Por Jorge Esqueda
En México y en otras partes del mundo la Generación Z ha aparecido como un actor relevante en la protesta social, capaz de enfrentarse al gobierno y tirarlos, pero ¿será cierto lo anterior o solo es una maniobra de agudos publicistas que inventan nombres para vender mejor la información, convirtiendo una maniobra de mercadotecnia en una revolución?
No sería la primera vez que la mercadotecnia interviniera. A principios de este siglo hubo varias revoluciones de colores o con nombre de flores para llamar la atención hacia los movimientos que acabaron por desmembrar la memoria de la Unión Soviética, que desapareció de manera formal en diciembre de 1991, hace casi 34 años.
En 2004 comenzó la Revolución Naranja, en Ucrania, un año antes en Georgia la de las Rosas o la de los Tulipanes en 2005 en Kirguistán, y hasta la del Bulldozer del 2000 en Yugoslavia.
Medio Oriente tuvo las suyas también, por ejemplo la Azul en Kuwait en 2005 o la Verde de 2009 en Irán, sin olvidar la de 2007 en Myanmar, esta en Asia.
¿Significa que los colores o las flores encabezaron los movimientos? Por supuesto que no, más bien se trató de nombres fáciles de transmitir y por lo mismo útiles para llamar la atención de públicos alejados de los lugares donde ocurrían las protestas, evitando el trabajo de sintetizar el contexto social, económico y político de las movilizaciones.
En parte eso parece estar sucediendo con las movilizaciones de protesta que han ocurrido en Indonesia, Filipinas, Kenia, Perú, Marruecos, Nepal y Madagascar, y que en los dos últimos países han llevado a cambios de gobierno.
¿Ocurre entonces que debe ignorárseles? No, más bien analizarlos a fondo para encontrar lo común y determinar si estamos ante una protesta en algo similar a la de 1968, así como lo específico de cada movilización.
Llama la atención que de las siete protestas señaladas dos párrafos arriba, cuatro sean en naciones asiáticas (Indonesia, Filipinas, Nepal y Madagascar) uno latinoamericano, y dos africanos aunque muy diferentes, uno del norte mediterráneo (Marruecos) y el otro en el corazón de ese continente (Kenia), es decir, una diversidad muy notoria.
Y lo mismo pasa si se añade a Serbia o Paraguay, como lo hacen algunos medios al enumerar las naciones donde se han registrado estas protestas, es decir, la diversidad aumenta.
También llama la atención la ausencia de protestas de la Generación Z en el mundo desarrollado occidental, es decir, Europa o América del Norte, con la excepción de México hasta hace dos semanas.
Que las movilizaciones provengan de fuera de los países hegemónicos hace más difícil el análisis y la determinación de si en realidad se trata de acciones atribuibles a una misma generación. Sobre todo si se considera que la denominación Generación Z se refiere en su origen a grupos de edad de países en desarrollo, especialmente Estados Unidos, lo que evaporaría la posibilidad de aplicar ese nombre a población de la misma edad pero de sociedades por demás diferentes.
Mención aparte merece el papel de las redes sociales. Ya en las protestas de principio de siglo en Medio Oriente se les quiso dar un papel protagónico, cuando en realidad catalizaron la comunicación, lo que ciertamente fue muy importante.
Se necesita ahora profundizar en el papel de esas redes para saber si han sido capaces de que sus contenidos globalizados den la suficiente uniformidad a grupos de edad similar pero de contextos diferentes, que parecen responder a una misma inconformidad: su inconformidad con las características del lugar que se les ha entregado en sus respectivas sociedades.
Y lo que enfrenta la Generacion Z que protesta en cualquier lugar del mundo, es lo que Amnistía Internacional resume como introducción a las palabras de cuatro jovenes en protestas en otros tantos países:
En todo el mundo, una serie de jóvenes —a quienes se conoce como movimiento Gen Z— están saliendo a la calle y luchando por sus derechos. En Madagascar protestan por la escasez crónica de agua y los cortes de electricidad. En Perú, el derecho al aborto terapéutico está amenazado. Y, en Indonesia, la juventud alza su voz contra el resurgimiento de prácticas autoritarias.
Sin embargo, en lugar de facilitar y proteger el derecho a la protesta pacífica, las fuerzas de seguridad responden con fuerza ilegítima, que pone en peligro las vidas de jóvenes. La juventud no debería tener que arriesgar la vida para protestar.
j_esqueda8@hotmail.com















