El gobierno de Inacio Lula da Silva se encuentra en ruta de colisión con la administración estadunidense de su par Donald Trump, donde si bien es cierto que factores internos explican la posición brasileña de reto, también es claro que Washington ha traspasado líneas rojas en la convivencia internacional y amenaza cualquier intento de organización multilateral que no se encuentra bajo su tutela.
En la perspectiva bilateral, se trata de un conflicto más político e ideológico que comercial. Desde una óptica total, las cifras muestran que el comercio entre estos dos países no figura entre el de mayor peso en sus respectivos intercambios mercantiles.
Brasil es el décimo país a dónde fueron las exportaciones estadunidenses, con el 2.2 por ciento del total, mientras Canadá con 17.5 y México con 16 por ciento, fueron los dos primeros en 2023 de acuerdo a compilaciones del sitio santandertrade.com, pero en sentido inverso el país sudamericano no figura entre los 10 principales vendedores a Estados Unidos.
Para el actual gobierno estadunidense, revertir su déficit comercial se ha convertido en una obsesión, sin embargo con Brasil esa situación no se da. En mayo pasado las exportaciones estadunidenses sumaron 4.8 mil millones de dólares, pero sus importaciones fueron de 4.2 mil millones de dólares, un modesto superávit de 600 millones de dólares.
Se trata de una situación que se ha mantenido en los años recientes, por ejemplo, en 2023 Estados Unidos vendió a Brasil 39.9 mil millones de dólares y le compró 37 mil millones de dólares, es decir, un superávit estadunidense de 2.9 mil millones de dólares, de acuerdo a cifras del Observatorio de Complejidad Económica (oec.world/es).
Si el pecado del déficit no es ¿entonces? Son tres los pecados: China, Bolsonaro y BRICS, es decir, ideológicos y políticos.
Con China el intercambio brasileño no es muy superior al que sostiene con Estados Unidos en importaciones, pues en 2023 le compró 57.5 mil millones de dólares, pero le exportó 106 mdd, casi tres veces más que al país norteamericano, lo que vuelve al país asiático más importante que el estadunidense. Junto a las frías cifras, se encuentra que Brasil es uno de los puertos de entrada de China a América Latina, lo que obviamente no es del agrado estadunidense.
Y más aún, Brasil es fundador del grupo BRICS al igual que China. Se trata de una entidad creada por esos dos países más Rusia e India, al que se han sumado Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Irán, Emiratos Árabes Unidos y el más reciente este año, Indonesia.
Su actividad a nivel de declaraciones no ha sido de confrontación con Estados Unidos a pesar de que en su membresía hay claros rivales de Washington como Irán, pero su poder por número combinado de habitantes y productos internos brutos, ya rivaliza con el de las naciones industrializadas conjuntadas en el G7, con perspectivas de superarlo en algún punto de la próxima década.
Su intención de aumentar su coordinación monetaria podría convertirse en el mediano plazo en un desplazamiento al menos parcial del dólar, todo lo cual hizo que en coincidencia con la cumbre BRICS de principios de julio pasado, el presidente Trump calificara de “antiamericanas” las políticas de este grupo y advirtiera a los países que se sumaran a ellas, que tendrían que pagar, sin excepción, un arancel adicional de 10 por ciento.
Todos los líderes de los países del grupo cuestionaron esa amenaza, pero el más duro fue Lula: «No es correcto que un país del tamaño de Estados Unidos esté amenazando al mundo a través de internet. El mundo cambió. No queremos un emperador. Somos países soberanos», dijo el también anfitrión de la cumbre.
A lo anterior se suma la cercanía ideológica del jefe de la Casa Blanca con el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, quien buscó pero perdió la reelección ante Lula en 2022, y que se encuentra acusado de intentar un golpe de Estado para evitar la entrega del poder.
Para Trump Bolsonaro es un “buen hombre” que sufre una “cacería de brujas” y “ama al pueblo brasileño”.
Todo hace perfilar que ese apoyo a un afín ideológico y política, apunta a los comicios presidenciales brasileños de 2026, donde Lula podría buscar ser reelecto y en los cuales la actual administración estadunidense pudiera tratar de influir como ya lo hizo en las elecciones parlamentarias de Canadá y en las regionales de Alemania.
Lula, según encuesta de Datafolha reportada por Folha de S. Paulo, aventaja en todos los escenarios de primera vuelta y superaría en una hipotética segunda ronda a Bolsonaro, quien por su condición estaría impedido de participar, y al gobernador de Sao Paulo, Tarcísio de Freitas.
Brasil con Lula, se erige así como el único que enfrenta de manera directa al actual mandatario estadunidense y sus políticas en la región latinoamericana, y más aún, en el marco de todo un conjunto de países que desarrollan sus propias políticas que, en efecto, los alejan de las estadunidenses, pero a un ritmo pausado, y a las cuales tienen derecho.
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