Con todo y sus diferencias, la situación en Gaza y muchas de las reacciones al Premio Nobel de la Paz 2025, tienen una importante semejanza: muestran lo necesario que resulta convivir en este mundo polarizado e intolerante.
Pero lo que rige hoy en día es la falta de capacidad para convivir, la cual es reemplazada por el afán para imponerse y destruir al otro.
Esa situación es evidente en Gaza. Luego del presunto acuerdo de paz alcanzado entre el movimiento islámico Hamas e Israel, la primera fase consistente en la devolución de rehenes vivos y muertos se está cumpliendo a cuentagotas, e inclusive con la entrega de cadáveres de palestinos pero devueltos como si fueran rehenes, error o acto intencional, que es aprovechado por la parte israelí.
Se trata de una tregua en que los ataques, los muertos y los heridos siguen, con nueve palestinos asesinados y otros 35 heridos por el ejército israelí este martes 14, para el total de 67 mil 938 muertos y 170 mil 169 lesionados desde el inicio de este conflicto.
Esa situación ilumina que el acuerdo está sostenido con algo menos que alfileres, y que cualquier vientecillo lo tirará, de manera central porque la demanda básica de los fundamentalismos de Hamas y de Israel está lejos de cumplirse: que desaparezcan los palestinos, que desaparezca el estado israelí y la población judía.
Al otro lado del mundo la situación en Venezuela también tiene ese componente de querer erradicar al otro, pero siendo justos y al menos desde el discurso, desde la parte gubernamental hacia la oposición.
El ejemplo más transparente fue el silencio de medios oficiales y la orden a medios privados para que callaran el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, seguido de la publicación de los resultados de una muy oportuna encuesta que afirmaba que hasta 89 por ciento de una muestra de mil 500 respondientes telefónicos, tenía percepción desfavorable de la líder opositora y 86 por ciento rechazaba que se le hubiera concedido el galardón.
El gobierno venezolano mostró además comportamiento de un niño de cinco años al ordenar el cierre, sin dar explicaciones específicas, de su embajada en Noruega, país sede del comité que entrega del Nobel de la Paz, al que se agregó la clausura de su embajada en Australia, pero la apertura de representaciones en Zimbabue y Burkina Faso, en el marco de la reestructuración de su servicio exterior, única explicación dada.
Pese al descrédito internacional del gobierno venezolano, misma situación sucede con el israelí, no hay señales de que Caracas lleve adelante alguna acción para entender que la oposición no son solo las figuras que aparecen de manera pública, sino cientos de miles de venezolanos.
Algo pasa en Venezuela, donde de 34 millones de habitantes estimados para este año, 7.89 millones, alrededor de una cuarta parte, se encuentran como migrantes o refugiados sobre todo en Colombia, Perú, Brasil, Chile y Ecuador.
Debe destacarse que la población venezolana es una estimación porque el censo de 2021 fue suspendido por la epidemia de COVID, y a la fecha sigue pendiente. En ese sentido, las cifras de refugiados y migrantes parecen ser más confiables.
Si el gobierno de Nicolás Maduro realmente quisiera desacreditar la distinción dada a Machado, bastaría con que mostrase las actas de la elección presidencial del 28 de julio del año pasado, una acción común en cualquier país democrático, y cuyo ocultamiento es el mejor argumento de la oposición venezolana.
El gobierno venezolano debe entender, al igual que otros que se presumen de izquierda en la región latinoamericana, que la oposición existe, debe ser reconocida y que la unanimidad es inexistente salvo en la mente de regímenes claramente autoritarios.
Son tiempos en que domina la intolerancia hasta a la existencia del otro, intolerancia que explota con adjetivos que insultan al otro en lugar de emplear argumentos. Los procesos sociales e históricos se miden en años y décadas, y este proceso que empezó con la aparición de la posverdad, no parece cercano a su fin.
Jorge Esqueda
j_esqueda8@hotmail.com