Por: Dr. Fernando Soto Moreno/ María del Carmen González Mejía

Desde hace tiempo, en el mundo se ha considerado implementar sistemas electrónicos en los procesos electorales, en la participación ciudadanía y en la administración pública. Se trata del llamado voto electrónico, digital o automatizado.
Las perspectivas de desarrollo en un futuro cercano y las convenciones modernas en la económica, política y, sobre todo, en el ámbito democrático obligan a incorporar las nuevas tecnologías de información y comunicación a los procesos democráticos.

La revolución electrónica e informática de finales del siglo XX marcó una era en esa dirección, pero parece no convencer a sus detractores, mientras tanto los promotores de la votación electrónica no han encontrado un tipo de diseño normativo que permita disipar las dudas sobre el uso seguro que las tecnológicas ayuden para tomar decisiones trascendentales en la vida política de la ciudadanía y no denostén los derechos fundamentales sin control o mediación jurídica y política, sino que, los medios de votación electrónica popular podrían ser la excepción, los medios son coherentes con los fines perseguido. Para evitar el engaño, el fraude y la ilusión en torno al ejercicio de la soberanía popular y de la libertad de cada votante.

En Estados Unidos, el ejercicio inició en 1892 con un sistema basado en palancas mecánicas asignadas a cada candidato, con una máquina Myers Automatic Booth. Bélgica hasta 1982 apareció el voto con el uso de tarjetas magnéticas para grabar los datos en una pantalla táctil y un lápiz óptico, hoy se utilizan máquinas de votar que con una papeleta encriptada para garantizar la seguridad y confianza del voto. En palis que más éxito ha tenido es Brasil, quien lo utiliza para elecciones estatales y federales desde 1996 “y con muchísimo éxito. Brasil es un caso verdaderamente exitoso de uso de urnas electrónicas. Es decir, 25 largos años que se utiliza de manera regular, permanente y sin ningún tipo de problema”.