Salió a la luz en la disputa por las tarifas a los automotores que ingresan a la zona más congestionada de Nueva York, creció con los comentarios críticos de que Estados Unidos regresa a la Edad Media, y tuvo su punto de exhibición mundial con el desfile por los 250 años del Ejército estadunidense en coincidencia con el natalicio 79 de Donald Trump, sin olvidar que abandonar la cumbre de los siete países más industrializados puede verse como una demostración de que el rey puede dejar a sus súbditos plantados si así lo quiere.
En efecto, la gestión de Donald Trump está ahora caracterizada en su propio país como la de un rey, ajena a la de un presidente electo de manera democrática en un país republicano y federal.
El gobierno federal estadunidense busca eliminar las tarifas a los automóviles que circulan por la zona más concurrida de Nueva York, a fin de reducir los congestionamientos vehiculares y recaudar dinero para mejorar el transporte público, asunto que tendría una importancia local.
Descrita así se olvida que: los pesos son vistos como un atentado a la libertad, en este caso, de tránsito, por parte de muchos conservadores republicanos; fueron aprobados por el gobierno del anterior presidente Joe Biden, quien es demócrata mientras el actual es republicano; que Nueva York se mantiene bajo gobierno demócrata, y que se trata de la ciudad natal y centro de operaciones de Trump.
Quizás por todo lo anterior fue que cuando el gobierno federal anunció su decisión de rescindir la autorización dada en la pasada administración, las redes sociales gubernamentales lo comunicaron asegurando que Manhattan y Nueva York habían sido salvadas y terminando con la frase tradicional “LONG LIVE THE KING” (larga vida al rey).
Ese post fue ilustrado con una foto de Trump sonriente, una corona sobre su cabeza y el trasfondo de la ciudad de Nueva York.
Esa imagen podría ser la ilustración que acompañara el recuento de varias decisiones de la Casa Blanca, de manera señalada la imposición de aranceles en materia de comercio exterior sin importar si había razones económicas o legales. La advertencia de anexión de Canadá, la pretensión de hacerse de nuevo del Canal de Panamá y concretar la posesión de Groenlandia. También las recientes redadas en ciudades habitadas por migrantes con y sin documentos, pero donde de acuerdo a los testimonios, primero se detiene y luego se averigua.
La gravedad de esas decisiones ha ido escalando, en particular el permiso implícito para que Israel actúe con plena impunidad para agotar, y en última instancia exterminar, al pueblo palestino de la Franja de Gaza y seguir extendiendo asentamientos en Cisjordania violando las normas legales internacionales, una política de pinzas que de mantenerse desaparecería a Palestina.
Y ahora, primero voltear hacia otro lado en los ataques de Israel a Irán, y luego la intención de sumarse a la destrucción de las más importantes instalaciones nucleares de ese mismo país, cuando Washington y Teherán negociaban, en plásticas cuya última ronda fue suspendida.
Estados Unidos e Irán son a la fecha rivales que antes marcharon juntos. En 1953 Washington ayudó a la caída del primer ministro Mohammed Mossadegh y al regreso del Sha Mohhammed Reza Pahlavi, y en 1967 proveyó al país islámico con su primer reactor y el combustible necesario para su operación.
Pero la serie de hechos que los distanciaron en definitiva fue la caída de Pahlavi, la conversión de Irán en una virtual teocracia islámica al mando del líder supremo Ruhollah Jomeini, así como la toma de embajada estadunidense en Teherán durante 444 días.
A partir de ahí la enemistad ha sido la norma y su eje el programa nuclear iraní, que debe ser para fines pacíficos según el compromiso adquirido por Irán desde 1968, pero con múltiples acusaciones de que va al ensamblaje de bombas nucleares, aunque sin una prueba contundente a la fecha, situación similar a cuando George Bush acusó a Irak de poseer armas de destrucción masiva y procedió a invadirlo, pero sin que hubiera pruebas, las cuales siguen sin encontrarse.
Con muchos desencuentros, Irán y Washington habían convivido desde el regreso de Jomeini en 1979. Ahora 46 años de convivencia al filo de la navaja podrían terminar en crisis muy cercana a lo nuclear si la virtual teocracia iraní dirigida hoy por el ayatolá Alí Khamenei y la presunta monarquía que construye Donald Trump, fracasarán en construir nuevas formas de diálogo y convivencia.
Ese fracaso tendría una fuente alimentadora en que Trump haga caso a quienes desean ver un rey más que en Estados Unidos, sobre todo el mundo. La oposición interna y externa ya se ha expresado con múltiples decisiones judiciales que han acotado medidas del mandatario, o con quejas empresariales que le han hecho suavizar aranceles o redadas, sin olvidar protestas de migrantes y marchas contra la proclamación de un rey en la democracia estadunidense.
Pero aún falta más, mucha más coordinación internacional y al frente un líder, que exhiba y detenga los excesos del aprendiz de rey. El abandono de Trump de la cumbre del G7 sin despertar una condena abierta, señala que la oposición internacional se expresa con debilidad, en parte por la carencia de un líder, vacío que al parecer durará bastante tiempo, y quizás sea demasiado tarde cuando aparezca.
j_esqueda8@hotmail.com