En varios países del mundo las mujeres rompen el llamado techo de cristal, ese límite artificial que frena su desarrollo laboral y profesional, pero en Afganistán ha caído de nuevo sobre ellas una plancha de hierro que literalmente las aplasta.
Esa situación en el país asiático y musulmán sería entendible si sus mujeres la aprobaran, pero los informes que se reciben indican que están en desacuerdo aunque no lo puedan mostrar, pues inclusive les podría costar la vida.
Un grave problema para entender la situación alrededor de la mujer y el islam es la generalización, y debe de quedar claro que existen varias formas de entender a la religión islámica.
No es una situación rara. El cristianismo agrupa al catolicismo pero también a ortodoxos, anglicanos, protestantes, presbiterianos, luteranos, calvinistas y evangélicos, entre los más conocidos.
En el islam encontramos como ramas centrales a chiitas y sunitas, pero de ninguna manera son las únicas, y al igual que el cristianismo, tiene diferentes interpretaciones.
Lo anterior rige en suelo afgano, donde las enseñanzas musulmanas llegaron hace siglos para fusionarse con otras prácticas religiosas y culturales, cuyo resultado alimenta el lugar opresivo que ahora se impone a la mujer.
Pero no se trata solo de prácticas religiosas, sino también sociales, en particular las del grupo étnico pastún, el mayoritario en ese país y donde persisten el patriarcado y el respeto a los linajes, prácticas sociales que tampoco dan la mejor de cabida a las mujeres.
No se trata, entonces, solo de la imposición autoritaria del grupo dominante fundamentalista del Talibán, que regresó al gobierno afgano tras el fracaso estadunidense en erradicarlo y hacer que el país asiático asumiera los valores perfectos de Occidente, sino de una densa madeja social y cultural donde, debe decirse, las denuncias en otras partes del mundo no ayudan a desenredarla.
También debe decirse que si bien se aplaude la condena al regreso a viejas costumbres en Afganistán, estas no son una novedad en Occidente, donde tratan de ser erradicadas pero muestran una gran salud y fortaleza, como lo indica la misoginia del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, cuyos puntos de vista son aplaudidos por cerca de la mitad del electorado de ese país.
Pero, definitivamente, teniendo en cuenta que las normas talibanas sobre la mujer apenas ayer se seguían del otro lado del mundo, es indispensable que el camino que se había avanzado no siga destruyéndose.
Así pasa con el acceso a la educación, donde desde fines de 2022 la mujer ha quedado sin derecho a ella, al igual que a las actividades deportivas. Las mujeres tampoco pueden trabajar fuera de sus hogares, una medida que empobrece en un país con carencias tras dos invasiones.
La vestimenta femenina debe cubrir a la totalidad cuerpo de la mujer, la cual tiene prohibido asomarse a las ventanas de sus casas que, de ser necesario, deben contar con ventanas opacas, y de la misma manera, dejarse fotografiar. Por si fuera poco, les está vedado calzar tacones. En este contexto, prohibirles acudir a los salones de belleza parece algo tan ocioso como cruel.
En 35 artículos expuestos en 114 páginas, el más reciente ordenamiento talibán agrupa y organiza la serie de prohibiciones que ha impuesto desde que regresó al poder hace casi ya dos años, con algunas adiciones como prohibirles hablar en público o en voz alta.
Un drama poco expuesto es también la vieja costumbre de la Bacha Bazi, donde adolescentes hombres son tomados como esclavos sexuales por adultos del sexo masculino, una practica que se ampara en la tradición, como en México, por ejemplo, los llamados usos y costumbres justifican la venta de menores de edad mujeres. En ambos casos hay también situaciones de pobreza que apuntalan esas tradiciones. (https://www.humanium.org/es/bacha-bazi-grave-abuso-infantil-disfrazado-de-costumbre-afgana/ )
Y si bien debe de haber respeto a la cultura y tradiciones de cualquier país, no menos cierto es que cultura y tradiciones también evolucionan, y esto tiene que ser claramente transmitido a quienes en cualquier parte del mundo se niegan al cambio y pretenden mantenerse o regresar al pasado.
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