Por: Mónica Teresa Müller
Giro en mi interior y me incluyo en el vaivén desconcertante de los sentimientos contenidos que no han querido aflorar.
Papá ha muerto. Pretendo no darme cuenta, ahora quedan sus consejos e historias para contar. No voy a acercarme, de tal manera podré mantener fiel las últimas imágenes. He encarcelado mi dolor, aquietándolo con la esencia del amor que siempre me brindó.
Hoy no falta nadie y el homenajeado acepta todo: las presentaciones formales, el negocio que surge y aquellos que dicen haberlo conocido, pero desconocen que su nombre es Pablo. Los hermanos que se palmean como si durante todas sus vidas hubieran sido grandes amigos.
Carlos, mi medio hermano permanece solo y evita el diálogo; camina por la sala, pero me doy cuenta de que está ausente. Su mamá avisó que no vendrá, quizá eso lo tenga mal; aunque ella y papá hayan estado distanciados desde hace un tiempo, debiera venir y abrazarlo, bueno y a mí también, tantas veces repitió lo mucho que me quiere y que soy como una hija.
Las luces parecen ondular. La puerta de calle debe permanecer abierta y es el pretexto para que el viento de agosto se cuele indiscreto. Sobre las paredes del cuarto, las sombras forman dibujos entre los que creo ver a mamá, yo no la conocí porque partió cuando nací, en la misma casa, en el mismo cuarto en el que está papá y en el que él rompió todas las fotos de ella.
La penumbra del atardecer envuelve al porche. Desde mi lugar puedo andar con la vista el camino de lajas bordeado por flores que me acercan a la calle. Por momentos el silencio acapara la estancia, me da tiempo para ver y tratar de esforzarme y no perder los detalles. Un haz de luz choca contra el metal de una fuente e ilumina, en una casual y espectacular combinación, a la cadena del reloj de bolsillo, que era del abuelo y que lleva el tío Felipe que ni siquiera esperó que pasara el entierro. Debe haber aprovechado y lo sacó del cajón cuando se quedó junto a papá por la noche, o tal vez él se lo regaló, seguro es lo que va a decir y nadie podrá contrariarlo, pero miente, se hace el dolorido, lo conozco bien.
Mi medio hermano cada tanto me mira, pero no me ve, se acerca al lado de papá y coloca su oído sobre su boca que me imagino guarda el tesoro de palabras no dichas.
Todos están muy inquietos y se esconden a cuchichear en los pasillos de la casa, en el jardín y en el patio de atrás, forman grupos y hablan mientras miran para todos lados. Hace un rato fui al baño y escuché que dos de los tíos decían de falsificar no se qué para vender unos campos.
Carlos camina y camina. Cada tanto observa el celular, luego va a acariciar a papá y noto por el movimiento de los labios que le balbucea palabras al oído. Trata que nadie se acerque, posiblemente para acaparar la figura paterna en sus retinas, en un acto de egoísmo filial. Pobre hermano, está desesperado y actúa como tal. Tiene entre sus manos unas tarjetas que escribe y se las entrega a las personas que llegan. Quiero leer qué dicen y rescato una. Me quiero morir “Gracias por asistir, pronto nos veremos, saludos, Pablo” Los que la reciben se ponen pálidos y por educación quizá, hacen un movimiento de cabeza y se retiran apresurados.
La hora ha llegado. Los empleados de la funeraria ingresan a la sala; las hermanas de papá y unas mujeres que no conozco, lloran desde hace largo rato. Carlos se acerca al cajón con el médico de papá que le toca la muñeca, le levanta los párpados, le comenta algo a mi hermano que asiente con la cabeza. No puedo ver lo que hacen porque se han ubicado de espaldas a mí. De pronto, las mujeres gritan, otras salen disparando, dos caen al suelo desmayadas y los tíos amorosos ellos, no caben en el asombro con sus rostros blancos aún más que el cadáver.
Corro hasta ahí y lo veo a papi abrazado a mi hermano. No puedo creerlo. Está sentado con una sonrisa en la cara. “Parientes y amigos, hoy es el día equivocado”, su voz suena en bajo tono, pero tranquila y segura. Un mármol estaría menos frío que yo que no logro recomponerme. Comprendo el porqué mi hermano prohibió que se acercaran al féretro. Su abrazo nos junta. Siento que soy otra persona, el sacudón me ha movilizado. “Hijos, espero que hayan podido conocer a quienes tenemos a nuestro lado”, nos dice casi en secreto.