El uso de la fuerza es ya el camino más seguido para la resolución de problemas en el ámbito internacional. Lo que no se ve, muchas veces a propósito, es que las situaciones que se busca resolver por la fuerza, quedan solo ocultas y años después resurgen con más fuerza.

Como fecha simbólica ubiquemos el 11 de septiembre de 2001 como el inicio de la aplicación actual de esta estrategia. Empezó con el nombre de Guerra Global contra el Terrorismo, que ordenó el entonces presidente estadunidense George W. Bush en represalia a los atentados contra varios sitios en su país, de manera señalada las Torres Gemelas en Nueva York en la fecha citada. Consistió en la invasión de Afganistán para evitar que el país asiático fuera usado como base de operación terrorista.

La ocupación estadunidense concluyó en 2021 con la entrega del país de regreso a los talibanes, que gobernaban 20 años atrás, ciertamente con una merma sustancial de Al Qaeda, el grupo responsabilizado de los atentados cometidos dos décadas atrás, pero también la reubicación y expansión de otras organizaciones de ese tipo a países de África y Yemén, en el extremo sureste de la península arábiga, así como el retroceso social y cultural de Afganistán, como lo han denunciado y lo viven a diario sus mujeres. ¿Se resolvió algo?

En 2014 Rusia inició una serie de acciones que concluyeron con un referéndum alejado de las normas convencionales que lo avalaran y legitimaran, mediante el cual la población de la península de Crimea –territorio de Ucrania- decidió su anexión a Rusia. Ocho años después Rusia inició su Operación Especial, la invasión a la región sur y sur-sureste de Ucrania, ubicadas al norte de Crimea, conflicto que se estimaba duraría unos cuantos meses pero que este 14 de agosto cumple tres años y medio.

Si bien la habilidad del presidente ucraniano Volodimir Zelenski y la determinación de sus tropas han sido factores decisivos para que Rusia parezca entrampada en el conflicto, el apoyo de Occidente ha sido básico para detener la invasión rusa. Hay muchas expectativas de la cumbre entre los presidentes ruso Vladimir Putin y estadunidense Donald Trump de este 15 de agosto, pero debe recordarse que el jefe de la Casa Blanca prometió terminar el conflicto en 24 horas tras asumir su cargo y a casi siete meses, ese compromiso sigue pendiente. En todo caso, el ucraniano Zelenski ha fijado que sin Ucrania, no es posible algún acuerdo.

Otro no menos grave conflicto es el que involucra al grupo fundamentalista Hamas, la población de la Franja de Gaza y a Israel, país que ha decidido tomar el control de Gaza para exterminar a Hamas y garantizar así su seguridad tras el ataque del grupo islámico al sur israelí en octubre de 2023. Pero antes inició una ofensiva que lleva ya 22 meses sin que pueda erradicar a los militantes de Hamas, pero que se ha convertido en un genocidio que ha ido creciendo a semejanza de como creció el exterminio nazi de la población judía, otro ejemplo de la fuerza para erradicar un conflicto.

De otros conflictos geopolíticos que están cerca de que alguno de sus protagonistas sea atrapado por la tentación de la fuerza como solución, quizá el más señalado sea el que involucra a China y Taiwán. Para la potencia asiática la isla también conocida como Formosa es una “provincia rebelde” que debe regresar al redil del Estado chino. Los taiwaneses afirman que son un país soberano que quiere seguir su propio destino.

La invasión a Afganistán y el exterminio de Hamas, además de la fuerza, se parecen en que involucran a grupos considerados terroristas, pero que expresan situaciones de inconformidad social o raíces culturales. El caso más claro es Hamas, que a pesar del sacrificio que impone a la población palestina, sigue teniendo apoyo social.

Se esperaría mucho más de Estados Unidos e Israel, países con instituciones políticas sólidas y sociedades con valores, pero que aparecen rebasadas por grupos tan extremistas como los que tratan de combatir.

Las nuevas amenazas, como elevar la recompensa por la cabeza del presidente Nicolás Maduro, sin prejuzgar sobre su involucramiento en el narcotráfico, o sobre México de una acción militar contra carteles de la droga y que evidentemente no sería una invasión sino muy posiblemente una incursión como la que mató a Osama bin Laden o del tipo de las que han costado la vida a dirigentes del ejército de Irán, deben ser tomadas muy en serio, en particular la que podría sufrir nuestro país, que podría ser obligado a aceptar inimaginables concesiones comerciales, antiinmigrantes y de seguridad, por la vía de la amenaza y la fuerza.

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