La expresión «caballo de batalla» es utilizada para describir a aquellas personas, objetos o ideas que son fundamentales, confiables y que desempeñan un papel crucial en una situación determinada. Este término se origina en el mundo militar, haciendo referencia a los caballos que eran utilizados en la batalla por su resistencia, fuerza y capacidad para soportar largas jornadas de combate.
Rodrigo Hernández

– ¿Le queda claro que los contratos duran solamente un periodo de cuatro meses?
– Sí, señora.
– ¿Entiende que no tiene beneficio alguno y que no lo protege el sindicato como a un empleado de tiempo completo?
– Sí, señora.
– ¿Sabe que usted solo es contratado para cubrir la posición del ingeniero Juárez mientras cumple con la comisión que le fue asignada?
– Sí, señora.
– Perfecto, siendo así, escriba su nombre, su firma, la fecha de hoy y se le pagará hasta que termine su trabajo. ¿Tiene alguna duda?
– No, señora.
– Olvidé decirle que tampoco tiene derecho al seguro médico, ese lo debe cubrir por su cuenta porque además es obligatorio para que usted pueda trabajar aquí.
– Sí señora gracias, con permiso.
Mi trabajo era poner en orden la oficina del temido ingeniero Juárez al que todos le llamaban don D´Alessio, no comprendía las razones de su apodo, pero asumí que era por alguna de las canciones que interpretaba la leona dormida.
La oficina era un desastre, de inmediato se notaba que Juárez no tenía gusto por el orden, y que había bastantes inconsistencias en su administración financiera. Analicé cada uno los casos y me percaté de los desvíos de fondos a causas absurdas, gastos en bares, viajes y eventos políticos. No dije nada, yo era un simple caballo de batalla que no aspiraba a ser premiado o ganarme el aplauso de una familia que me consideraba intachable, yo cumplía con mi trabajo fríamente.
Me tomó un mes organizar las carpetas que me pidió la licenciada Socorro, y como ella era una mujer calculadora se dio cuenta que mi resistencia era insuperable comparada con el resto de los compañeros. Por mi parte tenía cuatro trabajos y no podía fingir que laboraba, yo daba resultados; debía sacar a flote el barco hundido por las estupideces de Juárez, el destacado director de investigación científica, según sus aplaudidores oficiales y aquellos a quienes mantenía sometidos a sus encantos corruptos. Qué me importaba su doble moral, yo debía concluir mis proyectos personales, una cadena de tortillerías.
– ¿De dónde saca tantas fuerzas e ingenio González?
Su sarcasmo era deleznable, a veces, se asomaba a mi oficina para ver si yo estaba durmiendo agotado por la irresponsabilidad del ingeniero Juárez o por el ambiente laboral mediocre al que todos se habían adaptado porque el sindicato los protegía hasta de los rayos del sol de verano.
Yo la ignoraba, pero me hacía sentir muy incómodo la forma tan incivilizada e injusta con la que me trataba. Sin embargo, la justificaba porque, en realidad, su trabajo era ramplón e intrascendente. El mío, al menos, duraría cuatro meses; el de ella era para jubilarse con la mejor pensión, esa que dan por esclavizar a otros y aparentar que se trabaja.
Lunes, miércoles y viernes en esa institución, me sentaban muy bien los horarios. Martes y jueves tenía dos trabajos, uno matutino y el otro vespertino. El cuarto trabajo era los sábados, asesorías en línea para estudiantes del posgrado en mercadotecnia. Domingo, estar con mi familia y mis amigos, generalmente practicar ciclismo.
Cuando Juárez regresó de no sé dónde, según se decía, de investigación, yo ya había terminado mi contrato. Me llamaron para poder explicarle al ingeniero qué significaba aquel orden y cómo justificarlo en la presentación del informe anual.
La habitual arrogancia que caracteriza a los seres como Juárez, se desmoronó al momento que le dije,
– No soy su empleado, mi contrato terminó, hágalo usted mismo o busque entre sus esclavos personales quién le explique; le recuerdo, guardo copia y evidencia de todo por si se le ocurre llorarle a su padrino o por si olvida quién le organizó su mierda.