Salvador Franco Cravioto

En columnas anteriores hablábamos un poco sobre las nuevas realidades globales y nacionales en algunos países del mundo. Poníamos sobre la mesa los riesgos casi imperceptibles de caer en nuevas formas de inquisición del pensamiento y del lenguaje, particularmente cuando algún poder fáctico o institución considera, ahora por convencionalismo social, que el discurso con base en las convicciones válidas de alguien va en contra de la ortodoxia autorizada y canónica de lo políticamente correcto, lo cual suele agravarse sobre todo cuando esta persona es blanca o del sexo masculino y además heterosexual.

Y es que defender causas justas y nobles está más que bien. No sólo es admirable sino necesario. Dar voz a quienes no la tienen o a personas que viven situaciones de opresión o discriminación históricas. Pero de aquí a cerrar el debate y creer que hay una versión única de la realidad social y humana, sólo porque lo dicen los gobiernos globalistas de izquierda o derecha, las teorías de género o los intereses hegemónicos de las grandes corporaciones, hay una gran diferencia.

En el primer caso, oponerse o criticar de alguna manera la forma a veces injusta y opresiva en que se construye el nuevo y no tan nuevo mundo global, puede traer riesgos en algunos países, con gobiernos tan distintos como los de China, Rusia, Europa o Estados Unidos, pero ahora también frente a los intereses corporativos que dicho sea de paso jamás en la historia habían sido tan poderosos y con tantos recursos a escala planetaria; hecho que nos conecta al tercer supuesto, sin pasar por alto el segundo, en el que vemos a un activismo de género desbordado y basado mucho más en una izquierda identitaria, victimista e ideológica, que en el discurso profundamente humanista, racional e inclusivo del feminismo liberal del siglo XIX que luchaba justamente por los derechos de las mujeres en igualdad con el varón.

Lo que es evidente es que nos enfrentamos a nuevas realidades cada vez más complejas y mediatizadas que requieren, posiblemente, menos del actual activismo sectario e ideológico que nos segmenta y divide, y más del fomento de una cultura de apertura colectiva en torno a valores comunes y respeto a la libertad individual, así como de una discusión y un debate realmente libres y sin temor de censura que reelaboren permanentemente los acuerdos sociales con base en los aportes de la ciencia y no en la imposición ideológica de doctrinas, las cuales si bien es cierto que son respetables, también lo es que por propia y subjetiva naturaleza siempre serán mucho más controvertibles.

Las opiniones vertidas en ejercicio de mi libertad de expresión son siempre a título personal. Por un mundo de paz y de respeto hacia toda persona, bienvenido el debate de ideas. ¡Que viva la diversidad y todo aquello que nos hace únicos!