada, Blake recordó la época del club, el abandono de Rosalinda, la traición de su mejor amigo. El plomo llegó lento, pero con la fuerza de la bronca y con la potencia de un viejo dolor, y atravesó el corazón palpitante de Alcides Carnavi.
El Coronel le había ofrecido buena paga por el arma, que si bien no era moderna, funcionaba a la perfección y aumentaría la colección del militar entonces, como si no hubiera pasado nada, Matías Blake la guardó en la sobaquera.