Por: Griselda Lira “La Tirana”

“Si no canta el gallo suena el silbato de la fábrica”, así lo repite el obrero que debe levantarse a las cuatro de la mañana para dejar a los animales bien alimentados, su padre es un anciano que casi no ve, y aunque el varón es correoso como lo eran nuestros antepasados, a Silvano no le gusta que su padre se ocupe haciendo labores del campo, ya trabajó mucho toda su vida, justo es que se dedique a descansar.
– Con que les eche su maíz a los pollos, ya con eso doña Filo. Se quiere poner a sembrar, pero ya los ojos se le secaron y sus pies ya no aguantan las caminatas tediosas por las tierras.

– Señorito Silvano…
– Ya te dije que no me llames así, soy Alejo, ese es mi nombre.
Caminaba cinco kilómetros para alcanzar el transporte que llevaba a todos los obreros a la planta y cuando se le hacía tarde por atender a las vacas, Silvano se subía a su bicicleta y pedaleaba a toda velocidad para llegar incluso antes que todos los trabajadores que el autobús recogía en las rancherías. Su bicicleta le costó el precio de dos lechones, mismos que regresaron a sus manos motivo de una deuda entre el tendero y su padre.
Don Camilo perdió la vista a causa de una paloma que defecó en su ojo izquierdo cuando pasaba volando y el ojo derecho, ya tenía problemas desde aquella pelea con Nicolás, el primer marido de Paula. Camilo era pacífico y muy noble pero los amoríos de su difunta esposa con otros campesinos le traían muchos problemas. Silvano no era su hijo, era su sobrino, primogénito de su hermano mayor quien falleció al caerse del caballo, la madre, murió al dar a luz, el único familiar del joven era él.

Silvano era un trabajador eficiente, logró entrar a las fábricas porque su padrino lo recomendó con el supervisor que era su compadre; en esa época casi todos los obreros sabían trabajar el campo, incluso, la gran mayoría después de cumplir con su jornada en la industria, regresaban a las labores agrícolas, muy pocos habían terminado la escuela primaria y apenas sabían leer y escribir pero a Silvano, su padre lo rodeó de privilegios producto de la influencia que ganó al trabajar de peón en el rancho de un ingeniero industrial muy importante en México.

La cultura de Silvano causaba envidia entre incluso algunos de sus jefes, además de tener mucha suerte con las mujeres, a las que nunca puso atención porque tenía claro que él no se iba a comprometer nunca. Era feliz soltero, no deseaba mujer que le celara o que lo engañara, tampoco hembra que lo mandara y le quitara el dinero que con tanto esfuerzo ganaba; no necesitaba el yugo de un matrimonio, sabía cuidarse solo, además, su abuelo lo necesitaba más que ninguna otra mujer interesada.

El acoso que sufría por su nombre, albures propios de la región, más aparte por su entrega a su abuelo, le hicieron alejarse aún más de la gente, se dedicó entonces al estudio y logró terminar la secundaria y la preparatoria sin ningún problema; de esa manera, obtuvo un ascenso y sus ingresos incrementaron. El dinero lo convirtió en un hombre aún más perseguido por las mujeres y los padres planeaban en el pueblo que alguna de sus hijas contrajera nupcias con Silvano, pero él, las seguía ignorando. El infierno grande del pueblo chico, lo convirtió entonces en homosexual, joto, marica, mayate y puñal. Ignorando las ofensas, siguió trabajando su finca y logró, comprarse un automóvil.

Presa de la envidia, la gente del pueblo comenzó a agredirlo con más violencia porque no era posible que un hombre sin mujer fuera tan feliz. Las que más se ensañaban con Alejo eran las madres de hijas caprichosas y vida hipócrita, los varones se controlaban porque ya no era el campesino sino el jefe de muchos.

Silvano Alejo tuvo que alejarse del rancho La Caña no porque le importaran los chismes y las intrigas en torno a su persona, sino porque logró entrar a una universidad para continuar sus estudios de ingeniería. Todos en el pueblo intrigaron que se había casado y así fue. Su esposa, la industria, engalanada con una fastuosa inauguración en el Parque Industrial, lo recibió con brazos abiertos como el primer director originario del pueblo La Caña.

Murió su abuelo y el ingeniero Alejo, entregó su vida a la industria, murió seis años después a causa de una explosión dentro de la planta. Sus bienes fueron entregados para la erección de escuelas que llevan su mismo nombre