Por Alejandro Ordóñez

Presse Francaise, 25 mai 2025. Enorme revuelo causó la tarde de ayer un intento de magnicidio ocurrido a la entrada de Rue Rivoli frente al Carrousel du Louvre -ante una multitud de turistas- cuando un hombre atentó contra la vida del príncipe Rafou, hijo del Emir Ahmed, quien salió ileso gracias a la intervención de un desconocido, en la refriega -ambos- agresor y defensor, resultaron gravemente heridos.
Presse Francaise, 30 mai 2025. Esta madrugada falleció sin haber podido declarar, el autor del atentado contra el príncipe heredero Rafou; por otra parte el vocero del Hospital de la Pitié-Salpetriere informó que la misma noche del atentado personal de la embajada obtuvo autorización para llevar al herido a un hospital privado; sin embargo, el reportero no ha podido dar con él.
Presse Francaise, 15 juin 2025. Sigue sin aparecer el salvador del príncipe Rafou pero la Police Nationale ha logrado investigar algo, se trata de un excombatiente de la guerra Rusia-Ucrania quien destacó por su valor y un día desapareció en condiciones extrañas, por lo que lo consideran desertor; se omite su identidad por cuestiones de seguridad, máxime que el asunto parece tomar un cariz internacional y la lucha por los ricos campos petroleros árabes no es ajena.
Soy el hombre más buscado por varias policías lo mismo el Servicio Federal de Seguridad Ruso (FSB) o el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), no puedo decir cuál es mi verdadero nombre, llámenme simplemente Phillip o Phillip Sterling si la curiosidad es mucha. Yo, al igual que Napoleón Bonaparte, quien antes de ascenderlos preguntaba a sus oficiales si tenían buena estrella, estoy empezando a creer que la gente nace con buena o mala suerte. Venía huyendo pero es preciso aclarar: abandoné las fuerzas ucranianas cuando comprendí que la muerte permanecía agazapada lo mismo tras las ruinas de edificios y calles que en las tranquilas carreteras pues las grandes potencias han prostituido el viril arte de la guerra; ya no se trata de valor ni de coraje o de tácticas y estrategias, la cuestión es ver quién tiene el arma capaz de producir mayores daños; ahora no importan el valor o la destreza de las fuerzas militares; los misiles no respetan, viajan a dos, cuatro o cinco veces la velocidad del sonido y a menudo ciegan la vida de los contrarios sin darles la oportunidad de la defensa.
Ocurrió en la hora pico, yo venía pasando por ahí, de pronto se escuchó el rechinido de los neumáticos de seis camionetas blindadas, bajaron de ellas guardias de seguridad descontrolados por esa muchedumbre que les impedía realizar su tarea. Lo vi cuando cruzó la calle, volteaba a todos lados como si fuera un felino tras su presa. Iba por el joven vestido a la usanza árabe, corrí, me descubrió cuando ya me tenía encima, apenas le dio tiempo de reaccionar, lo abracé, brilló la daga, sentí el ardor cuando bajaba por mi antebrazo tiñendo de rojo la camisa, creció un fuerte dolor en el vientre, apreté su puño para evitar que siguiera apuñalándome, nos rodearon los guardias de seguridad, alguien extrajo la daga, de mi vientre, perdí el sentido. Ya después me fui enterando de lo ocurrido. En el reporte oficial asentaron que al defenderme le arrebaté el arma y se la clavé en el pecho repetidas veces hasta privarlo de la vida; que me llevaron al Salpetriere y horas más tarde salí por mi propio pie dada la levedad de mis lesiones.
Mentira tras mentira. No se cansan, dijo el Emir, quieren mi petróleo, pensaron que asesinando a mi hijo amado, presa del dolor pediría el apoyo de mis hermanos árabes con el fin de emprender la yihad, porque no tendría problema para descubrir que fue un atentado concertado por los países de occidente con el fin de provocar una guerra, invadirnos y despojarnos de nuestro petróleo, como lo han hecho otras veces. Por supuesto -respondí-, jamás tuve en mi poder la daga, así que no pude matarlo y es falso que abandoné el hospital por mi propio pie, si no fuera por su generosidad ahora estaría muerto. Exacto dijo el Emir, y ¿qué le parecería -estimado amigo- si cobráramos cumplida venganza?
Decidí apoyarme en sus hombres de confianza ya que cualquier deslealtad podría costarles la vida, ensayamos el plan hasta el cansancio, yo dirigí mis pasos hacia Saint Dennis, el barrio de mi viejo amigo, el joyero Pierre La Croix, único capaz de realizar la proeza que demandaba mi proyecto, las fotografías de las joyas -en tercera dimensión-, los metales y las gemas preciosas corrieron a cargo del Emir, quien hizo una excepción al permitirme recorrer su harem y escoger a la mujer más bella quien actuaría como distractor. A las nueve horas con cuarenta minutos -recién abierto el museo- los empleados sobornados previamente fingieron una falla en las cámaras del sistema de vigilancia del salón Apolo donde se guardan las joyas de la Corona Francesa del Primer y Segundo Imperio. Yo ingresé al salón mientras la monumental Scherezade -cerca de la entrada- fingía un ataque de asfixia, lo que provocó que los escasos turistas que deambulaban por ahí se distrajeran, algunos tratando de ayudar; otros, recreándose con las bien torneadas piernas de mi acompañante cuya falda cubría apenas sus ingles. Abrí la frágil cerradura de la vitrina, levanté el capelo que cubría aquel tesoro; a pesar de la premura no pude dejar de admirar el collar y los zarcillos de esmeraldas de la emperatriz Maria Luisa, segunda esposa del genial Buonaparte. Coloqué en el lugar indicado las piezas elaboradas por ese genio incomprendido, mi amigo el joyero La Croix; después, ya recuperada de la asfixia y no sin antes dar las gracias por la ayuda recibida nos dimos el lujo de ir al Café Mollien, donde disfrutamos de sendos croissants, acompañados por cafés express, cerca de la monumental escalera doble, con el diseño de sus grandiosos techos altos y una terraza con vista a la pirámide.
Semanas después me llamó el Emir, se orinaba de la risa, arrojó a mis brazos ejemplares de varios diarios franceses donde se daba cuenta de unos pobres diablos que montados en una escalera telescópica subieron hasta el primer piso del museo, rompieron el cristal de la ventana y robaron lo que creyeron serían las joyas que pertenecieron a los Bonaparte.
Epílogo.
No hay dicha eterna, lo advirtió mi madre, esta madrugada encontraron en el Sena, el cuerpo de mi amigo La Croix, dicen que antes de arrojarlo al río lo degollaron con una jamiya, la daga curva que llevan los árabes al cinto. El mensaje no podía ser más claro, así que escondí en mi cartera la llave de la caja de seguridad del Bank Lombard Odier, donde tengo guardada la colección original y partí con rumbo desconocido; ya en el avión no pude reprimir una sonrisa al imaginar la ira infinita del jeque si llegara a descubrir que las joyas guardadas con gran celo son unas de las réplicas fabricadas por mi fiel amigo, el viejo joyero Pierre Lacroix, a quien acompañé en los últimos instantes de su vida, a orillas del Río Sena.

Ciudad de México
Noviembre de 2025