Luego de cinco años de no reunirse, los ejecutivos de Canadá, Estados Unidos y México se reunieron la semana pasada de manera presencial en Washington con un invitado que no lo estaba: China.

En los hechos, cada vez es más difícil en cualquier confín del mundo prescindir de la presencia del denominado “gigante asiático”, una situación a la que debemos de acostumbrarnos al menos en nuestro horizonte vital, por más jóvenes o viejos que seamos.

Entre las muchas preguntas que esa presencia genera se encuentra la de ¿y en calidad de que debemos asumirlo? Al menos existen tres opciones: rival, cooperante y competidor. Lo ideal sería la segunda opción, como cooperante, pero al parecer el mundo aún no aprende a cooperar y entonces solo quedan las otras dos posibilidades, rival y competidor.

La situación se complica porque si cada uno de los tres países que conforman América del Norte deben establecer en lo individual sus políticas hacia la nación asiática, no menos importante es que lo hagan como bloque comercial y económico, pero también político, una dimensión que asemejaría la zona norteamericana a la Unión Europea, pero de la cual aún se está muy lejano.

Probablemente como bloque esa sería la mejor evaluación de la primera cita de los ejecutivos de los tres países norteamericanos tras la era Trump, cita en la cual debió de haber quedado enterrado el “America First”, traducido como Estados Unidos primero, para dar paso a una articulación mucho más orgánica entre los tres países, aunque aún lejos, repetimos, del ámbito político.

Verse como bloque es la única posibilidad que existe para estar en condiciones de competir con China y mantener bajo control la esfera de la rivalidad.

En materia de rivalidad el riesgo es que se desate una nueva fase de carrera armamentista, que lleve la que ya existe a otra espiral sin fin aparente, como la que en el siglo pasado mantuvieron Estados Unidos y Rusia, con el enorme desperdicio de recursos humanos, tecnológicos y económicos, así como el desgaste emocional de las sociedades.

Desafortunadamente las noticias sobre el avance chino en materia armamentista no dan esperanzas de que esa espiral no suceda o no se dispare. Sus avances en materia de construcción naval o de balística intercontinental así lo muestran.

Mientras tanto el espacio de la competencia se erige como el único posible para mantener dentro de cauces racionales una rivalidad que día a día crece entre China y Estados Unidos, y donde las tendencias marcan que a largo plazo la balanza se inclinará hacia el oriente.

Se tiene que considerar que China es el eje de una región que crece y que entre otras características cuenta con mano de obra abundante y cuyas percepciones están por debajo de las occidentales. Esta situación da a la zona asiática una ventaja competitiva casi imposible de igualar.

En ese contexto la única vía para que América del Norte no se rezague más y más es comenzar a pensar y comportarse como bloque económico, lo que a su vez sentaría los primeros cimientos de la coordinación política.

Nuestra región, conceptualizada así, iría mucho más allá de un simple tratado comercial, por más complejo que el actual T-MEC –heredero del TLC- parezca.

Sería demasiado ambicioso tratar de sumar a nuestros vecinos inmediatos de Centroamérica a la dinámica de este bloque. Su rezago, con excepción de Costa Rica y posiblemente Panamá, es demasiado amplio, y aún faltaría incorporar al Caribe, donde la situación cubana parece generar que esa incorporación sea una ecuación virtualmente imposible.

Sin embargo, en el largo plazo, esa cumbre trilateral norteamericana podría haber sentado los antecedentes para que la zona comience a asumirse como verdadero bloque más allá de sus diferencias.

j_esqueda8@hotmail.com