Por Mónica Teresa Müller

Nina miraba con la cabeza gacha a la vecina.

—No me mientas, es feo hacerlo- Cora estaba de frente y la voz tenía el timbre propio de una reprimenda.

— ¿Querés entrar a tomar un tecito?- Nina susurró la invitación.

— No quieras escaparte por la tangente.- dicho esto, la amiga siguió su camino por la vereda.

Los dos años desde la muerte de su madre, la tenían mal. Nina vivía sola en un departamento n°1 al frente, en la planta baja de un edificio del barrio del Abasto. No conocía a muchas personas. La vida de encierro que había compartido con su madre, no le había facilitado hacerse de amistades.

Salía a hacer las compras diarias a primeras horas de la mañana. No podía comprar cantidad de mercadería porque mensualmente cobraba una mínima pensión, que había logrado por una leve discapacidad.

Su vida era metódica como le había enseñado su madre, que debía ser. Le agradaba sobremanera, ver telenovelas. Las vivía como si fuera la protagonista principal. De tal forma la hacían disfrutar que, por las noches, representaba con diálogos adaptados por ella, el capítulo visto durante la tarde.

De alguna manera, Nina trataba de llenar el espacio que había quedado vacío luego de la muerte de su madre; ella la protegía y cuidaba que las confusiones que sufría su hija, se solucionarán con dedicación y amor.

Pasado un mes del encuentro con la vecina Cora, no se vio a Nina salir o entrar del departamento. Todos pensaban que al estar a pasos de la puerta principal del edificio, sus salidas eran incontrolables. Hubo quienes consideraron la necesidad de colocar, aunque estaban las cámaras de vigilancia de la Ciudad, las propias del consorcio.

Cora se preocupó y una mañana, salió más temprano para ir a su trabajo dispuesta a tocar timbre en el departamento de Nina. Le alegró ver que salía del edificio un gendarme. “Qué bueno es estar protegidos, seguro vive aquí”, pensó.

— Hola, buenos días, qué sorpresa- dijo la dueña de casa, que asomaba apenas el rostro.

— Hola, querida. Nos tenías preocupados y no nos atrevíamos a llamarte.

— Gracias, Estoy bien.

— No comprendo por qué diste de baja el teléfono, es de utilidad y más si te pasa algo o si necesitas que te compre mercadería.

— No me pasa nada, por suerte. Quédate tranquila, Cora. Estoy aguardando al servis.

Dicho esto, Cora le tiró un beso al aire, que Nina respondió de la misma manera y marchó al trabajo.

Le llamaba la atención a Cora, que cuando le preguntaba a Nina si necesitaba algo, le contestara siempre: “Quédate tranquila, estoy bien. Estoy aguardando el servis”.

Una noche de sábado, la vecina amiga esperaba en la puerta del edificio la llegada de una amiga del trabajo, que la pasaría a buscar con su auto para asistir al estreno de una obra en un teatro de la Avenida Corrientes. No le extrañó ver que un gendarme llegara a la puerta, pues había visto otro, salir. “Debe venir del trabajo y antes compró mercadería”, pensó Cora.

— Señora-le dijo- es tan amable de abrir, vengo al departamento 1, para hacer un servis.