Por: Ricardo Del Valle
Basta con salir a la calle para presenciar escenas que cada día se han vuelto más y más habituales: gritos desafiantes, amenazas con sus manotazos, claxonazos interminables, improperios de baja y altísima gama, pugilísticos golpes y hasta la culminación de los combatientes con un desenlace a Muerte.
Y no estamos hablando de una guerra civil o militar, sino del tráfico diario en nuestras ciudades. Lo que debería ser un trayecto rutinario pacífico, ameno y hasta con tintes felices, se ha convertido en un campo de batalla donde los autos se transforman en armaduras, y los conductores en fieros guerreros tensos y dispuestos a estallar ante el más mínimo error del otro.
¿Qué nos está pasando?
Más allá del estrés, la impaciencia o la falta de educación vial, hay una raíz más profunda que rara vez se menciona: nos hemos desconectado de lo espiritual. Sí, también al volante. Hemos sacado a Dios del camino, y lo que queda es un vacío que se llena con ira, EGO y desesperación.
Antes, no era raro que alguien comenzara su viaje con una oración, con una señal de cruz, con sólo la contemplación de una pequeña imagen sacra o con una intención de llegar bien, sin ningún percance y por consiguiente, sin lastimar a nadie.
Hoy por la falta de puntualidad, dominan las prisas, los audífonos, los mensajes de texto en el teléfono y una mentalidad de “quítate o te quito”.
Todos los demás conductores alrededor ya no los observamos como seres humanos, sino obstáculos que se interponen en nuestro camino. Nos hemos olvidado de que esos estorbos, respiran, comen, tienen vida, tienen familia, emociones, cansancio, etc., … igual que tú y que yo.
El auto, símbolo de libertad desde su aparición en el siglo XIX, se ha convertido ahora en una cápsula de aislamiento. Adentro vamos solos con nuestros problemas, desconectados de la realidad material y espiritual, actuando como si fuéramos el centro del universo. ¿Cómo no iba a surgir la violencia?
La solución no está solo en más policías de tránsito o en multas más severas, más hospitales o más cárceles.
Está en recuperar algo perdido: LA CONCIENCIA de que cada momento es sagrado, incluso el tráfico.
El auto debería ser también un espacio de presencia, de agradecimiento por estar vivo, de paciencia. ¿Qué pasaría si, antes de salir, dedicáramos solamente CINCO SEGUNDOS a decir: “Que todos lleguemos bien”? Muy probablemente NO resolveríamos el caos vial, pero tal vez evitaríamos una ofensa, una pelea, un accidente o incluso hasta la muerte.
Pero no todo está perdido. La buena noticia es que sí es posible transformar el modo en que vivimos dentro del tránsito diario. No se trata de convertir el coche en un Templo o una Iglesia (con cantidad considerable de imágenes religiosas que son muchas veces contrarias a nuestro real actuar), sino en un espacio de CONSCIENCIA.
Aquí algunos hábitos sencillos que pueden marcar una diferencia real y muy tangible:
-Inicia el viaje con una intención positiva con una frase como “Que todos lleguemos bien” o “Que hoy no me gane el enojo”, pues con ello basta y es suficiente para enfocar la mente en la: PAZ.
-Respira antes de reaccionar, ya que ante una imprudencia que ya estés lamentablemente viviendo, debes respirar muy, pero muy profundo… NO SABES QUÉ BATALLA ESTARÁS LIBRANDO ESA OTRA PERSONA.
Apaga tu juicio y enciende tu COMPASIÓN. Todos cometemos errores. Ser TOLERANTE al volante es un acto espiritual.
Haz del tiempo en el tráfico un momento de conexión. Si tuvieras una aflicción del trabajo o del hogar, escucha música que te eleve, un audiolibro positivo o simplemente quédate en silencio.
Recuerda: EL VOLANTE NO TE DA PODER, SINO RESPONSABILIDAD.
Manejar con CONCIENCIA es una forma de cuidar tu propia vida propia y la de nuestros semejantes
Recuperar la paz en nuestro tráfico automovilístico, empieza POR UNO MISMO. Si cada conductor volviéramos a mirar nuestros trayectos (por más cortos que éstos sean) como una oportunidad de conexión —con nosotros mismos y por añadidura, con los demás—, nuestras calles podrán ser más seguras, además de mucho más… HUMANAS, ya que el camino también puede ser un lugar sagrado. Solo hace falta recordarlo.
Porque las calles no solo se recorren con ruedas, sino también con el alma. Y si no hay alma en el trayecto, lo que nos espera es solo más violencia, más soledad… y un gran vacío.
Volver a manejar con la Conciencia de lo Sagrado en el corazón, no significa imponer alguna religión, sino rescatar el sentido espiritual de la propia vida: RESPETO, COMPASIÓN y HUMILDAD.
Shalom.