Por: Mónica Teresa Müller

Algo lo diferenciaba del resto. Era apático y mayor que los jóvenes que conformábamos el grupo. Se sentaba solo en una de las últimas mesas del aula y parecía no tener conocidos. Notábamos el apuro para llegar a tiempo a clase, cosa que muy pocas veces lograba.
Lo había escuchado contar que trabajaba y que, a pesar de exceder la edad para ir a la escuela diurna, había logrado la autorización para no asistir al turno noche. Cholo era un tipo misterioso y creo que por eso dejábamos que se mantuviera apartado.

— ¿Por qué te dicen Cholo?- le pregunté haciéndome la tonta, traté de acortar la distancia que nos separaba.
— Deduzco que por algo ¿no?

La contestación no me dio pie a seguir la charla y me sentí una idiota. Pero si pensó que yo no le hablaría más, se equivocó. Me hice amiga de la preceptora. Cursar el ante último año del secundario, nos otorgaba ciertos permitidos, por ejemplo averiguar algo del misterioso compañero. Charla va, charla viene, supe que Cholo estudiaba porque de esa forma lo iban a blanquear en el trabajo, tendría aportes jubilatrios, obra social y algún otro beneficio. Hacía cuatro meses que había perdido a su padre. Vivía con su madre y cuidaba de ella, enferma cardíaca; Cholo trataba que no le faltara nada.

Era un alumno cumplidor y se esforzaba por aprender. A veces, yo pensaba que era un tipo fuerte y luchador.

En un mes, logré acercarme y conversar sobre los trabajos que nos solicitaban. Me ofrecí ayudarlo por si no disponía de tiempo para hacerlos.

— Gracias, Caro, yo me tengo que arreglar.
Tragué saliva y no le contesté. Sus manos, las que llamaban mi atención por la negrura, palmearon mis hombros
Llegaba a las clases con retraso, pero todos los profesores hacían silencio. Cholo despertó mi curiosidad.

Un día, la música de su móvil sobrepasó el límite de lo permitido en el aula, el profe le llamó la atención y Cholo le contestó: “Si bajo el volumen, me duermo”. A partir de ese día y aunque nos quejáramos, todos los docentes lo aceptaron.

Nos comenzó a molestar la preferencia. Para saber qué pasaba avisé a mis padres que me quedaría a dormir en la casa de una compañera y esa noche, lo seguí.

Comprobé que trabajaba en una planta de reciclaje de basura y antes lo vi caminar las calles en busca de vidrio y cartón; pensé que era para sumar ingresos. Su horario de trabajo concluyó a las seis de la mañana. Yo no sabía dónde esconderme para que no me descubriera. Lo vi salir de su casa. A las siete y media debíamos estar en el colegio, pero llegamos tarde, yo estaba exhausta. Me pregunté en qué momento, él descansaría.
Sentí vergüenza por odiar el favoritismo de los profes y haberlo seguido.

—Hola Cholo, deseo ser tu amiga ¿querés?
Se lo pedí al día siguiente. Al mirar sus manos, vi las imágenes de aquella noche en vela. Mi corazón latía fuerte y cuando con un movimiento de cabeza me dijo que sí, supe que yo también, esa mañana, lo acompañaría a poner alto el volumen del celular.