En 1822, el Congreso decretó como días de INDISCUTIBLE FIESTA NACIONAL (con mayúscula y énfasis) el 16 y el 27 de septiembre. La primera fecha, porque en ella “fue herido de muerte” el virreinato novohispano; la segunda porque significaba la puntilla final, el tiro de gracia a los trescientos años de dominación española es decir la consumación de la Independencia.

“Puede decirse que el 27 de septiembre de 1821 -escribió Lucas Alamán a mediados del siglo XIX- ha sido el único día de puro entusiasmo y de gozo sin mezcla de recuerdos tristes o de anuncios de nuevas desgracias que han disfrutado los mexicanos”.

Fue un momento fundacional, lleno de esperanzas. Marcaba para la posteridad el verdadero alumbramiento de la nueva nación y sólo bastaron tres años para que los odios de partido, la lucha de facciones y la intolerancia borrara de la memoria colectiva fecha tan memorable. Y como un gran drama histórico, hacia noviembre de 1824, cuando Iturbide ya se encontraba en el infierno cívico luego de ser fusilado el 19 de julio anterior, el exaltado Congreso expidió un decreto que suprimía el 27 de septiembre como “fiesta patriótica”, quedando como tales, exclusivamente el 16 de septiembre y el 4 de octubre -fecha de promulgación de la primera constitución de México. La consumación de la independencia había sido suprimida por decreto.

“Nunca se había visto en Méjico -escribió Alamán- una columna de diez y seis mil hombres. El concurso numeroso que ocupaba las calles los recibió con los más vivos aplausos, que se dirigían especialmente al primer jefe Iturbide, objeto entonces del amor y admiración de todos. Las casas estaban adornadas con arcos de flores y colgaduras en que se presentaban en mil formas caprichosas los colores trigarantes, que las mujeres llevaban también en las cintas y moños de su vestidos y peinados. La alegría era universal. Los que lo vieron, conservan todavía fresca la memoria de aquellos momentos en que la satisfacción de haber obtenido una cosa largo tiempo deseada y la esperanza halagüeña de grandezas y prosperidades sin término, ensanchaban los ánimos y hacían latir de placer los corazones”.

El mérito de Iturbide -no conseguido por ninguno de los jefes insurgentes- fue lograr que la sociedad novohispana se viera a sí misma como parte de un todo. Creyera en la igualdad dentro del espacio común que representaba la nueva nación. Aquel 27 de septiembre, el país de la desigualdad -así llamado por Humboldt- dejaba de serlo y todos se reconocían bajo el mismo gentilicio: mexicanos.

Lejos quedaba la anárquica lucha de Hidalgo y las atrocidades que las tropas insurgentes habían cometido en Guanajuato. Pocos recordaban las disciplinadas y bien organizadas campañas militares de Morelos y su visionario proyecto de nación. Ni siquiera la férrea resistencia del decano de los insurgentes, Vicente Guerrero, era tan importante para opacar al hombre providencial que logró unir a todo el virreinato, y llevar a feliz término la lucha comenzada por Hidalgo.

La historia escrita por los liberales en el siglo XIX y por la familia revolucionaria en el XX -en ocasiones tristemente mezquina-, no quiso reconocer mérito alguno a Iturbide y ambas coincidieron en minimizar la significación histórica del 27 de septiembre, para establecer exclusivamente, la no menos importante del día 16. No era una fecha de los vencedores y por tanto no merecía un lugar en el calendario cívico oficial.

Pero si la consumación de la independencia no le fue reconocida a Iturbide, los colores que defendía su ejército, el Trigarante, paradójicamente se convirtieron con el tiempo en perenne símbolo del nuevo país. “Tres garantías -escribió Justo Sierra-: religión, unión e independencia, materialmente simbolizadas en la bandera tricolor, adoptada por la Patria y divinizada por el río de sangre heroica que ha corrido por ella”.

La enseña patria fue el único triunfo que Iturbide le arrebató a la historia oficial. Nadie, ni sus enemigos ni sus detractores, pudieron arrebatarle tal honor. A través de los años, voces disonantes se han alzado infructuosamente para reivindicar el verdadero día de la Patria y a su infortunado caudillo.

A principios del siglo XX Francisco Bulnes escribió: “Espero que para el Centenario de 2110, dentro de doscientos años, se habrá reconocido que los tres héroes prominentes de nuestra independencia, fueron Hidalgo, Morelos e Iturbide. Como los muertos no se cansan de reposar en sus tumbas, Iturbide bien puede esperar algunos cientos de años, a que el pueblo mexicano, en la plenitud de su cultura, le reconozca con moderados réditos lo que le debe. Mientras no se honre como debe ser a los verdaderos héroes de la independencia y se llegue hasta suprimir de los homenajes, la figura de uno o algunos de los más grandes, habrá derecho para decir que en las solemnes fiestas patrias… quedó vacío el lugar del primero de los personajes: la Justicia”.

Han transcurrido casi cien años desde que Bulnes escribió exigiendo la reivindicación del héroe de Iguala y el reconocimiento de la fecha que la historia registró como el nacimiento del México libre y soberano. Para desgracia de propios y extraños, como en muchos otros ámbitos de la vida mexicana de finales del siglo XX, la justicia histórica ha sido doblegada por la impunidad histórica. ¿Tienen que transcurrir otros cien años, antes de que Iturbide descanse en el seno de la Patria como uno más de sus hijos? ¿Será hasta el 2110, cuando la historia mexicana esté por encima de los odios de partido y las verdades absolutas? ¿Llegará el momento en que el 27 de septiembre sea reconocido como el día de la patria?

El propio Iturbide, desde su exilio en Liorna, Italia, vislumbró que el juicio de sus contemporáneos y de futuras generaciones podría ser tan adverso que concluyó sus memorias escribiendo: “Cuando instruyáis a vuestros hijos en historia Patria, inspiradles amor al primer jefe del ejército trigarante quien empleó el mejor tiempo de su vida en trabajar porque fuesen dichosos”.

Sin embargo los hijos de la patria no fueron ni han sido instruidos en inspirarles un buen recuerdo del libertador Agustín de Iturbide.

¿Tú lo crees?… Sí yo también, falta mucho por hacer.