Por: Griselda Lira “La Tirana”

Para…un charro.
He pensado en dejarte, pero me detiene El Muñeco, sus ojos me miran desconsolado cada vez que le pongo su pastura en la caballeriza, trata de decirme con sus movimientos bruscos que mantenga la calma, pero ya no puedo más. Agustín y yo somos tan diferentes, él solo piensa en sus magueyes y en sus caballos. ¿Para qué seguir? He buscado mil maneras de acercarme a él para dialogar desde la última ocasión en que discutimos a causa de unas llamadas y de sus encuentros cínicos con una ex compañera de la universidad. ¿Qué te está pasando Agustín? ya no eres el mismo. Te quedas ahí parado mirándome, esperando a que yo resuelva todo y yo ya no tengo ganas de jugar tu juego mediocre.

El Muñeco relincha por un profundo dolor, la manada nunca lo aceptó, varias veces intentó encontrar refugio entre los otros caballos, pero su presencia no fue grata hasta que se acercó sigilosamente al Viejo, un caballo fino de edad avanzada, acostumbrado a la soledad y a la nobleza que corría por su sangre, ese caballo era respetado e intocable, era un ejemplar único que nadie montaba porque le había pertenecido a mi padre. El Muñeco era torpe y juguetón, engreído, sabía que su hermosura cautivaba a todos y con ello controlaba la rienda y el humor de Agustín. Eran tan semejantes.

Entre todos sus caballos él era mi consentido, y ahora que lo miro tirado en el piso con una pata quebrada y heridas en el cuello hechas por los otros caballos, el corazón me palpita con gran fuerza y quiero arrancármelo para ya no sentir que me falta la pasión acostumbrada que habitaba en mí, esas ganas de vivir sin tener que recurrir a los antidepresivos, para ya no llorar más y dejar de amar a un hombre para el que soy invisible; desde que ese caballo llegó, ya no soy la misma y Agustín tampoco.

Un grito desesperado me sacó de mis pensamientos depresivos,
– Llama al doctor, Silvia, El Muñeco se está muriendo. ¡Muévete! no te quedes allí congelada, tengo que regresar a la caballeriza o perdemos a ese caballo.

Llamé al doctor quien llegó en menos tiempo del esperado. El Muñeco estaba inconsciente por el dolor y cada minuto que pasaba yo sentía como si el alma se me estuviera saliendo del cuerpo. Me serví varios jarros de pulque y me fui a recostar. Me perdí en un sueño alucinante y profundo, en él me encontré con mi padre muerto hacía cinco años, le suplicaba que me llevara con él, pero simplemente me sonreía; desperté por los gritos de Agustín. El Muñeco se había salvado y Agustín lloraba como un niño arrodillado en mi cama, el pulque que ingirió con el veterinario le sacó todo el peso de la vida y creo que también sus demonios; a mí, me la devolvió.

– ¡Silvia perdóname, sentí que El Muñeco y tú se me iban los dos al mismo tiempo, rogué a Dios y a tu padre muerto que me ayudaran. Me escucharon. Soy tan idiota.

Comprendí en ese momento que no éramos diferentes, más bien, nos habíamos convertido en uno y El Muñeco era el puente de nuestro encuentro y reconciliación, así mismo los magueyes de Agustín que con ese impacto maduró inesperadamente y yo me levanté de la tumba que habían cavado mis enemigos para verme finalmente derrotada por la depresión de no ser la bien amada. Ahora soy la señora de mis tierras y mi caballo, El Muñeco, es el rey de la manada.