El 2 de diciembre de 1547, decepcionado, frustrado, traicionado por la corona española moría en Castilleja de la Cuesta el odiado, el vilipendiado, el incomprendido Hernán Cortés. El anticristo, la viva imagen del demonio para muchos, muchísimos mexicanos, porque quinientos años después la genealogía de nuestra nación sigue sin ser comprendida y menos aceptada, porque la historia oficial sigue siendo maniquea: los malos españoles contra los buenos indios, olvidando que básicamente somos un país de mestizos en el que para colmo de males y como un terrible contrasentido, la mayoría se ufana o se inventa un linaje español y oculta, como si fuera un hecho vergonzante, la sangre indígena que corre por sus venas.

Decía un querido maestro que la mayoría de los mexicanos nos sentimos orgullosos de nuestro padre ya que vemos en él a Cortés y nos avergonzamos de nuestra madre porque nos recuerda a la Malinche, traidora oficial por obra y gracia del chauvinismo nacional y aunque públicamente reprochamos la crueldad del conquistador, lo que en el fondo no le perdonamos es que nos haya dado por madre a una india y mientras no superemos el pasado difícilmente podremos resolver el futuro.

A menudo escucho voces que afirman que los conquistadores son los culpables de todos nuestros males: por ellos somos flojos, corruptos, deshonestos, irresponsables, sucios, porque los indígenas eran todo lo contrario. Tuvo que ser Octavio Paz quien, en su extraordinario ensayo “Posdata”, nos recordara “que los latinoamericanos, no sólo los mexicanos, somos gente de las afueras, merodeadores de los suburbios de la historia, llegamos tarde a todos lados, nos colamos por la puerta trasera de la modernidad cuando ya se apagaban las luces y fuimos incapaces de conservar todo lo bueno que nos dejaron los españoles al irse”, porque quinientos años después continuamos dándonos puñaladas por la espalda, incapaces de seguir un camino propio que promueva un desarrollo más humano, equilibrado y justo.

Seguimos odiando a Cortés porque nos quedamos con los libros oficiales de texto, con un poco de curiosidad podríamos enterarnos que fue un acérrimo enemigo de la esclavitud de los indígenas y convenció a Carlos Primero de España para que en la ciudad de Toledo, a fines de 1528, firmara las Ordenanzas Sobre el Buen Trato a los Indios, que si bien no prohibieron la esclavitud, fueron un avance que limitó de manera importante la explotación de los indígenas; que ante el rey defendió con pasión la necesidad de respetar las estructuras sociales de los indios y que -idea fundamental- los españoles podrían vivir en estas tierras sin que ello significara la extinción de las razas originarias; que defendió al mestizaje y sus derechos con la vehemencia de un padre porque al hacerlo protegía a Martín, el hijo amado que tuvo con Malinche; y para concluir simplemente recordar que en este país de mestizos la historia le dio la razón a Cortés, seguiremos esperando que un día por fin la historia le haga justicia. Hasta entonces, pues…