Por: Ricardo Del Valle

Educación escolar y superación espiritual: un viaje hacia el ser completo.

Vivimos en una era donde el conocimiento técnico y científico avanza a pasos agigantados, sin embargo, en medio de esta carrera por la información, a menudo subestimamos o incluso olvidamos que la preparación escolar no solo forma nuestra mente intelectual con el aprendizaje escolar concreto, sino que también eleva la parte abstracta de nuestra mente despertando con ello nuestra conciencia. Es decir, la educación escolar cuando es comprendida en su sentido más amplio, puede convertirse en una PODEROSA HERRAMIENTA de superación espiritual, abriendo caminos no solo hacia el éxito profesional, sino también hacia una vida con propósito, equilibrio y profundidad interior.

Desde la época en que las primeras civilizaciones, tanto la egipcia como la mesopotámica comenzaron a transmitir sus conocimientos empíricos a sus congéneres, tuvo como consecuencia inmediata el pronto desarrollo de éstos y su exponenciación, logrando avanzar más y más en el progreso de cada tema a estudiar: agricultura, astronomía, comunicación, arte, etc.

Con esos cimientos, en la antigua Grecia, era menester de una persona bien preparada, tener la formación en el Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica) así como en el Cuatrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música), lo que se convirtió en las bases para la filosofía y la Teología.

Así, con forme la educación escolar profundizaba en las ciencias exactas en aquellos hombres, se fueron dando cuenta que si además se les otorgaban ésos conocimientos a las edades más tempranas, iban ahora introduciendo a aquellos infantes además de al mundo de las letras, números, historia, ciencia etc, también les sumergían la mente a aquellos pupilos a otra dimensión propia de la naturaleza humana, en la que les permitían plantearse y analizar QUIÉNES ERAN.
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Y es que través de los vínculos con los docentes y hasta sus propios compañeros, los alumnos iban obteniendo distintos contenidos significativos con una tendencia significativa en VALORES, como el respeto, la empatía, la paciencia y la responsabilidad, siendo éstos no sólo unos simples códigos de conducta, sino las SEMILLAS de los principios que, cultivados con conciencia, nutren el ALMA y forman el carácter.

La superación espiritual no se trata únicamente de prácticas religiosas o meditativas, sino del desarrollo interior que nos lleva a vivir con mayor autenticidad y compasión.
Cuando la educación se orienta hacia el pensamiento crítico, la sensibilidad ética y la expresión emocional, se convierte en una vía para cultivar ésa sabiduría, esa forma de inteligencia que integra lo racional con lo espiritual.
Por lo antes dicho, la escuela debe ser considerada más que un espacio de instrucción: debería ser un laboratorio de humanidad.

El sendero espiritual que cada uno de nosotros tomamos sea cual fuere, no significa imponer credos, sino abrir espacios de reflexión sobre el sentido de la vida, la conexión con los demás y el respeto a todas las formas de existencia.
Y curiosamente aunque parezca un camino distinto, se puede también lograr ésa sensibilidad preparatoria hacia lo Divino, mediante el arte, la literatura, la filosofía o incluso la ciencia, pues es cuando se logra enseñar con asombro y humildad el misterio del universo.
Una educación que invita al silencio, al diálogo interior y a la contemplación es una educación que TRANSFORMA.

En un mundo saturado de estímulos externos (teléfono celular, tablets, televisión, etc), la escuela puede ser uno de los pocos lugares donde los jóvenes encuentren tiempo para mirar hacia dentro. Si la escuela logra formar no solo ciudadanos productivos, sino seres humanos CONSCIENTES, estará cumpliendo una de sus misiones más nobles: ayudar a cada persona a encontrarse consigo misma y desplegar su LUZ en el mundo.

En definitiva, la educación escolar y la superación espiritual no son caminos opuestos, sino senderos que si se recorren con sabiduría, se entrelazan y se potencian mutuamente. Formar el INTELECTO sin olvidar el ALMA es quizá uno de los mayores desafíos y esperanzas de nuestra época.

Shalom