Por: Sydne Mariel Mendoza Mera
¿Qué denota en el pensamiento humano la conciencia de su finitud? Quizá es el tiempo, o la enfermedad, posiblemente la fatalidad, o un instante de caos como ahora; donde las arenas sociales de la humanidad se caracterizan por tensiones geopolíticas, conflictos armados y crisis humanitarias, la búsqueda por la paz internacional continúa siendo un ideal a perseguir, basta con observar nuestra realidad contemporánea para reconocer que la violencia en los seres humanos es persistente y se manifiesta de diversas formas, haciendo que nuestro quehacer individual y colectivo muestre un sin fin de contradicciones éticas y morales; hacemos manifiestos, normas, protocolos, discursos de paz, marcamos códigos de conductas intachables, pero actuamos como seres de conflicto y guerra, consecuentemente nuestras acciones culminan una y otra vez en experiencias sociales no dominadas y por lo tanto, mantenemos la condena de repetirlas sin cansancio generación tras generación, haciendo de la paz duradera una utopía más para el siglo XXI.
Es como si el diálogo, la cooperación, la libertad, la igualdad, la dignidad humana y el respeto que se promueven en seno del hogar, de las instituciones, de los espacios de la academia y del pensamiento crítico entre otras, tienen la constante de ser superadas una y otra vez por la noción teórica de las relaciones de poder acuñadas por Foucault en torno a la relación asimétrica de su fuerza entre quien lo sufre y quien lo ejerce, observando así como el realismo político se contrapone al idealismo político.
Ya sean conflictos convencionales o guerras prolongadas, las tensiones geopolíticas en todo el orbe proliferan de diversas formas y por diferentes circunstancias desde las sociales, políticas, religiosas, territoriales, hasta las económicas, digitales, étnicas o por recursos naturales; todas exacerban el comportamiento social, y tienen consecuencias desmedidas como es el caso de la migración forzada donde se hace presente la desigualdad que fragmenta la estabilidad internacional y hace de una problemática pública una fatalidad privada.
Y es que la paz no puede entenderse solo como la ausencia de guerra, debe ser la garantía de justicia social, de la ayuda humanitaria, del desarrollo sostenible y del respeto a los derechos humanos que garanticen al individuo en su esfera personal y colectiva el pacto real de la humanidad de vivir en paz constante.
Si el poder funciona como algo que permanece en tránsito, ¿Su continuo movimiento puede rebasar la resistencia del egoísmo humano? ¿O es que en realidad el poder se detenta por la parálisis generalizada del pensamiento colectivo?
Anna Eleanor Roosevelt señaló: “no basta con hablar de paz; hay que creer en ella. Y no basta con creer; hay que trabajar para conseguirla” el papel de Eleanor fue fundamental en la elaboración y Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde el progreso, la armonía social y un mundo sin guerra marcaban los principios fundacionales de la Organización de Naciones Unidas en 1945 y a 80 años de distancia sus principios, en muchas ocasiones, se han visto rebasados por su lentitud y politización, paralizando decisiones cruciales en mediaciones de conflictos, estabilidad regional y ayuda humanitaria por la falta de voluntad política de sus integrantes, pero privilegiar el diálogo sobre la fuerza es yuxtaponer la conciencia sobre la naturaleza animal de nuestra especie y ello requiere de un esfuerzo de acción activa, coincido con el pensamiento de Eleanor; es necesario que el cambio verdadero se produzca en el espacio más íntimo del ser, es necesario saberse finito para saberse vivo porque si en lo más íntimo de nuestro ser la vida, la justicia, la dignidad, la paz, la oportunidad, el respeto no significan nada, entonces no significarán nada en ningún sitio.
Georges Duby manifestó que la historia se construye sobre jirones de la memoria y que en sus lagunas habita lo que no deja huella; es ahí de alguna forma, es en lo más íntimo de cada persona donde el desafío continúa vigente y donde la paz procura no atravesar el velo del olvido.
¡Hasta pronto!



















