Durante dos mil años la Iglesia católica ha salido adelante de las vicisitudes a las que se ha enfrentado en el mundo. Hoy, hacia el final del primer cuarto del siglo XXI, para la elección del sucesor del papa Francisco volverá a hacerlo, al fijar el rumbo a seguir en un mundo ideológica y políticamente dividido, donde parece imposible la existencia de caminos intermedios o que siembren puentes.

Así como el pontífice recién fallecido entendió su momento y actuó de manera consecuente pese a críticas y oposiciones abiertas dentro y fuera de la Iglesia, su sucesor no solo debe entender su propio momento sino definir que hará ante esa división.

Llevado a los terrenos eclesiásticos, la confrontación en el mundo aviva a las dos corrientes posiblemente más importantes en la forma en que el catolicismo se relaciona con el mundo: el tradicionalismo y el progresismo.

Advirtamos que salido el humo blanco de la capilla Sixtina tras la elección del próximo obispo de Roma, sería demasiado simplista asignar al escogido en una u otra tendencia o aún crearle una “tercera vía”, ya que precisamente la persistencia eclesiástica por más de 20 siglos se debe a que entienda la diferencia entre definirse e imponerse.

Se ha privilegiado la división ideológica y política que vive el mundo como factor central, aunque otro criterio importante sería el de dónde están los católicos: América destaca pues casi la mitad reside ahí, mientras Europa tiene solo un quinto del total: ¿un papa de la mayoría o uno para fortalecer a la felicidad del continente que ha sido el centro del catolicismo?

Por supuesto, los 133 cardenales electores tienen una visión más sofisticada, mucho más sofisticada, y si bien de seguro están considerando esos elementos, también valoran hasta donde puede seguir el diálogo con la mujer y su papel y responsabilidades institucionales, con las otras opciones en materia de preferencia sexual, y sin lugar a dudas qué se debe y puede seguir haciendo en materia de abusos sexuales, sin olvidar el relevante interés de Francisco por la pobreza, los migrantes y el medio ambiente.

Por lo dicho, analizar los perfiles de aquellos candidatos más mencionados, no necesariamente aporta los indicios ciertos sobre el nombre del sucesor de Francisco, además de que se trata de una misión más delicada que la jefatura de gobierno de cualquier país.

atLa comprensión del mundo del primer papa latinoamericano seguramente no será tirada a la basura, ya que recupera realidades que se mantienen, pero es también un hecho la valoración de si pueden darse pasos hacia adelante, cuántos ya qué ritmo, si se hace una pausa o de que manera suave se daría marcha atrás.

A diferencia de las decisiones políticas mundanas, que 80 por ciento de los 133 príncipes de la Iglesia electores hayan sido creados por Francisco, de ninguna manera significa que el próximo pastor católico vaya a ser su continuador en automático.

Se trata de una decisión de la mayor importancia, pues el mundo no puede seguir el camino de la confrontación como hasta ahora, la Iglesia católica lo sabe y desde luego que está lista a participar en ese proceso.
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