Por años, la relación bilateral entre México y Estados Unidos ha transitado entre la cordialidad institucional y el reclamo pragmático. Hoy, con Marco Rubio como Secretario de Estado del gobierno estadounidense, se abre una nueva ventana de oportunidad para redefinir esa relación bajo un marco de cooperación y entendimiento mutuo, pero también de firme exigencia.
Rubio no solo es un político con experiencia legislativa, ascendencia latina y un claro entendimiento de los dilemas que enfrenta el hemisferio. Es, además, un hombre inteligente, estratégico y de resultados, en quien el presidente Donald Trump ha depositado toda su confianza para conducir la política exterior de su gobierno. Desde que asumió la Secretaría de Estado, Rubio ha mostrado un perfil duro, sin perder la disposición al diálogo. Bajo su liderazgo, Washington ha puesto sobre la mesa una agenda que no solo pasa por el comercio o la migración, sino que toca aspectos neurálgicos como la seguridad, el combate al narcotráfico y la protección de cadenas energéticas, donde México tiene responsabilidades ineludibles.
Y es aquí donde surge un punto de quiebre que no podemos ignorar. Durante los recientes años, los mexicanos hemos sido testigos —y muchas veces víctimas— de grandes omisiones, permisividades y hasta complicidades de autoridades con grupos delincuenciales. El crecimiento desbordado de la criminalidad, los homicidios y las extorsiones es consecuencia directa de esas fallas, que además han debilitado la confianza interna y externa en el país. Ejemplos sobran: el deterioro financiero de Pemex, no solo derivado de malas decisiones empresariales, sino también del huachicol tolerado y en ocasiones alentado desde redes políticas enquistadas en el poder con Morena.
No hay que perder de vista que en México la política exterior ha sido un desastre, del mismo modo que la política económica, lo que ha incrementado la vulnerabilidad del país frente a los embates de la inseguridad y la desconfianza internacional.
Rubio, al frente de la diplomacia estadounidense, ha dejado claro que su país colaborará con México en temas de seguridad y prosperidad compartida, pero no a costa de ignorar las obligaciones que corresponden al Estado mexicano. El nuevo tono que se percibe desde Washington —más directo, menos complaciente— debe ser interpretado como una oportunidad: México puede reposicionarse como socio confiable si decide enfrentar con decisión las raíces del crimen organizado y sanear sus empresas estratégicas, devolviéndoles viabilidad y transparencia.
En este sentido, es momento de que el gobierno mexicano deje de apostar a discursos triunfalistas y muestre resultados concretos. Solo así se construirá una nueva etapa de entendimiento con Estados Unidos.
La paciencia de Estados Unidos ante la complacencia del gobierno mexicano con el crimen organizado ha llegado a su límite. La interlocución de Marco Rubio representa un llamado urgente a la responsabilidad; no se trata solo de mantener buenas formas diplomáticas, sino de demostrar, con hechos, que México está dispuesto a limpiar la casa, combatir la corrupción y poner un alto a las redes criminales que tanto daño han hecho a nuestras familias y a la economía.
Presidente Nacional del PRI.